Ciencias Sociales España , Salamanca, Jueves, 08 de octubre de 2009 a las 17:58

La Ciencia y la Historia, dos palabras en femenino y singular

El estreno de la película ‘Ágora’, de Alejando Amenábar, está sirviendo para reivindicar el papel de la mujer en el conocimiento científico

JPA/OEI-AECID/DICYT El cine es un espectáculo con tanta fuerza como para poner de actualidad cualquier asunto convertible en imágenes, sobre todo si es un personaje o una época de la Historia. Más extraño es que reivindique el papel de las mujeres en ella y aún más que hable de Ciencia. Sin embargo, este viernes se estrena la mayor superproducción del cine español y mezcla, dicen los críticos que con acierto, todos estos ingredientes. El director Alejandro Amenábar ha creado Ágora, la historia de Hipatia, matemática, astrónoma, médica y filósofa de la Alejandría de los siglos IV y V que se presenta en la gran pantalla sin espada, sin gladiadores y sin cuadrigas, ofreciendo sólo la fuerza del conocimiento. El gran público descubre ahora a esta figura, considerada la primera mujer matemática, aunque no la primera mujer científica, explica Bertha Gutiérrez Rodilla, profesora de Historia de la Ciencia de la Universidad de Salamanca, y por supuesto, tampoco la más importante.


“Alejandría era la capital del saber en aquella época, porque Roma ya estaba en decadencia” señala la experta, aunque en realidad de Hipatia no hay muchos datos ni ha quedado constancia documental directa, así que la versión cinematográfica, sin duda, ha rellanado los huecos a base de imaginación. En cualquier caso, todo apunta a que destacó en las Matemáticas y la explicación del cosmos, si bien, no existía una división de las ciencias como la conocemos en la actualidad. “Habían heredado el concepto griego del saber, en el que todo conocimiento era Filosofía”, apunta Bertha Gutiérrez. Esto se relaciona con la idea que tenían del saber por el saber. “Hoy en día se intenta buscar aplicaciones prácticas a todo, mientras que en aquel momento era justo al revés, había un rechazo a la utilidad y al trabajo manual”.


Sin embargo, otras cosas no han cambiado. “Una característica común a casi todas las científicas que ha dado la Historia, empezando por Hipatia, es que han surgido en un entorno familiar propicio, en el que sus padres, maridos o hermanos se han dedicado a la Ciencia o al menos han creado un clima favorable a ella”, señala la experta, quien añade que el hecho de ser mujer ha sido, posiblemente, un factor que ha contribuido a que su aportación al conocimiento sea menos valorada de lo que merecería. Si bien, “esto también sucede con muchos hombres, el problema suele ser que nos faltan las fuentes”, aunque la Historia de la Ciencia no deja de avanzar y de realizar nuevos descubrimientos.


La historia que en el cine encarnará Rachel Weisz no fue la primera, como en casi todo, la Grecia clásica se había adelantado, dando al menos los nombres de Perictione y Teano, dedicadas a la Filosofía, y antes que ellas, a Aspasia, filósofa y médica. “Un hecho llamativo es que las primeras mujeres que hicieron Ciencia aparecen vinculadas con más frecuencia a la Historia de la Medicina, las Matemáticas no es algo que las atrajera”, indica Bertha Gutiérrez, lo que hace más destacable el papel de Hipatia como pionera.


Después de ella, hay que saltar ya a la Edad Media para encontrarse con Hildegarda de Bingen, médica abadesa de la Alemania del siglo XII que elabora tratados sobre plantas medicinales. Sus obras son las más antiguas que se conservan de una mujer científica. Aunque quizá es más llamativa la historia de Trótula de Salerno, italiana que también se dedicó a la Medicina y que, sorprendentemente, dejó obras escritas en esta época a pesar de no pertenecer ni a la nobleza ni a la Iglesia. Es más, se vio enfrentada a este último estamento por el inaudito tema de sus obras: Ginecología, higiene del embarazo y la mitigación de los dolores del parto a través de narcóticos. Intolerable en una época en la que parir con dolor se consideraba un castigo divino.

 

Una española del siglo XVII


“A medida que avanza la Historia nos empezamos a encontrar con más nombres de mujer”, comenta Bertha Gutiérrez, que en la actualidad está especializada en la Historia de la Medicina de la Edad Media y, en particular en las traducciones del latín a las lenguas vernáculas. Sin embargo, hasta el siglo XVII no se produciría una verdadera revolución en la producción científica, que aún así seguiría siendo muy exigua entre las mujeres. Con una excepción loable y más en la escasa tradición científica española: la albaceteña Oliva Sabuco, que escribió la Nueva Filosofía de la Naturaleza del Hombre, no conocida ni alcanzada por los grandes Filósofos antiguos, la cual mejora la Vida y la Salud humana. Tal fue el éxito de esta publicación aparecida en 1587, que salieron varias reediciones, algo insólito para casi cualquier obra de la época a pesar de ser el Siglo de Oro de las letras españolas.


