La ciencia habla español en el continente blanco
José Pichel Andrés/SINC/DICYT Hora de levantarse en la Base Antártica Carlini. En realidad, hace mucho que ha salido el sol porque a estas alturas del verano austral la noche solo dura cinco horas, pero el desayuno está programado para las 8:30, como todos los días. La bióloga Dolores Deregibus está pendiente de la meteorología: fuera la temperatura sigue estando bajo cero, pero si el viento no supera los veinte nudos y la visibilidad es buena, hay que aprovechar el día para navegar y bucear. Su objetivo es estudiar las algas, organismos muy sensibles a los efectos del cambio climático.
Ubicada en la isla 25 de Mayo, que forma parte del archipiélago de las Shetland del Sur y que otros países llaman isla Rey Jorge, la base Carlini concentra la mayor cantidad de investigaciones científicas de Argentina en la Antártida. En esta época, la de mayor actividad, Dolores Deregibus comparte espacio con unos 40 científicos. “Nos encontramos rodeados de colegas y amigos y formamos una gran familia”, asegura, recordando que hace pocos días han celebrado juntos las fiestas de Navidad y Año Nuevo.
En su caso, no es la primera vez. Cuando llega el verano, algunas zonas de la Caleta Potter, la bahía en la que se asienta la base, quedan libres de hielo. Es el momento adecuado para investigar y no hay tiempo que perder, así que los científicos argentinos suelen pasar en este “laboratorio natural” entre dos y cuatro meses. “Uno tiende a concentrar los esfuerzos aprovechando esta oportunidad única para optimizar y maximizar la obtención de datos”, asegura. Internet hace el sacrificio más llevadero, facilitando la comunicación diaria con familiares, amigos y colegas de profesión.
Sus ojos están puestos en las macroalgas antárticas, un tipo de algas multicelulares únicas en el mundo, así que se dedica a recoger muestras, muchas veces subacuáticas, y a analizarlas en el laboratorio. “Los días son muy distintos y variados”, comenta, y casi toda la actividad depende del tiempo, extraordinariamente variable, de manera que “nunca se sabe a qué hora se termina de trabajar”, apunta la investigadora del Instituto Antártico Argentino.
Hace más de veinte años que los investigadores de su país estudian las macroalgas, ya que proporcionan muchos datos sobre los efectos del cambio climático, al ser muy sensibles ante cambios de temperatura, salinidad y alcalinidad del agua, y muy importantes para las cadenas tróficas. La razón está clara: “la Antártida es una de las regiones más afectadas por los fenómenos asociados al cambio global, como el calentamiento y el incremento estacional de la radiación ultravioleta”.
Las algas marinas antárticas están adaptadas a muy bajas temperaturas y a escasez de luz, de manera que algunas sobreviven a seis meses de total oscuridad o a profundidades de hasta 45 metros. Algunas quedan al descubierto en rocas durante la bajamar, mientras que para recolectar otras es necesario bucear.
El aumento de las temperaturas en las últimas décadas hace que haya nuevas áreas libres de hielo en la Caleta Potter, que disminuya la salinidad al incrementarse el agua del deshielo o que existan más sedimentos de origen terrestre, de manera que el equipo de Deregibus no para de encontrar nuevas comunidades de algas e invertebrados.
Argentina es el país con mayor cantidad de bases en la Antártida, un total de 13, de las que 6 son permanentes y 7 solo están habitadas en verano. Además, es el país que tiene la base más antigua, la de Orcadas, donde funciona una estación de meteorología y magnetismo desde 1904. Desde esa fecha y durante cuarenta años Argentina fue el único país con presencia permanente en el continente helado y el Instituto Antártico Argentino fue la primera institución científica del mundo dedicada a este territorio.
Símil de la vida en el espacio
Hoy en día, algunos de los proyectos argentinos en la Antártida resultan sorprendentes. La Base Belgrano II es la más cercana al Polo Sur y sus habitantes tienen que soportar condiciones extremas, pero esto permite que ellos mismos se hayan convertido en objeto de una curiosa investigación en la participa la Agencia Espacial Europea. “Es el símil más cercano de la vida en el espacio”, así que el personal de la base participa en un programa de control médico que incluye la medición de hormonas y ritmos circadianos “como antecedente para el futuro envío de personas a Marte”, explica la Dirección Nacional del Antártico.
No menos curiosa es la investigación sobre microorganismos extremófilos, aquellos que están adaptados a condiciones extremas, en este caso, a temperaturas muy bajas. El Proyecto Genoma Blanco ha permitido descifrar el genoma la bacteria Bizionia argentinensis, el primer organismo cuyo genoma ha sido secuenciado completamente en Argentina. Lo más interesante de estas formas de vida es que tienen un metabolismo extraordinario que puede tener aplicaciones biotecnológicas. Por ejemplo, para fabricar leche sin lactosa se necesitan calentar muchos litros de leche, pero “si se utilizasen enzimas de estos extremófilos, no haría falta aplicar calor, porque trabajan a bajas temperaturas”.
