Ciencias Sociales España , Burgos, Jueves, 18 de abril de 2013 a las 17:17

Investigan la evolución genética de la cabra montés a partir de restos fósiles

El trabajo centra la tesis doctoral de Irene Ureña Herradón, que ha analizado 350 individuos diferentes de más de 60 yacimientos

CGP/DICYT La cabra montés (Capra pyrenaica), es una antigua especie de bóvido de montaña que en la actualidad habita solo en la península Ibérica (principalmente en las cordilleras del este, centro y sur). En los últimos siglos ha sufrido la pérdida de dos de sus cuatro subespecies, la última el bucardo, cuyo último ejemplar se halló muerto en el año 2000. La taxonomía para esta especie y de todo el género Capra plantea un problema, ya que se basa principalmente en caracteres morfológicos, como los cuernos o el pelaje, que muchos autores sugieren que no son suficientes para definir una especie o subespecie. Irene Ureña Herradón, miembro del Equipo de Investigación de Atapuerca, trata de aportar un criterio más para determinar la distancia genética existente entre estas poblaciones, el ADN conservado en restos fósiles de cabra montés.

 

La investigación centra su tesis doctoral, dirigida por Juan Luis Arsuaga, Cristina Valdiosera y Anders Götherström. “El objetivo es estudiar la historia paleogenética de la cabra montés para poder responder a ciertas preguntas sobre cómo y cuándo fue la entrada en la península Ibérica, o las relaciones entre sus poblaciones y con poblaciones de otras especies estrechamente emparentadas”, explica en el último número del Periódico de Atapuerca.

 

Para ello es necesario trabajar con ADN antiguo, es decir, “material genético que en ocasiones se conserva en los fósiles si las condiciones ambientales del yacimiento han sido adecuadas para evitar su rápida degradación”. Este ADN presenta una serie de peculiaridades: se trata de material genético deteriorado en muy baja concentración, muy fragmentado y con alteraciones químicas, razón por la que “es fácil contaminar las muestras con ADN moderno”.

 

Para evitar esta situación, la investigadora realiza las extracciones de ADN y todo el trabajo anterior a la amplificación en un laboratorio de ADN antiguo y sigue estrictos protocolos de esterilidad. “Es un trabajo duro y en muchas ocasiones frustrante ya que la información genética que se obtiene de los fósiles es muy baja y en ocasiones tras mucho trabajo de laboratorio no se obtiene nada de información. Pero cuando se consigue, la información genética de poblaciones que vivieron en el pasado pueden aportar una valiosa información que permite conocer cómo se relacionaban estas poblaciones entre sí, de dónde procedían, o hacer una estimación del número de individuos con que contaban”, detalla en palabras recogidas por DiCYT.

 

350 individuos de 60 yacimientos

 

En cuanto al desarrollo de este trabajo, explica que en primer lugar “es necesario extraer una cantidad de polvo de hueso del fósil a partir de la cual se extrae el ADN, que se amplifica posteriormente según el experimento que se haya diseñado y qué parte del ADN se quiera estudiar”. La investigadora ha elegido registros procedentes de diferentes localidades y de diferentes cronologías de la península Ibérica y de Francia, que en total suman más de 350 individuos diferentes de más de 60 yacimientos.

 

En Atapuerca lleva a cabo esta investigación en el yacimiento de Portalón de Cueva Mayor bajo la dirección de José Miguel Carretero, aunque en ocasiones ha colaborado también con el grupo de microfauna que dirige Gloria Cuenca. Aunque quizá sea uno de los yacimientos menos conocidos por el gran público, el Portalón de Cueva Mayor “presenta una rica fuente de datos genéticos, especialmente si se compara con los fósiles de otros yacimientos, debido a su extraordinaria conservación”, agrega.

 

Tras estudiar Biología en la Universidad Complutense de Madrid, Irene Ureña Herradón entró en contacto con las excavaciones de Atapuerca a través de Juan Luis Arsuaga, su profesor de Paleontología Humana. Años más tarde entró a formar parte del grupo de ADN antiguo e inició su tesis doctoral. “A pesar de haberme especializado en ADN antiguo, es muy importante conocer bien el trabajo de campo de donde salen los fósiles, el funcionamiento de una excavación y la importancia y riqueza del trabajo en equipo con expertos de distintas especialidades, para entender el yacimiento de forma global e interpretarlo”, destaca. Durante este tiempo ha disfrutado de una beca del Ministerio y, en este último año, ha recibido una ayuda de la Fundación Atapuerca para terminar su investigación.