Nutrition Brazil São Paulo, São Paulo, Thursday, April 19 of 2018, 08:14

Las actividades humanas han dañado el 75% de la superficie terrestre

Y este porcentaje se elevaría al 90% en 2050, según el nuevo informe sobre la degradación y la restauración de áreas degradadas dado a conocer por la Plataforma Intergubernamental sobre Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos (IPBES)

AGÊNCIA FAPESP/DICYT - Tan sólo queda un 25% de la superficie terrestre libre de los impactos sustanciales provocados por las actividades humanas. Y dicho porcentaje se reduciría a un mero 10% en 2050, de acuerdo con proyecciones de la Plataforma Intergubernamental sobre Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos (IPBES).

 

“Solamente algunas regiones de los polos y los desiertos, y las partes más inaccesibles de los bosques tropicales siguen intactas”, afirmó el sudafricano Robert Scholes, uno de los coordinadores del informe temático sobre Degradación y Restauración de Tierras Degradadas dado a conocer por la IPBES el pasado 26 de marzo en Medellín, en Colombia.

 

Los 129 países miembros de la entidad aprobaron el documento completo y un sumario para tomadores de decisión durante la 6ª Reunión Plenaria que tuvo lugar entre los días 17 y 24 de marzo.

 

De acuerdo con el texto, hasta el año 2014, más de 1.500 millones de hectáreas de ecosistemas naturales se convirtieron en áreas agrícolas. Plantaciones y pasturas cubren actualmente más de una tercera parte de la superficie del planeta. “Los procesos más recientes de deforestación están produciéndose en las zonas del globo más ricas en biodiversidad”, afirmaron los autores en el texto.

 

De acuerdo con Scholes, puede definirse que la degradación es el proceso que lleva a un ecosistema terrestre o acuático a sufrir una declinación persistente de las funciones ecosistémicas y de la biodiversidad. “Es cuando la capacidad de sostener la vida –humana o no– de una determinada región se ve disminuida en forma persistente”, explicó.

 

En el informe se apunta que la expansión no sostenible de áreas dedicadas a la agricultura y a la ganadería constituye una de las principales causas del problema, que tiende a agravarse con la creciente demanda de alimentos y biocombustibles. Según los autores, el uso de pesticidas y fertilizantes se duplicaría en 2050.

 

“Esos productos químicos en exceso contaminan no solamente el suelo sino también los sistemas acuáticos, y terminan por afectar a las zonas costeras. Ya tenemos centenares de áreas muertas en zonas como el Golfo de México, y esto sucede debido a la forma de manejar la tierra. Por ende, ésta es también una cuestión de seguridad hídrica y de preservación de las costas”, dijo Robert Watson, presidente de la IPBES.

 

Otro factor importante que ha contribuido a la degradación de los ecosistemas, de acuerdo con los científicos de la IPBES, es el estilo de vida de alto consumo de los países desarrollados, como así también el consumo creciente que se ha registrado en los países en desarrollo.

 

El combate contra este problema, según sostienen, pasa necesariamente por la adopción de una dieta más sostenible, con menos productos de origen animal y una mayor preocupación con los métodos que se emplean en la producción de los alimentos y demás productos consumidos.

 

“No estamos diciendo que la gente deje de comer carne, sino que se preocupe con el modo de producción de la misma. Y por encima de todo, hay que terminar con el desperdicio de comida. En la actualidad, entre el 35% y el 40% de lo que se produce en los países desarrollados no se aprovecha”, dijo Watson.

 

Para el italiano Luca Montanarella, otro coordinador del informe, es necesario hacer un esfuerzo de comunicación que ayude a los habitantes de las áreas urbanas a reconectarse con la tierra que los alimenta.

 

“Esperamos que la solución de problemas como éste venga de afuera; pero nosotros, como consumidores, tenemos nuestra carga de responsabilidad. Estamos dispuestos a pagar caros los celulares o las computadoras, pero queremos que la comida sea barata. Y no nos percatamos de los impactos de nuestras elecciones alimentarias, pues a menudo los mismos se manifiestan en áreas distantes”, dijo.

