Cultura Argentina , Argentina, Viernes, 18 de diciembre de 2015 a las 15:49

Un largo camino a casa

Tras más de cien años regresan al Museo Argentino de Ciencias Naturales los restos fósiles del primer cocodrilo marino hallado en Sudamérica

CONICET/DICYT Buenos Aires, 1907. El naturalista argentino y director del ahora Museo Argentino de Ciencias Naturales (MACN-CONICET), Florentino Ameghino, había recibido los fósiles de un cocodrilo marino del Jurásico – aproximadamente entre 190 y 145 millones de años atrás – encontrado en la zona cordillerana de Neuquén. Como no era un especialista en ese campo contactó a su colega Arthur Smith Woodward, del Museo de Historia Natural de Londres, para saber si estaba interesado en estudiarlos ya que era la primera vez que se encontraba un reptil de esas características en América del Sur y Smith Woodward ya había descrito material similar de cocodrilos provenientes del Hemisferio Norte.

 

El británico aceptó y Ameghino le envió los restos del reptil. Sin embargo la muerte primero de Ameghino y luego de Smith Woodward sumió los fósiles en el olvido hasta que, en 2010, la curadora de la colección de Fósiles Cocodrilomorfos y Pterosaurios del Museo de Historia Natural de Londres, Lorna Steel, comenzó a buscar sus registros históricos. “Intentaba determinar su origen porque quería saber si teníamos que registrarlos oficialmente en nuestra colección o no”, cuenta la curadora.

 

Después de encontrar y revisar las cartas originales entre Ameghino y Smith Woodward descubrió que las piezas habían sido prestadas mientras Ameghino era director del MACN y contactó entonces a Alejandro Kramarz, curador de la colección de Paleovertebrados del Museo para determinar qué se debía hacer.

 

“Son realmente unos fósiles trascendentes porque fueron los primeros de su tipo para todo el continente Sudamericano”, analiza Kramarz. Al momento de su hallazgo se sabía que este tipo de cocodrilos había habitado el Hemisferio Norte pero aún no había evidencias de su presencia en Sudamérica. Si el trabajo hubiera sido publicado por Smith Woodward, habría sido el primer hallazgo científicamente documentado para la región. “Recién en 1927 se publicó el primer registro de cocodrilos marinos fósiles en Sudamérica, y este tenía 20 años menos”, agrega el investigador.

 

A lo largo del siglo XX se hallaron otros restos de cocodrilos marinos en Neuquén, y recién en 1976 fueron descriptos formalmente como Cricosaurus araucanensis. “Cricosaurus proviene del griego crico (anillo) y saurus (reptil), en referencia al anillo esclerótico que soportaba el ojo de este animal; y araucanensis por la región araucana, en donde fue descubierto”, aclara Kramarz.

 

Cocodrilos de agua salada

 

El Cricosaurio (un metriorrínquido talatosuquio, o cocodrilo de mar) había sido hallado en la provincia de Neuquén probablemente a principios del siglo XX, aunque no hay información sobre la fecha de su colecta. Fue datado como del período Jurásico y Ameghino envió a su colega británico un cráneo casi completo – sólo le faltaba la punta del hocico -, algunas vértebras, varios huesos de las patas y dos moldes de dos glándulas especializadas que se ubicaban en el cráneo.

 

“Estos cocodrilos marinos tenían esas glándulas a través de las cuales secretaban la sal de mar por orificios en la zona de la nariz, una adaptación que aparece en algunos animales que viven en aguas salobres”, explica Belén von Baczko, becaria doctoral del CONICET en el MACN y una de las encargadas de estudiar los fósiles.

 

Esas glándulas habían desaparecido con los años, pero los sedimentos que entraron en las cavidades tras la muerte del espécimen reprodujeron la forma que tenían, y es el material que hoy en día están estudiando los investigadores.

 

El cráneo muestra que, además, este animal tenía el hocico alargado, y los ojos a los costados de la cabeza – no arriba, como los cocodrilos actuales – lo cual demuestra que vivía debajo del agua. Además, las patas estaban modificadas como aletas, que funcionaban como timón, y la cola que terminaba en una aleta vertical, como los tiburones, que le servían para propulsarse en el agua.

 

“Estos animales podían llegar a medir hasta tres metros y vivían exclusivamente en el mar, a diferencia de los cocodrilos actuales que pueden desplazarse en tierra firme”, agrega von Baczko.

 

Historia de una ida y una vuelta

 

Pablo Tubaro, investigador principal del CONICET y director del MACN, explica que del análisis de la correspondencia entre el argentino y el británico se desprende que Ameghino había recibido esos restos poco antes de contactar a Smith Woodward y que, como sabía que el especialista británico conocía bien este grupo de reptiles, le ofreció los fósiles para analizarlos.

 

“La única condición de Ameghino fue que si Smith Woodward realizaba un descubrimiento importante los resultados fueran publicados en los anales del Museo Nacional de Buenos Aires (hoy MACN). Él aceptó, con la única salvedad de que si dentro de esos materiales fósiles había piezas repetidas quedaran en la colección del Museo de Historia Natural de Londres, y Ameghino estuvo de acuerdo”, explica.

 

Después de unos años, el argentino escribió a su colega para preguntarle cómo avanzaban las investigaciones, a lo cual Smith Woodward respondió que como había sido nombrado director del Departamento de Geología del Museo Británico el estudio de las piezas se había demorado.

 

Ameghino murió en 1911, la investigación nunca se terminó ni publicó y los fósiles quedaron en el depósito del museo sin que nadie supiera de su existencia durante más de 100 años. “Aproximadamente en el año 2010 Angela Milner, una curadora anterior, me mostró los fósiles. Me explicó que provenían de Argentina y que habían sido enviados a Arthur Smith Woodward por Florentino Ameghino”, narra Steele. “Dijo que los curadores anteriores no estaban seguros sobre qué había que hacer con ellos y que no habían podido determinar de dónde provenían”, agrega Steel.

 

Así, se puso a revisar los archivos históricos del Museo de Historia Natural y encontró los documentos originales. “Ver y tocar las cartas escritas a mano de Ameghino a Smith Woodward fue realmente especial. Ameghino solía escribirle en francés, y esa fue una de las dificultades con las que me encontré a la hora de entender el tipo de arreglo al que habían llegado (con respecto a las piezas)”, continúa.

 

Pero ya, a sabiendas de que habían provenido del MACN, contactó a Kramarz, quien viajó en 2015 a Londres para traer de vuelta los fósiles. “En los archivos históricos estaba la lista original de materiales y vimos con la Dra. Steel que había materiales repetidos. Sin embargo me dijo que no tenían certeza de que esos huesos repetidos fueran del mismo individuo o de otros, y ante la duda se decidió no separar las piezas”, cuenta.

 

Tras un largo recorrido de más de un siglo, el Cricosaurus conocido como ‘El cocodrilo de Ameghino’ regresó al Museo Argentino de Ciencias Naturales y los fósiles originales, junto con una reproducción de su cabeza, serán presentados hoy en la exhibición que se preparó para contar la historia y el viaje de estas piezas, recuperadas tras más de 100 años.