Ciencias Sociales España , Valladolid, Martes, 17 de noviembre de 2009 a las 19:41
SEMANA DE LA CIENCIA 2009

La Antártida, el paraíso de la ciencia

Una profesora de la Universidad Europea Miguel de Cervantes relata su participación en una expedición a la zona más meridional e inexplorada del planeta

CGP/DICYT En estos momentos, son muy pocas las zonas del planeta que se mantienen ajenas a la acción del hombre. Una de ellas es la Antártida, el continente cubierto de hielo que circunda el Polo Sur y que conforma la mayor reserva de agua dulce de la Tierra, albergando cerca del 80 por ciento. Hace ya nueve años, la doctora en Ciencias Físicas y profesora de la Universidad Europea Miguel de Cervantes (UEMC) Susana Quirós y Alpera participó en la Expedición XVII/2 del Instituto de Investigación Polar y Oceanológica Alfred Wegener de Alemania, prestando apoyo a las diversas unidades investigadoras en la materia de la que es experta, la física.

 

En una charla celebrada hoy en la UEMC en el marco de la Semana de la Ciencia 2009, la profesora ha relatado su experiencia a bordo del Polarstern, el buque de hielo y laboratorio “flotante” con el que viajaron hasta la zona más meridional del planeta. En total, 90 personas entre tripulación y equipo científico alcanzaron la Antártida, donde les esperaba la base polar alemana Neumayer, hoy en desuso.

 

Allí, realizaron estudios en relación con diversas ciencias, tal y como ha explicado la experta. Las condiciones que goza la Antártida le convierten en “el laboratorio más grande del mundo”. En la zona se pueden realizar mediciones que, en otros lugares y debido a la acción del hombre, sería imposible. Por ejemplo, las burbujas de aire que quedan entre el hielo “son útiles para conocer como era la atmósfera hace millones de años”. Asimismo, en este continente se pueden detectar terremotos que ocurren en zonas muy alejadas. “Es un lugar tan estable que cualquier perturbación que ocurra en el planeta se registra allí”, explica.

 

En relación con la meteorología, realizaron mediciones de la radiación solar directa con un pirheliómetro y recogieron la radiación del sol en distintos espectros mediante un piranómetro. Asimismo, un anemómetro sirvió para medir la velocidad del viento siguiendo escalas logarítmicas. Según ha señalado Susana Quirós y Alpera, estas escalas se pueden entender siguiendo el funcionamiento de los sentidos, ya que el cuerpo humano “responde logarítmicamente”. De este modo, mientras el sentido del tacto puede detectar soportar dos canicas, si portamos un paquete de un kilogramo y le añadimos dos más, eso no lo notará. La torre logarítmica que mide el viento, a juicio de la experta, se comporta igual.

 

Estudio de aerosoles

 

Por otro lado, durante la expedición se llevaron a cabo estudios de química atmosférica, con la detección de aerosoles. Las partículas procedentes de explosiones volcánicas pueden registrarse en el continente antártico, ya que las corrientes las van arrastrando, señala la científica. Al mismo tiempo, se examinó la climatología, como los fuertes vientos que se producen “al no encontrar oposición el aire” y las tempestades, que pueden incluir “olas de 20 metros de altura y vientos de hasta cien kilómetros por hora”.

 

Oto de los temas que abordaron los científicos participantes en la expedición fue el de la geofísica, el estudio de la Tierra desde el punto de vista físico; y la geografía. La Antártida cuenta con la isla más remota del planeta, la isla de Bouvet, una zona volcánica de difícil acceso. Además, analizaron la geología, que se ocupa de la tierra y los sedimentos. En este sentido, tomaron muestras marinas y realizaron un radiografiado con el fin de observar las partículas sólidas que componían el interior del sedimento, entre otras pruebas.

 

Finalmente, y aunque no era el principal objeto de la investigación, se abordaron aspectos biológicos, ya que en los sedimentos aparecieron especies de esponjas, algas o moluscos. Como curiosidad, tal y como ha recordado la investigadora, estos ejemplares “no tenían color”, ya que se encuentran tan profundos en el mar “que no necesitan pigmentación para protegerse de la radiación solar”.