El estudio de la materia orgánica del suelo, fundamental para la agricultura y el medio ambiente
JPA/DICYT Juan Fernando Gallardo Lancho, investigador del Instituto de Recursos Naturales y Agrobiología de Salamanca (IRNASA, centro del CSIC), es el autor de ‘La materia orgánica del suelo. Residuos orgánicos, humus, compostaje y captura de carbono’, una obra editada por la Sociedad Iberoamericana de Física y Química Ambiental en la que se realiza un repaso por los diferentes aspectos de investigaciones científicas relevantes sobre la materia orgánica del suelo, conocimiento básico para un buen manejo de la agricultura y del medio ambiente.
El libro surge como consecuencia de la experiencia de Gallardo, quien durante años ha impartido numerosos cursos en universidades de Iberoamérica. “Los que tienen más éxito son aquellos que giran en torno a la materia orgánica del suelo”, afirma. Por eso, le pareció conveniente recoger los conocimientos en torno a este tema en una obra que está dirigida a estudiantes e investigadores, pero también a técnicos que trabajan en el campo, puesto que “no es estrictamente científico”, sino más bien práctico.
Hablar de materia orgánica del suelo no es hacerlo exclusivamente sobre agricultura, un asunto capital para la economía de la mayor parte de los países de Latinoamérica, sino también sobre al medio ambiente, que ya se ha convertido en una preocupación prioritaria tanto en la región como en los países más avanzados.
Sin embargo, existe una idea muy distorsionada de lo que es la materia orgánica del suelo, según el experto del IRNASA: “La gente la identifica con el mantillo o la hojarasca pero no tiene nada que ver, pues son dos subsistemas diferentes. También piensa que es un componente directamente relacionado con la nutrición de las plantas”, comenta, “pero la materia orgánica edáfica es más bien inerte, aunque con importantes propiedades físicas y fisicoquímicas; hasta el punto es así que toda la física del suelo tiene que ver con la materia orgánica, incluidos aspectos como la erosión”, añade.
Precisamente en Latinoamérica se pueden encontrar ejemplos de cómo el mal uso del suelo provoca una pérdida de materia orgánica edáfica y, esto a su vez, deriva en fuertes erosiones. Es el caso de La Pampa argentina, que comienza a sufrir los efectos de un suelo empobrecido en los síntomas de erosión eólica; y así en otros muchos lugares, al margen de que sus características puedan ser muy variadas.
A menudo, también se piensa que lo químico es malo y lo orgánico es bueno. En realidad “todo es químico, tanto lo orgánico como lo inorgánico” y, en cualquier caso, la agricultura siempre es orgánica. Además, los aditivos orgánicos pueden contaminar tanto o más que los inorgánicos y, dado que los segundos no suelen ser afectados por la microbiología edáfica, son más fáciles de manejar.
El suelo como ente depurativo
En este sentido, la materia orgánica del suelo también está muy relacionada con el medio ambiente. “Cuando una sociedad llega al nivel de vida de España ya no interesa tanto que el suelo produzca, sino más bien que sirva para depurar”, comenta Gallardo. De hecho uno de los síntomas de desarrollo es la producción de residuos. Mientras que los residuos inorgánicos se pueden manejar mejor al poderse reciclar y no contener el componente microbiológico, los orgánicos pueden ser realmente peligrosos tanto en su acumulación como en su manejo.
“El suelo agrícola tiene que depurar los excesos ambientales humanos, no queda otra solución”, reconoce el científico. Para ello se difunde la idea de que el compostaje y los lodos son buenos, porque contienen muchos nutrientes “un discurso en la línea de que el campo acepte lo que le sobra a la ciudad”, apunta.
Aunque es cierto que los residuos orgánicos “pueden venir muy bien a la agricultura por el general déficit de materia orgánica de los suelos” es necesario asegurarse de que “tengan unas garantías composicionales y sanitarias, de manera sean beneficiosos para las cosechas y no contaminen con metales pesados o con bacterias que perjudiquen las producciones”. Además, en Latinoamérica, grandes cantidades de residuos orgánicos no sólo proceden de sus enormes urbes, sino también de cultivos que ocupan enormes extensiones con altas producciones, como la palma aceitera, el banano o la piña.
La ciencia puede conseguir que todos esos desechos sean aprovechables y no sean un problema de contaminación. De hecho, “la tecnología ya existe, lo que falta es el dinero para implementarla”, apunta Gallardo. Un ejemplo cercano son las depuradoras de aguas obligatorias en todos los núcleos de población de Europa, aunque no siempre funcionen, precisamente, por falta de presupuesto.
Por otra parte, otro plano de la relación entre materia orgánica del suelo y medio ambiente es la captura de carbono que se pretende para disminuir los gases de efecto invernadero de la atmósfera. “A veces se propone que la biomasa vegetal puede servir para capturar carbono, pero desde mi punto de vista es un error porque al final, tarde o temprano se tala para hacer papel o muebles; donde habría que capturar carbono es en el suelo, como materia orgánica”, señala el experto.