Un hongo mejora la producción de viveros
ARGENTINA INVESTIGA/DICYT Anualmente, en la Argentina se produce un promedio de 55 millones de plantines forestales de distintas especies. Macizos, cortinas de viento o árboles ornamentales para decoración y sombra son algunos de los destinos de estos plantines. Se pueden determinar dos momentos en los que el plantín debe ser cuidado con mayor atención: en la etapa de vivero y en la implantación a campo, cuando la diferencia de crecimiento entre plantas, las enfermedades y el estrés hídrico producido por el trasplante, entre otras causas, encontró respuesta en la utilización de grandes cantidades de agroquímicos para disminuir la mortandad y mejorar el rendimiento. Asimismo, se utilizan sustratos inertes o fertiirrigación (técnica para aplicar en forma simultánea agua y fertilizantes a través del sistema de riego). Estas prácticas necesarias hacen a la producción menos sustentable ambiental, económica y socialmente.
En 2011, el equipo de trabajo se presentó a una convocatoria de la Unidad para el Cambio Rural (UCAR), del ministerio de Agroindustria (según su nueva nomenclatura, decreto 13/2015). “Obtuvimos un subsidio para el proyecto, del que formamos parte la UNLu como ejecutora principal; la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires (FAUBA) con docentes que hicieron una parte del proyecto en la UBA; el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) Concordia, de Entre Ríos, con quienes hicimos una parte de implantación a campo en Luján y en Entre Ríos”, explicó a Argentina Investiga Elena Craig, directora del equipo.
También se sumaron a la experiencia “el Vivero Paul Forestal, una empresa con la que trabajamos el tema de sanidad de plantas madres y otro vivero en la Estación Fernández, en Santiago del Estero, que sólo produce Algarrobo Blanco (Prosopis alba)”, indicó la profesora Craig y agregó que en esa provincia “hay mucho uso de agroquímicos debido a la gran cantidad de plagas y enfermedades, por lo que quisimos probar el hongo Trichoderma harzianum para corroborar si se comportaba de la misma manera en este vivero que en los demás y, además, crear una red de viveros y ensayos”.
La utilización de agroquímicos está muy extendida en el país y son conocidos sus efectos negativos para la salud, tanto de las personas que trabajan con ellos como de las personas que viven cerca de los lugares donde éstos se utilizan; por eso, frente a la posibilidad de utilizar un recurso natural con igual o mejor respuesta, el equipo de investigadores se inclinó por el hongo Trichoderma harzianum.
“Elegimos este producto porque estaba disponible a la venta para los productores; hay muchos hongos y bacterias que se utilizan como biocontroladores pero que no están disponibles para el productor”, explicó Craig. “El hongo Trichoderma harzianum es un promotor de crecimiento y biocontrolador, parasita a otros hongos que son fitopatógenos, es decir que atacan a las plantas; tiene la particularidad de liberar muchas sustancias, hormonas, encimas, que generan en algunas especies la promoción del crecimiento y actúan como fertilizante sin serlo”, agregó la investigadora.
Al promover el crecimiento y controlar los hongos que enferman a las plantas, además de estar más saludables, el personal reduce la aplicación de agroquímicos, con la consecuente reducción del riesgo para la salud que esto implica.
“El Trichoderma harzianum no es un hongo de sombrero, como los comestibles que conocemos, sino que viene presentado en dos formas: en una formulación las esporas están mezcladas en turba, casi no se perciben, y la otra presentación es la formulación líquida, en que las colonias también son casi imperceptibles a simple vista. En determinada época del año, fructifican y generan micelio grisáceo, de esa forma puede observarse con mayor facilidad”.
El hongo es completamente natural y se encuentra en todo el país. “Usamos dos cepas, la T22, que está registrada pero no es argentina, y la TH1, que la registró el INTA Castelar; es una cepa que ellos encontraron y entre todas las especies de Trichoderma que probaron es la que mejor performance logró en las plantas”, subrayó Craig.
