Alimentación España , Salamanca, Jueves, 05 de mayo de 2005 a las 13:56

La reforestación de zonas agrarias en Castilla y León ha convertido los bosques en islas con ecosistemas propios

Juan Carlos Atienza, técnico de la Sociedad Española de Ornitología, ha evaluado los efectos de esta técnica y sus repercusiones en insectos y aves

Ana Victoria Pérez/DICYT El investigador de la Sociedad Española de Ornitología, Juan Carlos Atienza, ha evaluado los efectos que tiene en la fauna castellano leonesa la reforestación de las zonas agrarias. Los trabajos de campo, desarrollados en la Tierra de Campiñas, entre las provincias de Ávila, Salamanca y Valladolid, demuestran que la forma en la que se está llevando a cabo dicho proceso de reforestación debería modificarse para optimizar los resultados y mejorar el hábitat de determinadas clases de insectos y de aves de pequeño tamaño, aunque sin perder de vista que el avance del bosque puede significar también un empeoramiento de las condiciones de vida de las grandes aves esteparias.

Juan Carlos Atienza ha explicado a DICYT que "desde la incorporación de España a la Unión Europea, la Comunidad de Castilla y León se ha visto forzada a adherirse a los programas que incentivan la sustitutición de la agricultura cerealista por las prácticas silvícola. Una medida con la que los artífices de la Política Agraria Común pretenden, desde 1985, terminar con los cultivos excedentarios. La aplicación de la reforestación a comunidades como Castilla y León, donde la mayor parte de las explotaciones con baja competitividad comercial son minifundistas, ha dejado un paisaje peculiar donde los pequeños bosques que salpican el páramo se han convertido en auténticos ecosistemas isla".

Precisamente para estudiar este paisaje fragmentado, el biólogo Juan Carlos Atienza ha recurrido a una vieja teoría científica, pensada inicialmente para describir los procesos por los que atraviesa la fauna que habita en las islas oceánicas. Según la teoría general de biogeografía de islas, formulada en 1963 por los científicos Wilson y McArthur, el número de especies que habitan en una isla estará determinado por la extinción y por la inmigración. De esta forma, mientras que la extinción estará condicionada por el tamaño que tenga la isla, el número de especies nuevas que llegan a este territorio variará en función de la distancia que lo separa de la tierra firme.

Atienza explica que "el efecto que causa una pequeña extensión de bosque, generalmente de pinos en medio de una estepa cerealista, es similar al que se produce en la isla. Con el estudio hemos tratado de determinar si estas plantaciones de pinos son capaces de enriquecer el hábitat de la Tierra de Campiñas favoreciendo la incorporación de nuevas especies, en este caso hemos enfocado el estudio en especies de hormigas coleópteros (escarabajos) y determinados tipos de aves. Una vez instaladas también hemos estudiado la importancia del denominado efecto borde", por el que las especies tienden a establecerse en el centro de los bosques.

Vivir en la frontera

Durante el estudio, el investigador recorrió 35 plantaciones de pinos con extensiones muy dispares que van desde las 211 hectáreas a las 0’69 hectáreas. Entre todas ellas se identificaron 33 especies diferentes de hormigas, 56 de coleópteros y 44 tipos de aves distintas. El reconocimientos de cada uno de estos ecosistemas sirvió para determinar que existe una relación directa entre la extensión de los bosques y el número de especies que albergan, pero lo que es más importante, también se pudo comprobar que tanto las aves como las hormigas y los coleópteros prefieren habitar en el interior de los bosques, donde las condiciones de temperatura y los recursos alimenticios son más favorables, además de reducirse los riesgos de sufrir ataques por parte de los depredadores. Los animales tienden a abandonar aquellos bosques en los que se ven obligados a instalarse muy cerca de sus límites, y esto es lo que se conoce como "efecto borde".

Juan Carlos Atienza puntualiza: "Finalmente descubrimos que aquellas plantaciones con una extensión inferior a dos hectáreas no favorecen la aparición de nuevas especies de insectos forestales, ni de hormigas o coleópteros. Lo óptimo sería que al menos las plantaciones superasen las 10 hectáreas. En el caso de las aves, los estudios han demostrado que la extensión de los bosques debe superar las 25 hectáreas para mantener al menos al 50% de las especies que nidifican en ellos. "La falta de recursos económicos y el minifundismo hace que la tendencia a reforestar dé como resultado bosques pequeños y, aunque no es fácil incrementar los fondos que se destinan a esta actividad, el segundo factor mejoraría si los agricultores uniesen sus propiedades y reforestasen extensiones de terreno más grandes", propone Atienza.

Los grandes perjudicados
Aunque el estudio desarrollado por el biólogo Juan Carlos Atienza se ha centrado en analizar cuáles son las condiciones óptimas en las que se debe realizar la reforestación para que determinadas especies animales se instalen en la zona, hay que puntualizar que el fin de las grandes extensiones cerealistas pone en peligro serio a otro tipo de fauna. "Sabemos que la práctica de la reforestación está dañando seriamente el hábitat de las aves esteparias como la avutarda, el sisón o el cernícalo primilla, cuyas poblaciones se han visto reducidas drásticamente en los últimos años", explica Juan Carlos Atienza. Precisamente, y para llamar la atención sobre este problema, la Sociedad Española de Ornitología eligió a la avutarda Ave del Año del pasado 2004.