 

Para Montanarella, la degradación de la superficie terrestre constituye un problema que debe resolverse localmente, pero en un contexto global. A juicio de Scholes, los subsidios que les ofrecen los gobiernos a los productores rurales tienden a promover una expansión no sostenible de la producción, ya que les permiten correr más riesgos.

 

“Es posible incrementar la producción sin avanzar sobre áreas naturales y sin un uso excesivo de productos químicos. La intensificación abarca una gran parte de la respuesta, pero por medio de una mejora de las prácticas de manejo de la tierra, promoviendo el ciclo de nutrientes, por ejemplo”, afirmó.

 

Para Scholes, Brasil se encuentra en una posición favorable para afrontar estas cuestiones pues ha fortalecido en el transcurso de los últimos años su capacidad de realizar investigaciones científicas, y porque cuenta con expertos capaces de orientar soluciones.

 

“Existe un clamor político por el fin de la deforestación y de la destrucción de áreas inundables. Tenemos una oportunidad de empezar a hacer las cosas de una manera mejor. Hay espacio en el mercado para ello. La gente cuestionará cada vez más si los productos que compran provenientes de Brasil son buenos o malos [desde el punto de vista ambiental]”, dijo Scholes.

 

Watson reconoce que la producción de biocombustibles, soja y carne constituye actualmente la base de la economía brasileña, y afirma que la misma es valiosa para muchos otros países. “El reto consiste en producir esos bienes de una manera más sostenible. Avanzar en dirección hacia las buenas prácticas. Existe un modo más astuto de hacerlo y ése sería un gran aporte de Brasil.”

 

Las tres caras de un mismo problema

 

De acuerdo con el informe de la IPBES, los procesos de degradación de la tierra comprometen actualmente el bienestar de dos quintos de la humanidad: son 3.200 millones de personas. Ésta ha sido una de las principales causas de la migración humana, lo que a su vez está relacionado con la intensificación de conflictos entre los pueblos y el empobrecimiento de las poblaciones, a juicio de Watson.

 

“La degradación de la superficie terrestre nos está llevando hacia la sexta extinción masiva de especies”, advirtió Scholes.

 

Para los autores del informe, los procesos de degradación, la pérdida de biodiversidad y los cambios climáticos constituyen las tres caras de un mismo problema: un factor intensifica al otro y no puede combatírselos aisladamente.

 

De acuerdo con el documento, los procesos de degradación contribuyen fuertemente con el cambio climático, tanto por las emisiones de gases de efecto invernadero resultantes del desmonte como por la liberación del carbono anteriormente almacenado en el suelo. Se liberaron 4.400 millones de toneladas de CO2 solamente entre los años 2000 y 2009, según la IPBES.

 

"Dada la importancia de la función de secuestro y almacenamiento de carbono por el suelo, la disminución y la reversión de los procesos de degradación de la tierra pueden aportar más de un tercio de las actividades de mitigación de las emisiones de gases de efecto invernadero necesarias hasta 2030 para mantener la elevación de la temperatura media de la Tierra por debajo de los 2 °C, tal como se lo propuso en el Acuerdo de París, aparte de incrementar la seguridad alimentaria e hídrica y morigerar los conflictos relacionados con las migraciones”, dijeron los científicos.

 

Otro objetivo del informe temático consistió en evaluar los procesos de restauración de tierras degradadas ya concluidos o aún en curso. Tal como explicó Scholes, quedó definida como restauración cualquier iniciativa intencional de acelerar la recuperación de ecosistemas degradados.

 

“Establecimos una diferenciación entre restauración y rehabilitación. Esta última corresponde a las iniciativas orientadas a recuperar algunas de las funciones críticas de la tierra y crear condiciones para que ésta quizá pueda recuperarse. Pero puede que no sea posible retornarse a lo que era antes de la degradación en muchos lugares”, explicó.

 

Según Scholes, la restauración de áreas agrícolas degradadas, por ejemplo, puede significar devolverle al suelo su calidad original, como así también la promoción de la integración de cultivos agrícolas, la cría de animales y la silvicultura.

