Ciencia Argentina , Argentina, Viernes, 11 de septiembre de 2009 a las 12:04

“No me interesa encerrarme en un laboratorio”

Hugo Scolnik en licenciado en Ciencias Matemáticas de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y doctor en la misma disciplina por la Universidad de Zurich

Manuel Crespo/CAEU-OEI-AECID/DICYT A Hugo Scolnik no le gusta aislarse en el interior de cuatro paredes. Licenciado en Ciencias Matemáticas de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y doctor en la misma disciplina por la Universidad de Zurich, es un científico que no le escapa al mundo de las empresas, sino todo lo contrario: ha edificado una carrera a partir de un continuo intercambio entre la investigación y el desarrollo. O como le gusta decir a él: entre la ciencia y la realidad.

 

La gama de intereses de Scolnik no se circunscribe a la matemática. Es uno de los pioneros de la informática en la Argentina. En 1984 creó el Departamento de Computación de Ciencias Exactas de la UBA, donde todavía trabaja. Figura como coautor de la Ley argentina de Firma Digital e incluso fue uno de los líderes del equipo nacional que participó en 2002 del campeonato de fútbol de robots. Pero su especialidad es la criptografía, cuyo objetivo —cifrar y descifrar mensajes ocultos— se basa en la matemática de alta complejidad. Reconocido mundialmente, Scolnik se encuentra trabajando en un método para quebrar cualquier clave RSA en un tiempo relativamente breve. Las claves RSA se usan para proteger casi toda la información en tránsito por las redes de información global, desde cuentas bancarias hasta sistemas de seguridad. Algo así como el sueño de todo ladrón profesional. Pero Scolnik no hablará de eso durante la entrevista. Sea por superstición o por perfeccionismo, sólo dirá que el proyecto está en su “etapa final, la más complicada de todas”. Como buen criptógrafo, Scolnik sabe bien que la información vale mucho.

 

P: En otra entrevista usted declaró que se dedicaba tanto a la investigación como al trabajo con empresas porque le interesaba la relación entre ciencia y realidad. ¿Considera que hay regiones en las que estos ámbitos no se tocan?

R: En la Argentina, por ejemplo. El hacer ciencia como un valor cultural es algo típico en los países subdesarrollados. Acá los científicos son como los violinistas del Teatro Colón: queda bien tenerlos, así demostramos que somos cultos y distintos a otros países latinoamericanos, pero ahí se acabó la historia. En términos relativos, la Argentina tiene más tecnología que países vecinos como Chile, Paraguay y Uruguay, pero a la larga el científico es un trabajador como cualquier otro. Lo que mira a fin de mes es el salario en su bolsillo. Hoy en día el sistema reclama que el científico publique trabajos de investigación en revistas internacionales con referato. Sólo así puede cobrar incentivos. El sistema te lleva de las narices para hacer determinadas cosas. Esto provocó un gran divorcio entre la realidad y el quehacer científico: es muy difícil encontrar investigadores que quieran dedicarse a trabajos aplicados. En la universidad, ¿cómo puede maximizar su carrera un científico joven? Si quiere ser jefe de trabajos prácticos, por ejemplo, tiene que entrar en un concurso que siempre da ganador al que más artículos publicó. De esta forma sólo se prioriza la ciencia pura, tradicional, que tiene que ver con los orígenes elitistas de la ciencia en la Argentina. Y tampoco hay una cultura empresaria que acuda a la investigación para conocer nuevas ideas y productos. Hay empresarios que me dicen que es muy difícil desentrañar los resultados de las investigaciones científicas. Yo les contesto: miren, si no tienen a nadie en sus empresas que entienda eso que se investigó y lo pueda poner en práctica, bueno, mejor vayan cerrando. Las empresas competitivas a nivel mundial son las que tienen investigación y desarrollo. Es algo obvio. Hay un desinterés por parte del mundo empresario. Por lo menos en la Argentina hay muy pocas empresas que se dedican a desarrollar tecnología de punta.

 

P: En este marco, ¿cuál es la relación entre ciencia y sociedad?

