Un Verano en el Hielo

Glackma 2009, Desde el año 2001 los expedicionarios Carmen Domínguez (USAL) y Adolfo Eraso (UPM), trabajan en un proyecto dedicado a monitorizar la evolución del calentamiento global utilizando los glaciares como sensores naturales.
Un Verano en el Hielo 21/08/2009

Secando el material poco a poco por el camino

A pocos kilómetros de Nikkaluokta, junto a un río de montaña, hacemos una paradita. Aquí no llueve y tenemos que empezar a secar algo el material que hemos recogido del campamento completamente mojado, hay también que recolocar la carga en el coche, ya que fue hecha muy rápidamente al bajar del helicóptero, simplemente para retirar todo de la zona de operaciones del mismo. Es tanto el material que transportamos que es necesario un acomodo concienzudamente hecho para que encaje todo perfectamente en el coche, ocupando el mínimo espacio posible y utilizando todos los huecos que haya por pequeños que sean.

Mientras comienzan a secarse un poco las cosas, extendidas en la hierba al lado del bosque, aprovechamos para darnos un baño en el río y cambiarnos la ropa mojada. En nuestro viaje de ida, antes de subir a la zona de los glaciares a trabajar, cuando llegábamos aquí desde España, el agua de este río de montaña parecía fría…, ahora después del agua a casi 0ºC donde hemos tenido que trabajar, parece que son casi aguas termales. Es increíble lo rápido que se acostumbra el cuerpo humano a las condiciones que tiene en su entrono.

Comienzan unos nubarrones a aparecer y rápidamente la lluvia va acercándose. ¡Vaya!, parece que nos persigue. Recogemos todo al coche de nuevo, no ha sido mucho tiempo pero por lo menos se ha aireando un poco. Nos ponemos en marcha hacia Estocolmo, tenemos algo menos de 1500 kilómetros ya que debemos cruzar Suecia longitudinalmente. Son ya las 19:00, pero algo avanzaremos antes de dormir. De Estocolmo volaremos a la ciudad rusa de Arkhangelsk para comenzar con la segunda parte de la expedición, en este caso al Norte de los Urales, en la frontera entre la Rusia Europea y Siberia.

Alcanzamos unos rayitos de sol… ¡qué gusto verlo de nuevo! Pero, qué poco nos dura, nos alcanzan las nubes enseguida. Salimos del círculo polar, 66º 33’ de latitud.

A la hora de dormir la lluvia nos visita de nuevo… ¡Qué lástima! Yo tenía la ilusión, antes de acostarme, de poder extender al aire un poco el saco de dormir para que se le fuera yendo la humedad, pero vamos a tener que esperar para eso.

Al día siguiente continuamos nuestro viaje en coche y según vamos avanzando hacia el sur, en lugar de encontrar el sol esperado, es la lluvia la que nos acompaña. Realmente da la sensación que somos nosotros los que la arrastramos a lo largo de Suecia.

Tenemos que aprovechar algún ratito por el camino, cuando no llueve, para ir secando poco a poco el material. Durante nuestra estancia en los Urales va a quedar recogido el coche en Estocolmo y no podemos dejar todas las cosas durante un mes con tanta humedad. Vamos aprovechando cualquier momento en que la lluvia cesa y si es posible con sol abriéndose paso entre las nubes, para poder secarlo más rápidamente. Cualquier lugar es válido, un área de descanso en la carretera, algún escampado en el bosque… sencillamente donde coincida.

Habíamos dejado un margen por si el helicóptero no podía aterrizar el día previsto debido a las condiciones meteorológicas, y como todo salió según los planes iniciales, contamos ahora con un día y medio de margen.

A unos 250 kilómetros de Estocolmo dejamos la carretera de la costa para adentrarnos un poco por el interior, moviéndonos por carreteras más pequeñitas y durante el tiempo que nos queda terminar con la operación de secado. Nos acercamos a Ockelbo, un pequeño pueblecito, muy bonito y típico del interior de Suecia. Por la carretera principal de la costa se ven los bosques continuos de taiga, es decir, la selva fría pre-ártica con abedules y abetos sobre todo. En esa continuidad de vegetación parece que sólo están habitadas las ciudades más o grandes que van apareciendo de vez en cuando por la carretera. Sin embargo al adentrarse por las carreteras del interior, uno se sorprende de los pueblos que hay y la extensión de casas con sus fincas alrededor libres de taiga.

Me llaman la atención los ríos con el agua tan oscura que llevan. No es que transporten sedimentos como ocurre en nuestras crecidas, sino que esta agua tiene un color translúcido pardo-negruzco.  Adolfo me explica que es debido al tanino y otros ácidos húmicos que se generan en los suelos y humedales de la taiga donde son frecuentes las turberas.

Transcurre el día tranquilamente y logramos finalmente dejar todo seco. Termina al mismo tiempo esta etapa de tránsito, intermedia y comienza una nueva expedición.

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