“Mi padre incentivó la aparición de una sensibilidad medioambiental que no existía en España”
Elena Rodríguez Montes/DICYT El 14 de marzo de 2010 se cumplen treinta años del accidente de avioneta en el que falleció Félix Rodríguez de la Fuente. Se encontraba en Alaska filmando una carrera de trineos tirados por perros. Ese mismo día había cumplido 52 años. Natural de Poza de la Sal (Burgos), desde niño escuchaba con fascinación los cuentos en los que el lobo aparecía siempre como enemigo del hombre. Todo cambió cuando con doce años su padre le regaló unos prismáticos y lo invitó a participar en una batida por el monte. Fue entonces cuando contempló por primera vez al temido carnívoro y cuando descubrió en él un animal de gran belleza, inteligente y noble. Su hija pequeña, Odile, preside desde 2004 la Fundación Félix Rodríguez de la Fuente, una institución creada para conservar y difundir su legado.
Imagino que el 14 de marzo es una fecha que le despierta multitud de sentimientos.
Yo era muy pequeña cuando mi padre murió, tenía siete años. Hay un aspecto muy íntimo y triste de revivir esa fecha. Pero por otro lado tengo un sentimiento de gratitud porque 30 años después la sociedad española lo recuerda como si estuviera aquí y es ahora cuando tengo perspectiva para comprobar la importancia que tuvo la labor que hizo mi padre.
Son muchas las personas que admiran la figura de Félix Rodríguez de la Fuente, de todas las edades y toda condición. Es fácil pensar que no habrá otro como él.
Hay que partir de la base de que todas las personas somos irrepetibles. También te diría que según la forma de hacer las cosas de mi padre, no le hubiera gustado que le salieran imitadores. Él deseaba, y lo consiguió, despertar vocaciones y una vocación es algo que aflora desde lo más hondo de cada uno. Él hubiera celebrado que cada uno siguiéramos nuestra forma de entender el mundo, fieles a nosotros mismos y de alguna manera nuestras profesiones fueran un reflejo de nuestras creencias, inquietudes y curiosidades.
Además de despertar vocaciones, qué otros logros destacaría de su padre.
El más importante dentro de su legado es ése porque además tiene un efecto exponencial. Es como una mancha de aceite: mi padre ‘tocó’ a muchas personas que ahora se dedican a la educación, investigación, divulgación y conservación de la naturaleza y ellos a su vez despiertan esas vocaciones en otras personas. Por otra parte, él empezó a trabajar en una España en la que existía la Junta de Extinción de Animales Dañinos, en la que se premiaba al que llevara las garras de un halcón y pasamos de esa España a otra en la que se lloraba cuando se veía en los documentales de “El hombre y la Tierra” cómo una loba huía con sus lobeznos mientras era perseguida. Él contribuyó a un cambio de conciencia de casi 180 grados hacia una sensibilidad medioambiental que ahora sabemos que es tan importante y que no existía entonces. Está claro que fue un hombre adelantado a su tiempo, pero también fue un gran activista: trabajó por la conservación de muchísimos espacios y especies como el lobo y las aves de presa. Sobre todo el lobo, no estoy muy segura de si todavía tendríamos lobos en España sin la labor de mi padre.
De hecho ésa es la imagen que todos asociamos a Félix Rodríguez de la Fuente, junto al lobo.
Él estaba enamorado de dos especies en particular: el halcón, al que descubrió a través de la cetrería y que lo acompañó a lo largo de su carrera; y el lobo. Mi padre nació en un pueblo básicamente pastoril, Poza de la Sal, y el lobo estaba presente en relatos y leyendas que le contaban desde su infancia. La primera vez que vio a este animal fue en una batida por el monte en la que participó junto a su padre y quedó totalmente prendado por él. El lobo representaba para él la naturaleza más salvaje, libre y noble.
Además lo desmitificó, el lobo dejo de ser ‘el malo de la película’.
Efectivamente, cuando conoce a ese primer lobo y mira en sus ojos descubre en él todo lo contrario a lo que le habían contado y siente una profunda admiración por su belleza y su nobleza. Siempre tuvo la curiosidad por saber más sobre este animal y lo logró gracias a los dos primeros lobos que tuvo, Sivila y Remo. Descubrió que se trataba de un animal muy similar al ser humano: social, inteligente y cazador, y al fin y al cabo el hombre en el Paleolítico era cazador también. Y precisamente en la Prehistoria el hombre estableció una relación de mutuo respeto con el lobo; un pacto que se pierde en un momento de la historia de la humanidad y el lobo se convierte en el gran agresor.
Por cierto, ¿por qué especies están ahora especialmente preocupados?