 

Las iniciativas exitosas en áreas anegables abarcan el control de las fuentes contaminantes y la nueva inundación de áreas húmedas perjudicadas mediante el drenaje. Para las áreas urbanas, las opciones son la planificación espacial, el plantío de especies nativas, el desarrollo de “infraestructura verde” (parques y ríos), la rehabilitación de suelos contaminados y cubiertos (bajo asfalto, por ejemplo), el tratamiento de las aguas residuales y la restauración de canales fluviales.

 

Para los científicos, la solución de este problema requiere la integración de las agendas agrícola, forestal, energética, hídrica y de infraestructura y servicios. A su vez, esto demanda la implementación de políticas coordinadas entre los distintos ministerios, a los efectos de incentivar prácticas más sostenibles de producción y de consumo de commodities simultáneamente.

 

Los beneficios que se obtienen con la restauración de áreas degradadas exceden más de 10 veces el costo de estas iniciativas, de acuerdo con la IPBES.

 

“La implementación de las acciones adecuadas puede transformar la vida de millones de personas en el planeta. Sin embargo, cuanto más tardemos para actuar, más difícil y cara se volverá la reversión del problema”, afirmó Watson.

 

El caso brasileño

 

De acuerdo con Carlos Alfredo Joly, coordinador de la Plataforma Brasileña de Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos (BPBES), la degradación se hace presente en todos los biomas y regiones brasileñas. Pero es más intensa en áreas donde la ocupación humana es más antigua, tal como es el caso del Bosque Atlántico.

 

Según datos del Departamento Forestal del Ministerio de Medio Ambiente de Brasil (MMA), hay en el país 200 millones de hectáreas de territorios degradados.

 

Pero también existen ejemplos exitosos de restauración en el país, subrayó Joly: uno de los más antiguos data de la época del Imperio, en el siglo XIX.

 

“La restauración de la Selva de Tijuca, en Río de Janeiro, fue una decisión del emperador Pedro II basada en una recomendación del consejero José Bonifácio de Andrada e Silva, para recuperar y proteger las cabeceras de ríos que abastecían a la ciudad. El monarca determinó la expropiación de tierras de hacendados y nobles situadas en las laderas del macizo que divide a la ciudad al medio, a los efectos de recomponer esa área que ya en el siglo XIX se encontraba ocupada casi totalmente por haciendas, pasturas y cultivos de café. Pocos turistas que visitan actualmente el Parque Nacional de Tijuca saben que están caminando en un área restaurada”, dijo Joly, que también coordena el BIOTA - Programa de Investigaciones para la Caracterización, la Conservación, la Restauración y el Uso Sostenible de la Biodiversidad, de la Fundación de Apoyo a la Investigación Científica del Estado de São Paulo - FAPESP.

 

Otro buen ejemplo actualmente en pleno desarrollo es el Pacto por la Restauración del Bosque Atlántico. El BIOTA toma parte en el mismo a través de investigadores como Ricardo Ribeiro Rodrigues y Pedro Brancalion.

 

Los datos del BIOTA también sirvieron de base para la redacción de la norma de la Secretaría de Medio Ambiente del Estado de São Paulo tendiente a regular la restauración ambiental en la zona.

 

Rodrigues y Brancalion –ambos miembros del BIOTA y de la BPBES– se encuentran entre los brasileños que integraron el equipo de científicos que elaboró el informe dado a conocer en marzo por la IPBES, al igual Jean Paul Metzger. También hicieron sus aportaciones Marina Morais Monteiro (Universidad Federal de Goiás), Geraldo Wilson Fernandes (Universidad Federal de Minas Gerais), Simone Athayde (University of Florida, Estados Unidos) y Daniel Luis Mascia Vieira, de la Empresa Brasileña de Investigación Agropecuaria – Embrapa.

 

Para elaborar el documento, más de 100 autores de 45 países revisaron más de 3 mil fuentes de información entre artículos científicos, informes de gobiernos y reuniones con representantes de comunidades aborígenes y locales.

 

“El texto pasó por un extenso proceso de revisión por pares y fue mejorado con más de 7.300 mil comentarios de revisores externos. Asimismo, el sumario para tomadores de decisiones fue ampliamente debatido con los representantes de los países que integran la IPBES. El objetivo de dicho debate es incrementar la relevancia del contenido para la formulación de políticas públicas”, explicó Anne Larigauderie, secretaria ejecutiva de la IPBES.