Alimentación España , Burgos, Miércoles, 14 de noviembre de 2012 a las 17:38
SEMANA DE LA CIENCIA 2012

Cien años de la Teoría de la Deriva Continental, el por qué de los océanos y los continentes

Josep María Parés, coordinador del Programa de Investigación de Geocronología del CENIEH, profundiza en las implicaciones de la teoría de Wegener

Cristina G. Pedraz/DICYT En 1912 el científico alemán Alfred Weneger postuló por primera vez el concepto de Deriva Continental, o lo que es lo mismo, cómo en el pasado (hace unos 300 millones de años) los continentes habían estado agrupados en una única masa de tierra firme, un supercontinente al que llamó Pangea, y que a lo largo de la historia geológica se habían fragmentado y desplazado hasta adoptar su posición actual. Estos postulados, que entonces fueron rechazados prácticamente por toda la comunidad científica internacional, supusieron una auténtica revolución y permitieron, ya en los años 60, desarrollar toda la Teoría de la Tectónica de Placas que explica, entre otros aspectos, la formación de montañas o el origen de los terremotos.


Josep María Parés, coordinador del Programa de Investigación de Geocronología del CENIEH (Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana), explica a DiCYT la evolución de estas teorías cuando se cumplen 100 años desde que Wegener expusiera públicamente sus pensamientos acerca de la Deriva Continental.

 

“Wegener realizó una serie de observaciones y formuló este concepto de dinamismo. A pesar de las pruebas que aportó su Teoría fue unánimemente rechaza y, aunque en 1915 publicó una obra llamada El origen de los continentes y océanos, no fue hasta unos años después cuando la obra fue traducida al inglés, y así más difundida a nivel internacional, pero incluso así no fue aceptado ese concepto de que los continentes se desplazaban o navegaban en la superficie terrestre”.


Para postular esta Teoría Wegener se fijó, por ejemplo, en algo que se había observado anteriormente, “el encaje de las líneas de costa a ambos lados del Atlántico”. “Por así decirlo, uno puede cerrar el océano y la costa este del continente Sudamericano encaja muy bien con la costa oeste de África, y la parte más septentrional de Norteamérica encaja razonablemente con la costa europea”. Asimismo, recuerda el experto, Wegener explicaba con este concepto la distribución de fósiles. “En aquel momento, ya se conocían fósiles de reptiles y plantas que se encontraban esparcidos en distintos puntos del planeta, en continentes desconectados, y reconstruyendo este supercontinente se podía explicar la distribución de fósiles porque, sencillamente, habían formado parte de una única superficie continental”.


Por otro lado, la Deriva Continental revelaba también el tema de provincias y depósitos geológicos, es decir, “el hecho de encontrar hoy en día relictos glaciales en latitudes muy bajas, cerca del Trópico, lo que se puede explicar con el desplazamiento de los continentes”.

 

Pese a su rechazo inicial, en los años 40 y 50 la Teoría de la Deriva Continental supuso una auténtica revolución. En esos años se empieza a investigar el fondo oceánico, que ocupa casi el 70 por ciento de la superficie terrestre y que era prácticamente un desconocido, apunta Parés, ya que se pensaba que el fondo marino estaba formado por grandes superficies lisas. “Con la exploración del fondo oceánico, debida principalmente a fines militares como el desarrollo de sensores para encontrar submarinos, se observan dos cosas: que el fondo oceánico presenta grandes cadenas montañosas y que existen una serie de anomalías magnéticas en el subsuelo”. Así, se empieza a postular la idea de que el suelo oceánico “está creciendo” y que se ha desarrollado “durante los últimos 180 millones de años”. A ello se une el paleomagnetismo, “el hecho de que las rocas graban el campo geomagnético del pasado aportando un sistema de referencia, puesto que si tomamos dos masas rocosas, dos continentes que se han desplazado entre sí, podemos cuantificar su movimiento relativo mediante el estudio paleomagnético”.


Ya hacia1963, todos estos conceptos “aparentemente desconectados” se integraron en un único modelo, el de la Teoría de la Tectónica de Placas, basado en que “la superficie terrestre es un conjunto de placas oceánicas continentales que se mueven entre sí, y ese movimiento produce cadenas montañosas, volcanes, terremotos, etc”, lo que supuso la culminación del concepto original de la Deriva Continental.


Semana de la Ciencia 2012

 

Josep María Parés impartirá mañana jueves en el Museo de la Evolución Humana (MEH) una charla que lleva el nombre de Pangea: cuando en la Tierra solo había un continente, con motivo de la Semana de la Ciencia 2012. Coordinador del programa de investigación en Geocronología del CENIEH, Parés es doctor en Ciencias Geológicas por la Universidad de Barcelona donde fue responsable de su laboratorio de Paleomagnetismo. Antes de incorporarse al Cenieh desarrolló su trabajo en el equipo de investigación de Geología de la Universidad de Michigan. Lleva más de 25 años en el Equipo de Investigación de Atapuerca.


El programa de investigación en Geocronología del CENIEH trabaja en el desarrollo métodos cronológicos para establecer la antigüedad de yacimientos arqueológicos y paleontológicos, fundamentalmente. Para ello, explica su responsable, utilizan distintas herramientas como el paleomagnetismo, “el estudio del magnetismo fósil en rocas y sedimentos”; técnicas basadas en procesos de caída radiactiva de isótopos del uranio y torio; luminiscencia, “que se basa en el daño acumulado en granos de cuarzo después de su enterramiento”, y finalmente una herramienta que se basa en un principio físico similar al de la luminiscencia, como es la resonancia paramagnética electrónica.


El ciclo de charlas se cierra el viernes 16 a cargo del doctor y profesor de la Universidad de Burgos, Ángel Carrancho, que hablará sobre Fuego, hierros e imanes. Carrancho es especialista en Arqueomagnetismo, una técnica de datación.

 

 

 

Teoría de la Deriva Continental
Para Wegener; al final del Carbonífero, hace aproximadamente 290 millones de años, sólo existía un único continente, Pangea. Esa inmensa masa continental se habría fragmentado posteriormente en distintas direcciones, de tal manera que en el Eoceno ya se podrían distinguir con claridad dos continentes: el eurasiático, que se comunicaba, a través de Escandinavia con Norteamérica, dando lugar a un supercontinente septentrional llamado Laurasia, y, al sur, una serie de bloques continentales (hoy separados) que constituía el supercontinente de Gondwana, el cual comprendía a Sudamérica, Antártida, Australia y África.