En cualquier caso, el siglo XVII “sentó las bases del ingreso de la mujer en el Ciencia”, puesto que los científicos comenzaban a ser “más abiertos” e iban apareciendo disciplinas nuevas, como la Física y la Química. De hecho, comienzan a aparecer científicas al margen del ámbito médico e interesadas por la Botánica, la Astronomía o las Matemáticas. Así, un siglo más tarde encontramos a otra española, María Andrea Casamayor, que destacó en el mundo de la aritmética, aunque Europa llevaba la delantera, por ejemplo, con la francesa Emile du Chatelet, que divulgó las obras de Newton o la inglesa Maria Sybilla Merian, que viajó a los Países Bajos para estudiar la biología de plantas y animales.


A pesar de todo, la formación seguía dependiendo del dinero de la familia y del permiso de los padres. “Hasta bien entrado el siglo XX ha permanecido abierto el debate sobre la inteligencia de la mujer con argumentos como que su cerebro era más pequeño; aunque siempre está la otra parte, la concepción de la mujer como anfitriona y madre, dedicada a las tareas de la casa, que no puede disponer de tiempo para el saber”.


No obstante, la Historia de la Ciencia recoge casos tan extraordinarios como el de Mary Wortley Montagu, esposa del embajador del Imperio Británico en Estambul, que en pleno siglo XVIII y, tras sufrir la viruela, se enteró de que existía la práctica de inocular la enfermedad como método de prevención, técnica que había llegado desde China, y que ella aplicó a sus propios hijos. Entre los científicos de su país encontraría indiferencia y rechazo, pero en realidad fue la introductora de la inoculación en Occidente mucho antes de que apareciesen las vacunas.


En Francia destaca la Química Marie Anne Lavoisier, en parte oscurecida por su propio marido, Antoine-Laurent de Lavoisier, aunque la contribución de ella resultó fundamental para la difusión de su trabajo porque le tradujo las obras al inglés, idioma que él desconocía, y porque a su muerte organizó tertulias científicas en París a las que acudían los científicos más destacados, admitiéndola entre ellos y reconociendo así su estatus.

 

En el siglo XIX ya aparecen mujeres vinculadas a ciencias emergentes como la Geología (Mary Anning) o la Física (Maria Emma Smith), aunque llama más la atención que Augusta Ada Byron, matemática, fuese pionera en el desarrollo de la programación, base de la actual Informática, de manera que hoy en día existe el lenguaje de programación Ada en su honor. Si bien, también es digna de mención otra matemática, la rusa Sonya Kovalevsky, primera mujer en acceder a la Academia Rusa de las Ciencias.

 

Marie Curie, la más reconocida


Con el paso del siglo XIX al XX la colección de nombres se incrementa notablemente, pero si hay uno asociado a las palabras mujer y Ciencia es el de Marie Curie, polaca que fue la primera dama en acceder a la Sorbona y que se llevó el Premio Nobel de Física en 1903 junto a su marido y el de Química en 1911. Su dedicación a la radiactividad acabó de forma trágica, puesto que “murió de leucemia, probablemente provocada por sus experimentos”, igual que le ocurrió a su hija Irene, Nobel de Química en 1935.


Frente a este caso de gran reconocimiento, está el caso de “la gran injusticia”, apunta la profesora de la Universidad de Salamanca. “Lise Meitner fue la primera profesora de Física de Alemania, pero trabajaba en un sótano del laboratorio de Otto Hahn, donde desarrolló la primera explicación teórica del proceso de fisión nuclear que daría origen, posteriormente, a la bomba atómica. Sin embargo, fue Otto Hahn el que realizó el experimento práctico y el que se llevó el Nobel en 1945”. En cualquier caso, parece ser que ella no quiso reclamar su parte de gloria por su rechazo al producto de sus investigaciones, que causaría tantas muertes y destrucción.


Si en la segunda mitad del siglo XX hubiese que destacar a alguien más Bertha Gutiérrez se quedaría con la italiana Rita Levi-Montalcini (Nobel de Medicina en 1986) y la americana Rosalyn Yalow (Nobel de la misma especialidad en 1977), puesto que “a su condición de mujeres tuvieron que añadir su condición de judías”.


Sin embargo, en España el panorama es más desolador, sobre todo porque a comienzos del siglo XX las mujeres ni siquiera podían acceder a la Universidad, salvo para ejercer de maestras. A esto hay que añadir el factor de la Guerra Civil, que además de acabar con el florecimiento que hubo en la Segunda República, provocó que muchas intelectuales republicanas acabasen ejerciendo en la Unión Soviética.


Así, el gran nombre de mujer de la Ciencia española es el de Margarita Salas, discípula de Severo Ochoa. Sin embargo, para poder despuntar tuvo que emigrar a Estados Unidos y estar acompañada de su marido, también científico. Hoy en día, la bioquímica asturiana sigue siendo el gran referente, la figura pionera que se pone como ejemplo y que ofrece conferencias no sólo contando su experiencia, sino aportando cosas nuevas en la primera línea del conocimiento. Quizá ella también merezca una película, aunque valdría con una producción modesta, como las historias de las mujeres en la Ciencia, llena de batas en lugar de togas y con microscopios en lugar de espadas, aunque su lucha haya sido más dura que la de los gladiadores.