Alimentación Colombia , Antioquia, Lunes, 07 de julio de 2014 a las 13:25

Las "guarderías" de peces del golfo de Urabá

Los estuarios, áreas donde un río se confunde con el mar, son ecosistemas esenciales para la diversidad biológica. Los grupos Ictiología y Estudios Oceánicos ―GEOC― investigan su importancia ecológica en el delta del Atrato

UDEA/DICYT Los peces, en sus etapas infantiles, huevos y larvas, son sumamente vulnerables. Suelen ser comida predilecta de muchas otras especies acuáticas y no pueden competir fácilmente por alimento. Por eso es frecuente que busquen espacios protegidos y ricos en nutrientes para esta etapa.


Esta dinámica es fuerte en la tórrida región de Antioquia y Chocó donde el río Atrato desagua en el mar Caribe por más de 15 bocas. En esta zona baja, río y mar, agua dulce y agua salada, se encuentran e interactúan en un espacio geográfico llamado estuario. “El hábitat estuarino más conocido de la región es el manglar, pero hay otros como el arracachal y el eneal, un pasto que coloniza fácilmente las zonas de sedimentos blandos”, indica Tatiana Correa, investigadora de los grupos Ictiología ―GIUA― y Estudios Oceánicos ―GEOC―, este último ubicado en la sede de la Alma Mater en Turbo.


Es sabido que el manglar cumple una función de guardería para esos peces en desarrollo. “Peces marinos y algunos de agua dulce visitan los estuarios en cierta época del año para desovar; también hay larvas que se vienen desarrollando en el mar abierto y que migran hasta los estuarios para terminar su desarrollo en la etapa juvenil”, explica Juan Diego Correa Rendón, coordinador del grupo. “También se sabe bien que algunos ecosistemas costeros, como arrecifes coralinos, praderas de pastos marinos, manglares, son estratégicos para el desarrollo de estas especies”.


Ahora, Tatiana se interesa en saber si otros ecosistemas estuarinos del delta del Atrato también tienen ese papel ecológico del manglar: ser refugio para las nuevas generaciones de peces.


Para ello, durante el último año, Tatiana Correa realizó muestreos mensuales en la boca Leoncito y la bahía Marirrío. “Se capturaron peces usando atarraya y dos trasmallos de ojo de malla diferente, para conseguir diferentes estadios de desarrollo”, indica. “Se midieron también factores químicos, físicos, temperatura, salinidad y transparencia del agua; se analizó la clorofila A, los sólidos suspendidos y el zooplancton. También se colecto ictioplancton, es decir, las larvas y los huevos de los peces”.


Con los ejemplares y muestras, la ictióloga ya comenzó el proceso de laboratorio. Se analizan para conocer a qué especie corresponden y determinar en qué fase o estado reproductivo se encuentran. Luego se relacionan estas etapas con las dinámicas de agua dulce y salada y con los cambios estacionales.


Aunque el análisis está comenzando, ya hay resultados parciales que sorprenden y alertan. “Se encuentran acá muchas larvas de especies que en su etapa adulta no viven dentro del golfo de Urabá. Son peces marinos e incluso coralinos, cuyas larvas están llegando acá. Quizás las corrientes los traigan, pero aún no podemos decir con certeza si están terminando su crianza acá”, comenta Tatiana.


Lo que ya está claro es que el estuario es un refugio incluso para especies de ecosistemas distantes. “Esto pone en evidencia la importancia de conservar este ecosistema para el mantenimiento de la diversidad marina y de agua dulce”, enfatiza el profesor Juan Diego Correa.

Amenazas para peces y humanos


Más allá de la importancia inherente de conocer la ecología de los peces, el estudio es una alerta. “El estuario es una zona muy intervenida por el ser humano, particularmente a nivel pesquero. Allí los pescadores artesanales exponen sus redes o calan sus anzuelos” explica Juan Diego Correa. “Gran parte de las especies son objeto de captura. Algunas especies tienen gran presión, por su tamaño o la calidad de su carne”, complementa. Y, además, esta la mayor amenaza: la destrucción, contaminación o intervención de esos manglares, eneales y pastos.


Si no se toman medidas prontas de conservación, muchas especies podrían desaparecer en la región, como Epinephelus itajara, Epinephelus striatus, Lutjanus jocu y Centropomus undecimalis; en palabras comunes: especies de meros, pargos y róbalos. Esto, sin duda, tendría un gran impacto social y económico para las comunidades que viven de la pesca y hasta para la cultura alimentaria y gastronómica del país.


“Ya iniciamos un proyecto de extensión para intercambiar conocimiento y contarles a las comunidades qué estamos encontrando, especialmente sobre las larvas” explica Tatiana Correa. “Los pescadores dirigen su atención a los peces adultos, no a las larvas, y además no tienen acceso a un estereoscopio para ver lo que nosotros vemos”.


Hay una relación directa entre la diversidad biológica y la diversidad cultural y social de la región, y la ciencia se alimenta de los saberes tradicionales. “El pescador tiene un conocimiento ecológico muy desarrollado sobre la forma como se distribuyen los peces. Sabe también cuando entran al río especies marinas, como pargos y sábalos, que remontan muchos kilómetros persiguiendo sus presas. De esa manera dirige su esfuerzo pesquero”, comenta el profesor Correa Rendón.


Las comunidades son conscientes de que el deterioro de ecosistemas estuarinos tiene repercusiones directas sobre las poblaciones de peces y, por ende, sobre su sustento. “Junto a estas poblaciones, Corpouraba lidera estrategias de conservación de manglares y desarrolla alternativas de aprovechamiento que no signifiquen el agotamiento del recurso, como proyectos de apicultura o extracción de semillas de mangle con fines ornamentales”, afirma el investigador.


Estos procesos se hacen viables cuando la comunidad y la ciencia intercambian sus conocimientos, dialogan sobre los desafíos y coordinan soluciones. Con trabajo y compromiso, peces de mar y río seguirán creciendo en sus refugios de mangle, arracacho y aguas calmas.