Ciencia Argentina , Argentina, Viernes, 29 de junio de 2012 a las 11:46

Investigadores argentinos estudian cómo nos afectan las tormentas solares

Aunque no ocasionan daños directos sobre las poblaciones, pueden afectar equipos electrónicos, sistemas GPS e interferir en la trayectoria de los satélites

CONICET/DICYT Cada día, o al menos una vez por semana, impactan en la Tierra fuertes emisiones de radiación que vienen del sol. Estas partículas con cargas eléctricas interactúan con las moléculas suspendidas en la atmósfera y provocan fenómenos tan dispares como las coloridas auroras boreales o interferencias en los sistemas electrónicos de los satélites.

“El sol está emitiendo permanentemente partículas al espacio interplanetario, y eso se conoce como viento solar”, comenta Gustavo Mansilla, investigador del CONICET en el Laboratorio de la Ionósfera de la Universidad de Tucumán.

Al producirse una tormenta se intensifican la densidad de las partículas del viento solar y el campo magnético del sol. La velocidad del viento aumenta de los 300-400 km/segundo, habitual en el viento, a más de 1000 km/segundo durante las tormentas intensas.

Si bien las tormentas solares ocurren frecuentemente, lo grave es cuando están orientadas hacia la Tierra, asegura Mansilla. Durante estos eventos el campo magnético del planeta actúa como un escudo contra las emisiones de partículas del sol.

Por las características de este campo magnético, América del Sur se encuentra entre las zonas menos afectadas por las tormentas. Sin embargo, en la región ubicada entre el sur de Brasil, Uruguay y el norte de la provincia de Buenos Aires se da un fenómeno conocido como la Anomalía del Atlántico Sur (AAS).

 

Clima espacial: la ubicación lo es todo

Cuando se analizan en un mapa las coordenadas donde fallaron las computadoras de los satélites que cubren todo el planeta, “es notable cómo se ve un manojo de puntos muy concentrados en el entorno del sur de Brasil y noreste de Argentina”, explica Sergio Dasso, investigador en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales (UBA) y en el Instituto de Astronomía y Física del Espacio (IAFE).

Según el investigador, en esa zona el campo geomagnético está bastante distorsionado. Allí, las partículas pueden dañar el instrumental de los satélites o “lanzan comandos fantasmas en las computadoras de a bordo, fallas debido a los chispazos que producen las partículas cuando chocan con las carcasas de los satélites”, asegura.

Esto sin embargo sólo ocurre a alturas superiores a los 200-500 kilómetros desde la superficie terrestre, y por lo tanto no afecta a los aviones comerciales, que vuelan más bajo.

A pesar del tamaño de la AAS, comparable al del continente africano, sus efectos no traen mayores repercusiones en la vida cotidiana que la pérdida de señales satelitales, fallas en las comunicaciones o interferencias electromagnéticas.

Para Joseph Kunches, especialista en meteorología espacial de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de los Estados Unidos, vivir en América del Sur tiene sus ventajas y desventajas. Como aspecto positivo, las partículas con carga eléctrica provenientes del sol no llegan fácilmente a estas regiones, y su impacto en las redes energéticas es menor.

El aspecto negativo está justamente relacionado con la AAS y la Anomalía Ecuatorial de la Ionósfera, un fenómeno que se registra cerca del Ecuador, provoca turbulencia y puede afectar las señales GPS por la tarde.

“La AAS es un ambiente de alta radiación para los satélites. Sin embargo, es bien conocida y frecuentemente los satélites apagan o suspenden ciertas actividades cuando pasan por la zona”, comenta Kunches.

 

La naturaleza de las partículas

El plasma, componente de las tormentas y vientos solares, es un conjunto de partículas con carga eléctrica que aparece como resultado del calentamiento a altas temperaturas de los gases presentes en el sol y se define como el cuarto estado de la materia: sólido, líquido, gaseoso y plasma.

A altas temperaturas los átomos se disocian en iones con carga positiva, y electrones, con carga negativa. Esto ocurre porque la alta temperatura de la corona – la zona que rodea al sol como si fuera una atmósfera – supera a la superficie solar: 6 mil grados centígrados versus casi un millón en la corona.

De acuerdo con Mansilla, el campo magnético terrestre es básicamente dipolar, como si fuera un gran imán. Por lo tanto, es más fácil para las partículas electromagnéticas entrar a la Tierra a través de los ‘extremos’ del imán: los polos norte y sur.

Durante las tormentas solares, “estas partículas cargadas entran a las zonas de alta latitud – los polos -, excitan los átomos neutros, que emiten luz y producen las auroras boreal y polar”, dice.

Pero más allá del efecto visual una tormenta solar tipo no causa grandes repercusiones. Sin embargo, cuando su intensidad aumenta tiene otra clase de consecuencias. El 13 de marzo de 1989 una tormenta de mediana intensidad dejó fuera de servicio la red eléctrica de Quebec, Canadá.

Según un reporte de 2008 de la Academia de Ciencias de los Estados Unidos, una tormenta de gran magnitud podría causar un daño económico comparable con el de 20 huracanes Katrina.

Según Dasso, cuando el campo magnético de la Tierra se invierte – fenómeno que ocurre a intervalos irregulares que van desde los mil hasta 200 mil años - el Ecuador queda desnudo durante lo que dura el proceso: entre 100 y 800 años.

“En ese momento la humanidad podría recibir alguna dosis de partículas dañinas para la salud y tendríamos que tomar recaudos como sociedad”, analiza. “Sin embargo, por ahora sólo tenemos que preocuparnos por proteger nuestra tecnología, ya que no hay razones para que la inversión ocurra en este milenio”, concluye.