Tecnología España Villamayor de La Armuña, Salamanca, Martes, 11 de mayo de 2004 a las 13:20

Las entrañas de una piedra en extinción

La estructura interna de la arenisca de Villamayor pone en duda su fama de poco robusta

Ana Victoria Pérez/DICYT Como cualquier tesoro, está bien escondido y es un bien escaso; quizás Éste sea el motivo por el que a los canteros de la localidad salmantina de Villamayor les cueste, cada vez más, encontrar yacimientos de una piedra que desde hace siglos sustenta los cimientos de Salamanca. La demanda de suelo urbanizable y la proximidad de esta localidad a la capital hacen cada vez más complicado localizar canteras como las de antes, y la mayoría de las que recuerdan los abuelos de este pueblo salmantino hace ya tiempo que se explotaron. Se trata de una piedra única y caprichosa, que no hace mucho ha conocido nuevos mercados como el zamorano, el vallisoletano o el madrileño, ya que su porosidad, la cantidad de agua que es capaz de absorber y su apariencia blanda han hecho dudar a arquitectos e ingenieros de su robustez. Además, tal y como ha contado a DICYT David Mellado, geólogo de la empresa Canteras Regias de Villamayor, "cada vez que se abre una cantera de arenisca dorada se hace sin saber realmente qué cantidad de material se va a poder extraer y durante cuánto tiempo, aunque su vida y dimensiones son mucho menores que las de cualquier otro tipo de piedra". Lo más habitual es que la explotación en una cantera de este tipo no dure más de tres años, dependiendo de la demanda de material que haya tenido la empresa explotadora, pero su escasez y sus especiales características tienen mucho que ver con su origen.

 

Hace 30 millones de años

 

A finales de la Era Terciaria, la actual cuenca del Duero crecía imparable, alimentada por las aguas de caudalosos afluentes que surcaban la meseta desde las zonas elevadas hasta el interior. El centro de la región era en realidad un inmenso lago. Los materiales que estos afluentes arrastraban desde los bordes de la cuenca, zonas como la Sierra de Francia, sedimentaron poco a poco rellenando los canales de los ríos primitivos con pequeñas formaciones de arenisca que ahora dejan al descubierto las catas que realizan los canteros. El discurrir caprichoso de los cauces de agua ha dado lugar, 6'5 millones de años después, a yacimientos dispersos, poco profundos e irregulares, y a una piedra muy homogénea, porosa y de apariencia blanda que, sin embargo, es capaz de cimentar edificios como la Catedral Vieja salmantina durante más de nueve siglos.

 

Pero ni el "buen estado de conservación de los monumentos", que sorprendió incluso a los técnicos que en 1984 redactaron un informe para la declaración de Salamanca como Ciudad Patrimonio de la Humanidad, ni la profusión de edificios en los que se ha colocado han convencido a muchos ingenieros y arquitectos de la resistencia de esta piedra, que es incapaz de aprobar con nota ninguno de los ensayos técnicos que se realizan para determinar la calidad de las areniscas. Para algunos expertos como Fernando Madruga, coautor del libro La piedra de Villamayor, el problema no residía en la materia prima, sino más bien en las pruebas.

 

La arenisca dorada de Villamayor es una piedra muy porosa, hueca en el 30% de su volumen y con una capacidad de absorción de agua impensable para cualquier otra piedra de construcción, unas características a las que se une su falta de rigidez interna para adaptarse a los cambios de volumen que experimenta con las variaciones de agua que circula por su interior.

 

Como hilos de seda

 

En las piedras de buena calidad, aquellas en las que el tamaño de los poros que la configuran no supera los 10 micrómetros (la millonésima parte de un metro), la resistencia a la dilatación y la contracción las hace permanecer inalterables después de 40 ciclos. Esto es posible gracias a la composición interna de la piedra, en la que se distribuyen dos materiales: la ilita y la esmectita. La primera forma hilos de mineral delgados que taponan los poros y sujetan los nódulos de esmectita, por lo que a más cantidad de ilita obtendremos una piedra más resistente y de mejor calidad. Se trata de una arenisca arraigada profundamente al clima salmantino, capaz de resistir los calores extremos del verano y los rigores del invierno, pero incapaz de emigrar más al Norte, donde el grado de humedad relativa en el ambiente es muy alto en cualquier época del año.

 

Estas características eran conocidas a la perfección por los arquitectos barrocos, quienes tenían muy en cuenta el espacio vital de la arenisca de Villamayor, le dejaban aire suficiente para respirar y permitir que el agua  saliese al exterior a través de drenajes, o se distribuyese por igual en las paredes del edificio, como ocurre en la portada de la Plaza Mayor salmantina, donde cada una de las tres balconadas que la componen está separada de la anterior por una cornisa de granito, que  reparte la humedad en tres niveles evitando su concentración en la parte inferior de la estructura.

 

Unos conocimientos que deben extenderse, como bien advierte David Mellado, al trabajado de la piedra y su posterior colocación en la obra, ya que si la escasa dureza de esta roca permite cortarla en seco, algo impensable en materiales como el granito, esta misma cualidad exige que cada una de las placas que se colocan en una fachada tenga, al menos, ocho centímetros de espesor, mientras que lo habitual en otros materiales son grosores de tres centímetros.

 

Saberes que se han transmitido como un legado a lo largo de los siglos y que ahora deben sistematizarse para adaptarse a los nuevos requerimientos comerciales de control de calidad. Mientras, las canteras continuarán alimentando el corazón dorado de la ciudad del Tormes. Al menos hasta que el tesoro que duerme desde hace 30 millones de años en las entrañas de estas tierras se agote.