R: Tenemos una sociedad que no valora la ciencia en ningún sentido. En un momento de mi vida trabajé con empresas de Japón. Tuve que viajar varias veces y conocer fábricas. En una de ellas se estaba celebrando una asamblea en la que los trabajadores discutían si debía haber un aumento de salarios o si debía invertirse ese dinero en investigación y desarrollo. Los obreros se decidieron por esto último. Su análisis fue el siguiente: Japón tiene un liderazgo en tecnología que hay que mantener, ahí va a estar el bienestar de nuestros hijos y de nuestros nietos, hay que hacer el sacrificio. A esos trabajadores no se les tiene que explicar qué son la ciencia y la tecnología. Acá todavía hay un larguísimo camino por recorrer para generar esa visión. A mí no me interesa encerrarme en un laboratorio. Hago investigación y publico artículos por placer, pero también me atraen los problemas de la realidad, que son más difíciles que los del laboratorio y a la vez también motivan nuevos caminos de investigación. Una vez un investigador húngaro me dijo que cuando veía un país con un 50 por ciento de investigación pura sabía inmediatamente que era un país subdesarrollado. ¿Qué le queda entonces a la Argentina, donde la mayor parte de la investigación es pura?

 

P: En el imaginario social, no sólo de la Argentina sino también de muchos países de Iberoamérica, hay una imagen del científico como un personaje que está fuera de la realidad, sumergido en problemas abstractos, con la bata de científico y los pelos desgreñados, sin ningún pie en la tierra. ¿Cómo se hace para desmontar esa imagen?

R: Cuando yo era chico, la madre le decía al hijo que tenía que estudiar abogacía. Hoy en la Argentina se gradúan cuatro abogados por cada ingeniero recibido. Cómo llegamos a esto, no sé. Es posible que las razones sean múltiples. Con seguridad, una de ellas es el pésimo nivel del secundario, donde ya se empieza a tejer esta idea no muy profunda acerca de lo que supuestamente tiene que ser la ciencia. Realmente no está muy claro cómo se combate esa falsa imagen: hay en el medio factores culturales muy arraigados y a la vez muy perjudiciales.

 

P: Usted fundó el Departamento de Informática en la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Más allá de los adelantos lógicos que se han dado con el tiempo, ¿cómo ve hoy al sistema informático en el ámbito universitario?

R: En términos relativos está bastante bien. De hecho, nunca deja de sorprenderme lo que han conseguido, con tan pocos recursos, los investigadores argentinos. En competencias internacionales de programación, Ciencias Exactas siempre está metida en los primeros puestos. Hubo años en los que quedó por encima de Stanford, del MIT, de Harvard, y siempre con investigadores que no están dedicados a tiempo completo, que tienen que trabajar para subsistir y costearse los estudios. Aunque también a nivel general, siempre hablando de la Argentina, de un tiempo a esta parte se han visto algunas mejoras. Hubo un crecimiento de becas en el CONICET, eso facilitó la vida a muchos investigadores jóvenes. También hubo crecimientos en promoción de desarrollo de software. Hoy en día la informática es un factor económico multiplicador, al que no se debe dejar de prestar atención.

 

P: En algunas universidades argentinas, los departamentos de computación se quejan de que sólo cuentan con un rol instrumental, de soporte. ¿Qué piensa al respecto?

R: Eso no pasa en las universidades importantes —la UBA, la Universidad de La Plata, la Universidad del Sur—, donde los departamentos de computación son tan fuertes como cualquier otro. Al principio, en el caso de Ciencias Exactas, a nosotros se nos hizo muy duro. Tuvimos que pelear contra muchísimos preconceptos. Éramos los recién llegados, se creía que lo nuestro no era ciencia. Tuvimos que maniobrar mucho hasta ser reconocidos. Pero hoy nadie duda de nuestra legitimidad. Sí damos apoyo a otros departamentos, pero no estamos para arreglar computadoras o instalar programas. El rol de un departamento de informática debe girar alrededor de la investigación y la docencia. La informática es una ciencia en sí misma, aunque es verdad que contiene un factor de transversalidad que por ahí otras disciplinas no tienen: hay un poco de matemática, de física, de ingeniería electrónica. En cuanto a las aplicaciones, es verdad que toca todas las áreas, pero eso no la limita de ninguna manera.

 

P: De hecho, hoy la informática permite generar nuevas formas de acceso al conocimiento. Hablo del open access, de la fundación de sitios universitarios con entrada a sus repositorios documentales. ¿Puede ser que la informática esté ayudando a solucionar eso que usted decía antes, la distancia entre ciencia y realidad?