“En el proceso de investigación probamos distintos tipos de formulaciones, distintas cepas, distintas dosis, distintos momentos de aplicación, cuándo poner el hongo, antes de la siembra o después; lo hicimos interactuar con nanofertilizantes, evaluamos qué pasaba cuando había estrés hídrico, si el efecto del hongo se notaba. Se probó en viveros y en implantación, o sea, cuando plantamos a campo y en algunos casos volvimos a poner en el suelo Trichoderma y comparamos si era necesario hacer una segunda aplicación”, detalló la investigadora.
“Hasta ahora no encontramos ningún efecto negativo; el hongo secreta sustancias que hacen que la planta crezca más y además coloniza rápidamente las raíces, y como parasita otros hongos no permite que los fitopatógenos produzcan enfermedades” explicó Craig y señaló que “la cualidad de biocontrol, su chequeo, tiene una complejidad muy grande porque hay que enfermar a la planta, introducir el hongo y no es tan fácil enfermar una planta, porque hay que producir las condiciones ambientales que favorezcan que el hongo que produce la enfermedad aparezca, a veces se lo inocula y no se produce la enfermedad, por eso es muy difícil de medir y cuantificar”.
Lo que sí se pudo cuantificar fue la supervivencia, “se cuantificó si sobrevivían más plantines con el uso del hongo –hay varios hongos que matan a los plantines chiquitos–, y con el empleo del hongo reducimos la pérdida”.
El equipo de trabajo realizó mediciones para cuantificar los resultados y obtener mejores resultados en la implementación; “medimos variables endométricas, como la altura del plantín, el diámetro en el cuello, calculamos índices de esbeltez (altura sobre diámetro) realizamos el índice de Dickson, que indica si la planta va a sobrevivir más o menos a campo, variables como el peso aéreo, el peso radical; se tomaba cada planta, la medíamos al final del ciclo, la cosechábamos, hacíamos biomasa verde, biomasa seca, de raíces, de hojas, escaneábamos las hojas, hacíamos área foliar, veíamos cuánta superficie de área foliar había, para saber cómo avanzaba el crecimiento de árboles. Con respecto al hongo, se evalúa qué cantidad de hongo sobrevivía a lo largo del tiempo, si por ejemplo, a los cinco meses estaba en el sustrato y en qué porcentaje había colonizado las raíces”, amplió Craig.
Estos índices de calidad sirven para saber qué resultados se observan en comparación con la planta testigo, que no recibe la aplicación del hongo: “La medición de supervivencia brindó entre un 20 y un 30 por ciento de mejora en las plantas que fueron tratadas con el Trichoderma; en algunas especies notamos que podría utilizarse sin fertilizante porque el efecto era muy similar; un fertilizante a bajas dosis tenía la misma respuesta en el crecimiento del plantín que con Trichoderma solo. Nos pareció interesante porque es el reemplazo de un agroquímico por un producto natural”.
Otros tipos de plantas
El hongo también se podría aplicar a otros tipos de plantas. “El Trichoderma se utiliza mucho en el país, en tabaco sobre todo”, puntualizó Craig y agregó “probé el hongo en Violetas de los Alpes, debido al trabajo de una tesis de una estudiante de agronomía, que está en proceso, y tuvimos efectos espectaculares, ya que de tener una pérdida semanal de tres plantas por invernáculo se pasó a tener sólo una pérdida”.
Que el proyecto sea sustentable depende de que sea rentable, que mejore la calidad de vida y que sea amigable con el medio ambiente, por la baja en el uso de agroquímicos. El proyecto subsidiado por el Ministerio terminó en 2015, pero “se solicitó una prórroga de dos años más, junto a otro proyecto asociado, para terminar de presentar toda la información, los datos, los análisis y poder publicar algunos trabajos concretos”, indicó Craig y subrayó que esto “nos permitirá decidir cómo continuamos, porque hay muchos frentes abiertos con muchas cosas interesantes por investigar y desarrollar”.