Un Verano en el Hielo

Glackma 2009, Desde el año 2001 los expedicionarios Carmen Domínguez (USAL) y Adolfo Eraso (UPM), trabajan en un proyecto dedicado a monitorizar la evolución del calentamiento global utilizando los glaciares como sensores naturales.
Un Verano en el Hielo 01/09/2009

Se complica la situación

De Arkhangelsk, Sasha nos lleva en su coche a Novodvinski, una pequeña ciudad
próxima, donde vive la madre de Oleg. Allí estaremos nosotros alojados hasta que
salgamos a los Urales. Por el camino voy observando los ríos. Continúan con el agua
color pardo negruzco, pero algo más oscura todavía que en los del Ártico Sueco. Y
eso sí, son mucho mayores y mucho más caudalosos.
A la entrada de Novodvinski hay una enorme pancarta en la que leo: “Aniversario de
la ciudad, 30 años”. Sorprendida de que sea una ciudad tan joven, le pregunto a
Sasha y me explica cómo surgió. Antes había un pueblo, pero hace 30 años se
construyó la ciudad ya que se creó la industria papelera más grande de Europa.
Llegamos a casa de Luba, la madre de Oleg. Una mujer encantadora, pendiente en todo
momento de lo que pudiéramos necesitar, pero muy discreta para no molestar… Me
recuerda a mi madre y tengo la sensación de estar en casa. Qué agradable es tener
amigos por todos lados y sentirse acogido cuando estás fuera de tu casa, de tu
gente, de tu país.
Por la noche cuando llega Oleg nos juntamos los cuatro y hablamos sobre la situación
que se ha creado con las sondas y su retención en la aduana de San Petersburgo. Han
vuelto a pedir más documentación. Es algo ya absurdo, parece el cuento de nunca
acabar. Se va a meter el fin de semana por medio y va a quedar todo paralizado. En
caso de que los liberaran finalmente al entregar toda esa documentación que piden
ahora, tendrían después que enviarlos de San Petersburgo a Arkhangelsk. Y con un
calendario delante, calculando tiempos, vemos que perderíamos los billetes de tren
que tenemos para continuar nuestra aproximación a los Urales. Debemos ir primero
desde Arkhangelsk hasta Kotlas en coche (8 horas) y de ahí a Vorkutá en tren (24
horas). Desde Vorkutá nos aproximarán al glaciar en el que planeamos trabajar al
Norte de los Urales en un helicóptero. Ha conseguido Oleg gestionar ese vuelo.
Como nos juntaremos con unos 300 kilos de equipaje para los cuatro, habían sacado
los billetes con tiempo suficiente reservando un compartimiento entero, que es para
seis personas. Esto nos permitirá poder controlar juntos a nosotros todo el material
que necesitamos transportar.
El tener que renunciar ahora a esos billetes de tren trae otras consecuencias.
Significa que nos tocará ir a los cuatro en compartimientos separados, cada uno de
nosotros intercalado donde haya algún hueco libre. Imposible poder transportar así
la totalidad del equipaje que tenemos que llevar.
Con la nueva realidad analizada, tenemos dos opciones. Una, no renunciar a nuestros
billetes de tren y salir según los planes previstos, pero sin las sondas que
quedarían en la aduana retenidas. Esto implicaría cambiar los objetivos de la
expedición. Olvidarnos de instalar la estación de medida en esta ocasión y reducir
el trabajo de exploración de la zona, seleccionando el glaciar y el lugar idóneo
para tratar de hacer la instalación otro año.
La segunda opción que tenemos es olvidarnos de la reserva del compartimiento del
tren, esperar en Arkhangelsk algunos días más y tratar de conseguir que nos
entreguen las sondas los de la aduana. Después, reducir el material a llevar a la
expedición para poder transportarlo en el tren, dispersos, cada uno donde tengamos
un hueco libre. Al reducir el material a llevar, tendríamos que reducir también
objetivos de la expedición. Seguramente olvidarnos de las exploraciones en el
glaciar y de la campaña de aforos. Nos limitaríamos a realizar la instalación de las
sondas.
Pensando todos juntos y considerando las opciones que tenemos, elegimos la segunda.
Sería la más interesante, ya que al menos las sondas quedarían ya registrando datos
desde este verano. Se completarían los trabajos otro año en una próxima expedición
que se pudiera organizar. Pero esta segunda opción lleva arraigado otro riesgo.
Esperamos algunos días a ver si conseguimos que nos liberen las sondas de la aduana…
Pero no está nada claro que se vaya a conseguir, ya que después de haberles pagado
una suma de dinero que alcanzó la mitad del valor de las sondas, la cantidad de
documentos que están pidiendo es absurda.
Decisión tomada, nos pasamos la noche preparando la documentación solicitada. Entre
ella, algo tan absurdo como la traducción del inglés al ruso de los manuales de las
sondas, donde se indican todas las características técnicas de las mismas, cómo
operan, cómo instalarlas… ¡En fin, veremos qué pasa!

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