Sin duda, la microbiología antártica es uno de los principales secretos que los científicos de varios países tratan de desentrañar. “Las bacterias que allí aislamos pueden poseer características únicas”, comenta Gerardo González, experto de la Universidad de Concepción que, gracias al apoyo del Instituto Antártico Chileno (INACH), trabaja en la Base Profesor Julio Escudero, ubicada a pocos kilómetros de sus colegas argentinos, aunque para los chilenos esta isla se llama Rey Jorge.
En su caso, suele pasar allí los meses de enero y febrero, así que acaba de aterrizar para continuar con sus líneas de investigación. Por una parte, trata de averiguar “cómo se comportan las bacterias antárticas frente a los antibióticos”. Analizar su resistencia extrema puede servir para combatir patógenos que infectan a pacientes inmunodeprimidos en los hospitales. Por otra parte, estudia líquenes con actividad antibacteriana que en teoría podrían emplearse para luchar contra bacterias resistentes a los antibióticos.
El trabajo en la Base Profesor Julio Escudero comienza muy temprano y también se suele prolongar de forma indefinida. “El mayor número de horas de luz nos hace perder un poco la noción del tiempo”, reconoce Gerardo González. Salir a recoger muestras tiene un “componente de aventura” en un entorno tan singular y cuando vuelven a la base los materiales se analizan en el laboratorio o son almacenados y enviados al continente, donde se lleva a cabo la mayor parte del trabajo microbiológico y de biología molecular.
Aumento de la vegetación
Su compañera Angélica Casanova estudia los efectos del calentamiento global sobre la flora antártica en un lugar que ha experimentado un incremento de unos 3 ºC en los últimos cincuenta años, lo que parece traducirse en un aumento de la vegetación. “A las plantas vasculares les va muy bien con el calentamiento, presentan una mayor producción de flores y semillas”, asegura, y “los musgos se asocian con ellas y favorecen su crecimiento”.
Con el apoyo de la Armada de Chile suele desplazarse por la península antártica en embarcaciones o helicópteros y acampa en lugares como la isla Livingston, donde no hay base. Aunque el ambiente “es inhóspito cuando hay mal tiempo”, el trabajo antártico “es una aventura en sí”, declara, y “tenemos la posibilidad de colaborar con personas de todo el mundo, la Antártida es internacional”.
Chile es el tercer país con más bases antárticas permanentes tras Argentina y Rusia y su apuesta por la investigación en los últimos tiempos es espectacular. Si hace ocho años se contabilizaban poco más de veinte proyectos en cada temporada, para este verano 2014-2015 el Programa Nacional de Ciencia Antártica recoge más de setenta. La buena marcha de la economía chilena hace que muchos recursos comiencen a destinarse a la ciencia y la exploración del continente blanco se marca como una de las prioridades.
Interés biomédico
No es de extrañar, ya que muchas de las investigaciones ofrecen una oportunidad única para desarrollar otros sectores económicos, como la biomedicina. Un ejemplo son los estudios sobre esponjas antárticas de Nicole Trefault. Estos invertebrados son capaces de producir compuestos bioactivos “con capacidad anticancerígena y antimicrobiana”, explica la investigadora, cuyo grupo ha identificado nuevas especies, también en la isla Rey Jorge.
“En verdad, esto tiene mucho de exploración y aventura, que es una de las cosas que yo más disfruto”, señala, aunque estar tan lejos de los laboratorios de Santiago también tiene sus complicaciones. “Si te falta algo, muchas veces es imposible conseguirlo o demora semanas en llegar desde Punta Arenas”, el puerto chileno situado en el extremo Sur del continente americano desde el que salen los vuelos hacia la península antártica.
Argentina y Chile son los países latinoamericanos más volcados en el continente blanco por cercanía y aspiraciones geopolíticas, ya que ambos reclaman la soberanía sobre parte de la Antártida, pero no son los únicos que hablan español en estas latitudes. Uruguay tiene una base permanente en la isla Rey Jorge, la Base Artigas, que en estos meses llega a congregar a unas sesenta personas.
España no se queda atrás en la investigación sobre el terreno, con dos bases en la isla Decepción, aunque ocupadas solo en verano. Las bases Machu Picchu (isla Rey Jorge) y Pedro Vicente Maldonado (isla Greenwich), representan los esfuerzos de Perú y Ecuador, respectivamente, por tener presencia en el continente austral.
Otras naciones comienzan a mostrar interés por ir más allá del paralelo 60° Sur aunque carezcan de base antártica. El mejor ejemplo en estos días es el de Colombia, que ha emprendido su primera expedición a la Antártida. El buque ARC 20 de Julio recalará el próximo 17 de enero en la isla Rey Jorge con más de un centenar de personas, entre tripulantes e investigadores, que suman una veintena. Uno de los propósitos científicos de los colombianos es establecer algún tipo de conexión entre el fenómeno de El Niño y los cambios en el clima antártico.