La lluvia, no tan buena para las aves
CONICET/DICYT La invasión de órganos y tejidos de vertebrados por larvas de mosca, conocidas en conjunto como miasis, son una causa frecuente de problemas sanitarios para los animales domésticos o incluso para la salud pública, ya que pueden afectar también a humanos.
Investigadores del CONICET estudiaron los factores que afectan la incidencia de miasis causada por la mosca Philornis torquans en aves silvestres en la zona centro de la provincia de Santa Fe.
Los resultados muestran que, si bien muchos factores estuvieron asociados a la ocurrencia de esta patología, solo unos pocos realmente afectaron la dinámica del parásito. Entre ellos, el aumento de las precipitaciones, la cantidad de pichones por hectárea y la altura promedio del bosque son los que más influyen en esta patología, que en muchos casos conduce a la muerte de las aves.
Cuando la mosca hembra está grávida vuela por el bosque buscando nidos con pichones, donde coloca sus larvas. “El parasito se aloja bajo la piel y se alimenta de los fluidos subcutáneos y la sangre del ave, a la que no sólo le quita nutrientes si no que además desencadena una fuerte respuesta inflamatoria que la afecta severamente”, explica Pablo Beldomenico, investigador adjunto del CONICET y coordinador del estudio, que fue publicado en la revista científica PLOS ONE.
El problema no solo afecta a nivel de unas pocas especies, sino que puede tener un fuerte impacto a nivel ecológico. Para José Venzal, profesor de Parasitología Veterinaria en la Universidad de la República, Uruguay, “las miasis poseen gran repercusión desde el punto de vista médico-veterinario, y se demostró que otra especie de Philornis, P. downsi, afecta seriamente la conservación de algunas especies de la fauna silvestre en peligro de extinción, como por ejemplo algunos “Pinzones de Darwin” en las Islas Galápagos”.
Los resultados muestran que en el área de estudio las especies más afectadas fueron el benteveo (Pitangus sulphuratus) y el espinero grande (Phacellodomus ruber). En el primero la parasitosis alcanzó el 41 por ciento de los pichones, mientras que en la segunda especie la prevalencia fue del 13 por ciento.
El resultado impresiona: algunos pichones tienen hasta cien larvas de más de un centímetro de longitud, que lentamente los van consumiendo. “Si un ave tiene diez larvas, aumenta al doble su chance de morir en los próximos dos o tres días. Y si no muere, la infestación reduce su crecimiento y gatilla una respuesta inmune importante, con un gran costo energético para el animal”, explica el investigador, quien trabaja en el Instituto de Ciencias Veterinarias del Litoral (ICIVET-LITORAL, UNL-CONICET).
Daniel González Acuña, profesor de la Facultad de Ciencias Veterinarias de la Universidad de Concepción, Chile, comenta además que en el caso de las miasis en aves silvestres, “es un parasitismo que es influenciado por factores ambientales”.
Según los datos recabados en el estudio, el aumento de las lluvias estuvo entre los factores que más influyen en la incidencia de la infección. No solo si se registran más precipitaciones dentro de un mismo año, sino además en la comparación interanual.
“A grandes rasgos, si llueve mucho en determinado período, al mes siguiente se observa un gran aumento de la cantidad de larvas. Y si un año es muy lluvioso, seguramente habrá mucho más parásitos que en aquellos más secos”, cuenta Beldomenico.
Un segundo factor, tan importante como el primero, es la densidad de pichones: cuantos más haya por hectárea, mayor es la incidencia de miasis. Y la tercera variable está relacionada con la altura promedio del bosque: cuanto mayor sea, menor es el número de larvas por nido.
“Partíamos de la hipótesis de que los nidos que están más altos estaban a salvo, pero notamos que no existe ninguna relación: aquellos a tres metros estaban tan parasitados como aquellos a seis”, analiza. El análisis mostró que la tasa de incidencia no estaba relacionada con la altura de cada árbol en particular, sino del conjunto.
La altura promedio de un bosque se define analizando la especie de árbol que predomina y los metros que alcanza. Cuando, por ejemplo, la mayoría son quebrachos blancos, la media de larvas disminuye de 50 – en ejemplares de 7 metros de altura – a casi cero cuando el árbol tiene ocho metros. En el caso del chañar la tasa promedio baja de aproximadamente 30 larvas, en ejemplares de tres metros, a valores cercanos a diez, cuando el árbol llega a los diez metros.
En la zona estudiada Beldomenico y su equipo también analizaron la relación entre degradación de los bosques y la tasa de infección. “En zonas con mayor desmonte hay más densidad de nidos y, además, los bosques sometidos a talas y demás prácticas son por lo general más bajos”, comenta. “Al mismo tiempo, al tener cada vez menos bosques para anidar, los pichones se encuentran muy hacinados, lo que agrava la situación”, comenta.
Los resultados del trabajo muestran que los cambios en la estructura vegetativa de esta zona, junto con las variaciones asociadas al cambio climático, llevan a un aumento del parasitismo de pichones y, por consiguiente, a la tasa de mortalidad de las aves.
Para González Acuña, conocer cuáles son los factores que regulan el equilibrio de estos ambientes naturales y aquellos cuya variación conduce al incremento de la tasa de parasitismo, “nos permite quizás prevenir estos desajustes y, ¿quién sabe?, quizás prevenir patologías que afectarán en el futuro a la humanidad”.
Muchos factores, más respuestas
Para Venzal y González Acuña, uno de los aspectos más interesantes de este estudio estuvo relacionado con la cantidad de variables analizadas por Beldomenico y su equipo.
“Si bien hay muchos trabajos referidos a las miasis, pocos son los que incluyen estudios serios sobre dinámica poblacional que incluyan diversidad de variables”, analiza Venzal.
González Acuña comenta a su vez que a diferencia de trabajos anteriores, donde sólo se tomaban en cuenta unos pocos parámetros, en este se evaluó el tamaño de la especie hospedadora, el tipo de ambiente (bosque) y la edad de los pichones, entre otros.
Para Venzal, es justamente la integración de muchas variables lo que permite demostrar que “si bien muchas de ellas están asociadas, solo algunas son las que influyen en la dinámica del parasitismo”.