Yo creo que de las que más se habla son las especies denominadas “paraguas” o “semáforo”: su desaparición nos indica que el ecosistema no funciona. El lobo continúa preocupándonos, el oso, el lince, el quebrantahuesos… Casi todas las especies que están en la lista roja al borde de la extinción nos preocupan porque sería una catástrofe que desapareciera cualquiera de ellas.
Corren malos tiempos para el medio ambiente. Protocolos internacionales que no se cumplen, hipocresía política… Qué diría su padre ante esto.
Él probablemente habría hecho un llamamiento masivo y se serviría de los medios de comunicación, sobre todo de Internet, para llamar al activismo a la gente de a pie. Creo que le hubiera llamado mucho la atención que hoy los medios se infrautilicen para lanzar mensajes de sensibilización. Mi padre confiaba profundamente en el ser humano y no tanto a nivel de liderazgo político, sino a través de cada uno de nosotros. Para él el cambio de conciencia estaba en cada uno de nosotros. No le hubiera sorprendido que los grandes mandatarios dejen asignaturas pendientes, pero sí la ausencia de un mayor activismo a nivel popular.
En una entrevista usted dijo que “la extinción de especies, el calentamiento global, etc. Son síntomas de una enfermedad del ser humano”. Explíqueme esto.
Considero que muchas de las políticas de conservación parten de la idea de que el ser humano intrínsecamente es agresivo y destructivo con la naturaleza. Desde mi punto de vista, la mayoría de las medidas que se toman hacia los problemas medioambientales son parches para un barco que se está hundiendo y que únicamente intentan retrasar lo inevitable. El problema de raíz en cuestiones como el cambio climático es que el ser humano se ha separado de la naturaleza, de su propia esencia. Vivimos en una sociedad de consumo en la que tenemos de todo y sin embargo asistimos a la frustración y a una pérdida de valores enorme. Es necesario que el ser humano se redescubra a sí mismo y recupere el diálogo con el entorno, entonces no habrá que tomar ninguna medida porque la conservación formará parte de nosotros mismos. Igual que una madre cuida a su hijo porque lo quiere y no le supone un esfuerzo levantarse a las tres de la madrugada si lo oye llorar, no habrá que poner leyes para cuidar la naturaleza porque será de sentido común. Parece mentira que todavía sea algo que no se entiendo. Eso es síntoma de que no estamos bien, de que estamos enfermos.
¿Y nos curaremos algún día?
Sí, soy completamente optimista, si no mi trabajo no tendría sentido. Al igual que mi padre, quizá lo he heredado de él, confío profundamente en el ser humano y esto segura de que antes de que sea demasiado tarde daremos un giro a todo esto.
Lo digo porque hay quien piensa que lo que ocurra con el planeta dentro de 100 años no le concierne.
Es un pensamiento normal en la sociedad en la que vivimos. El sistema hace aguas por todas partes, vemos crisis en todos los sectores que para mí, están interrelacionadas y tiene que ver con la actitud que el ser humano tiene ante la vida y ante sí mismo. Dice muy poco de nosotros que sólo nos preocupemos por nuestra vida aquí y ahora y que no pensemos en la continuidad de nuestra especie en la Tierra.
Además de cómo presidenta de la Fundación Félix, ¿de qué manera practica Odile ese activismo que le inculcó su padre?
Sobre todo en la forma de vida. De mi padre aprendí que en la naturaleza está la felicidad por eso trato de ‘teletrabajar’ todo lo que puedo ya que vivo en el campo, en la provincia de Guadalajara. Siempre intento sacar tiempo para estar allí, pasear, leer y evitar que desaparezca mi curiosidad, algo fundamental para sentirse vivo. Tengo una huerta ecológica, tengo gallinas y trato de disfrutar de ese entorno y encontrar el equilibrio en lo que me rodea.
¿Cómo era Félix Rodríguez de la Fuente?
Era una persona profundamente humana, un ser humano con mayúsculas. Era un hombre tremendamente afectivo y en nuestra sociedad también hemos perdido algo tan simple como el tocarnos. Recuerdo a mi padre como un hombre que nos abrazaba constantemente, que nos olía, que disfrutaba intensamente de la vida y que se revolcaba con nosotras por el suelo. Tenía muchísima curiosidad por la forma en que nosotras entendíamos la vida, se ponía a nuestro nivel. No tenía una actitud condescendiente como la de un adulto hacia un niño, que normalmente los tratamos como si supiéramos más que ellos. Sin embargo, yo recuerdo que mi padre se fascinaba por la visión fresca e inocente que teníamos de la vida y eso es algo que a la larga me ha dado muchísima seguridad: que un padre se rinda de admiración por lo que tú haces y dices es algo que no te abandona nunca y que te hace ganar perspectivas sobre la vida para discernir entre las cosas que son importantes y las que no. Mi padre era un vividor, en el mejor sentido de la palabra, le encantaba disfrutar, comer, beber, respirar, oler… todo lo esencial a la vida.