La divulgación científica, una tendencia clara y saludable para la sociedad
DICYT En una sociedad moderna como la nuestra, la comunicación forma parte fundamental de las actividades de cualquier colectivo, y los investigadores no deberíamos ser una excepción. Parece obvio resaltar que la investigación tiene un enorme impacto en la población y que se realiza gracias a los esfuerzos de la sociedad, que desde hace ya años es consciente de que tiene el derecho a saber, conocer y entender el porqué, el para qué y el cómo se investiga. Quedan lejos ya, afortunadamente, los tiempos en los que la investigación se realizaba de forma oculta, casi clandestina y en los que los tímidos intentos de hacer divulgación, que pasaban por contar lo que se hacía a un periodista, eran considerados como una grave falta de ética por parte de los entornos académicos más rancios.
La vieja creencia de que divulgar el trabajo científico supone prostituirlo, y que es propio de científicos “poco serios”, va perdiendo seguidores. En 2008 se publicó en la revista Science una encuesta realizada entre científicos de varios países, en la que se observaba un aumento cuantitativo en los contactos periodistas-científicos y una mejora cualitativa de la información publicada en los medios. El último párrafo del mencionado artículo sugiere, además, que los más implicados en la divulgación tienden a coincidir con los científicos de mayor productividad, creciente liderazgo y balance positivo. Un 57% de investigadores se mostró satisfecho de su interacción con la prensa, frente a un 6% que expresó su descontento.
La tendencia a reducir el distanciamiento entre investigadores y sociedad es clara y saludable para una sociedad democrática que tiene derecho a conocer, con un lenguaje accesible, la verdad de lo que se investiga. Esta divulgación del conocimiento ayuda a crear una opinión pública madura, capaz de detectar
manipulaciones cuando se magnifica la verdad que gusta escuchar o cuando se silencia la que molesta, reportando unos beneficios que van más allá del mero conocimiento. Pero esta actitud requiere un cambio profundo en las “formas universitarias” y un entrenamientoespecífico de los jóvenes investigadores, si de verdad se quiere que el cambio cale y se transforme en una constante.
Enrique Sueiro, profesor de Comunicación Científica de la Universidad de Navarra, redactó en 2010 una ponencia que recoge ocho ideas interesantes para facilitar esa comunicación, alguna de las cuales me
permito recordar.
Hay que introducir una formación específica en los programas de doctorado para enseñar a los jóvenes a hacer comprensible su investigación permitiéndole simplificar complejo sin perder veracidad.
Un amigo mío, un magnifico comunicador afirma, una y otra vez, que si en el ascensor tu vecino te pregunta, “qué estas investigando” y eres incapaz de dejarle satisfecho en el tiempo que tardáis en llegar hasta el portal, es que no investigas en nada o que no sabes contarlo.
Hay que saber conciliar los datos y las emociones, porque como afirma Sueiro “suele haber una distancia abismal entre lo que sabemos, lo que transmitimos, lo que la gente escucha y lo que verdaderamente entiende”.
Evidentemente tan malo es no comunicar como hacerlo en exceso. La mesura debe ser una prioridad ante la avalancha de información que todos sufrimos. Como afirma el citado autor: “cuando todo es importante, nada es relevante; si todo es prioritario, todo es secundario; cuando todo es novedad, nada es noticia”.
Esta idea de que la comunicación debe ser una parte cotidiana de la actividad de cualquier científico lleva instalada en el IOBA desde la incorporación a este instituto de la universidad de Valladolid, de Francisco Cantalapiedra un reconocido experto en comunicación que intenta transmitir a las diferentes generaciones de doctores parte de su ciencia y de su doctrina.
Y en ese mismo sentido, la agencia DiCYT, que ahora cumple 10 años, ha supuesto un hito importante constituyendo un elemento clave en ese camino de reducir distancias entre investigación y sociedad.
Su trabajo riguroso, amplio y selectivo puede considerarse un ejemplo de profesionalidad y compromiso, que además se ha realizado en un entorno de libertad, evitando sesgos y manipulaciones.
No creo que sea exagerado decir que es una referencia en la comunicación científica de Castilla y León, difundiendo lo mucho y bueno que aquí se hace, y por qué no decirlo, contribuyendo a elevar también la autoestima de nuestros investigadores.
Con el IOBA la relación ha sido magnifica y esperemos que siga así por muchos años.