R: Puede ser, aunque todavía resta encontrar una manera atractiva de generar ese acercamiento. Hay que buscar vías innovadoras, porque sino el efecto se limita al público especializado. Se trata de encontrar un gancho, lo que al fondo de todo esto es un problema para la ciencia de la comunicación. Más allá de los adelantos tecnológicos, se debe tener mucha imaginación para acortar las brechas culturales. Esto tiene que ver con algo más amplio: cómo hacer para que la ciencia y la tecnología tengan un valor real en el imaginario colectivo. Todo depende, otra vez, de los medios que se emplean a esos fines. En la universidad nosotros nos esforzamos mucho para comunicar lo que hacemos. Trabajamos con colegios secundarios, con cárceles, en un sinnúmero de actividades por las que nadie nos paga. De nuevo, todo nace de los errores en el mecanismo de evaluación. Si va un investigador a concurso y dice que no escribió papers porque estaba enseñando en una cárcel, ese investigador sale último seguro. Cuál es el criterio para evaluar, ahí está el problema. El asunto es que no se da espacio a los esfuerzos que suponen riesgos. Si cualquier investigador presenta un proyecto que entraña apenas una pequeña modificación de lo que ya hizo, el burócrata lo aprueba de inmediato, sin pensar, si total en la bibliografía consta que ese investigador ya publicó. Ahora, si va otro investigador y presenta un proyecto nuevo, innovador, con altas probabilidades de riesgo pero también con altas probabilidades de generar un éxito enorme, ese investigador nunca recibirá la ayuda que necesita. Y también está el problema del tiempo. En ciencia aplicada hay algo que se llama “time to market”, o sea el tiempo que se necesita para llevar un producto al mercado. En la Argentina, hasta que te aprueben un proyecto puede pasar cerca de un año y medio. Así no hay “time to market” que valga.

 

P: Usted trabaja en criptografía, en especial en lo que hace a seguridad informática. Esto afecta a todos los países por igual, más allá de la región a la que pertenezcan, ya que para Internet no hay barreras. ¿Cómo se hace, entonces, para encontrar soluciones globales al riesgo informático?

R: Es muy difícil. Habría una solución técnica: los certificados digitales. Los usuarios pueden tener sus propios certificados, por lo que si tratamos con una empresa a través de Internet estaríamos hablando de una comunicación segura. Esto marcaría el fin del spam, por ejemplo, porque uno podría determinar en su certificado qué información quisiera recibir. Pero masificar el uso de los certificados es una tarea muy compleja. El usuario promedio no conoce nada de Internet, ni acá ni en el resto del mundo. Y el riesgo es mucho. Hace poco estuve en un congreso en Brasil y me tenía que conectar a Internet. Por suerte estaba protegido, porque tenía un aviso de virus cada veinte segundos. También está la posibilidad de dejar en manos de una empresa la responsabilidad de cuidar tu computadora. Creo que vamos hacia un modelo en el que la seguridad correrá por cuenta de un tercero.

 

P: Pero si uno delegara la facultad de controlar su información, ¿eso no contradeciría la idea de que Internet es el lugar del usuario, donde la información debe ser libre?

R: Una cosa no quita a la otra. Habrá dos Internet: una con cada vez más información libre y otra particular, de la que cada usuario tendrá su llave de ingreso. Hoy ya ocurre con las casillas de correo más conocidas. La que viene será una Internet a dos tiempos, una abierta y otra cerrada, una codificada y otra no codificada.

 

P: ¿Hacia dónde se dirige la informática? ¿Cuál será el próximo paso?

R: La informática cuántica. Todavía no se sabe mucho al respecto. Se pueden generar fotones emparentados. Son como hermanos mellizos. Los separo a 100 kilómetros de distancia y hago girar uno de los fotones: el otro gira también. Cómo, nadie lo sabe. Es una nueva forma de transmitir y reproducir información sobre la que nadie conoce demasiado. A partir de eso podrían construirse procesadores, aparatos, aunque ya hay algunos prototipos. Hay mucha gente que ya está trabajando en eso. Yo creo que ahí está el futuro. Todavía falta, pero igual nadie sabe cuánto tiempo ni cómo nos va a afectar. Una de las cuestiones más interesantes respecto del cambio del paradigma tecnológico es su efecto en el paradigma social. La tecnología avanza tan rápidamente que no da tiempo a reflexionar desde el punto de vista de las ciencias sociales. Pasa en educación, por ejemplo. En computación se estudia mucho la interfase hombre-máquina. En la escuela la interfase sigue siendo la maestra con el pizarrón y la tiza. En la calle, cuando el chico sale de la escuela, la interfaz es el celular, es Internet, son los videojuegos. En ese sentido, la escuela es obsoleta. De no mediar un cambio, nos vamos a transformar en una sociedad de consumo pasivo. No seremos los dueños de la tecnología. Al contrario: la tecnología se adueñará de nosotros.