Lo positivo de las comunidades incrustantes
STRI/DICYT A nadie le gustan las comunidades incrustantes. Se les asocia con suciedad o contaminación y pueden ser malolientes y mostrar colores poco atractivos. Pero muchos las repudian por los lugares en que eligen asentarse, como los costados de los muelles o puertos, o el fondo de los barcos. Sin embargo, estos organismos incrustantes son extremadamente importantes: brindan un hábitat para los peces y cangrejos juveniles, ayudan a limpiar el agua y representan una fuente de alimento para muchas especies.
Para la becaria postdoctoral de Smithsonian MarineGeo, Holly Sweat, y para la becaria del Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales (STRI) y estudiante de doctorado en la Universidad de Temple, Michele Repetto, son fascinantes. Holly quiere entender qué tipos de microbios son responsables del desarrollo de estas comunidades. Michele espera descubrir los patrones de depredación asociados con estas comunidades y cómo impactan en su biodiversidad.
Holly, cuyo primer recuerdo del océano en Florida la llevó a mudarse allí para estudiar en la universidad y convertirse en bióloga marina, se interesó en las comunidades incrustantes tras una invasión del mejillón asiático verde –un organismo incrustante– en la bahía de Tampa. Más tarde, como acuarista en la Estación Marina del Smithsonian en Fort Pierce, comenzó a notar la influencia de los organismos más pequeños, los microbios, en los ecosistemas, y se enamoró de ellos. Como estudiante de posgrado, se preguntó si una comunidad impactaba a la otra.
Para abordar esta interrogante, utilizó las instalaciones del Smithsonian en Panamá y Fort Pierce, así como Virginia, cerca del Centro de Investigaciones Ambientales del Smithsonian (SERC). Sus sitios de investigación, puertos o muelles ubicados en el mismo océano, pero en distintas latitudes, le permitieron explorar cómo los microbios interactúan con las comunidades incrustantes en diversos hábitats marinos.
En la costa caribeña de Colón, en Panamá, sumergió paneles de plástico en el agua y observó lo que crecía en ellos durante un mes. Algunos, en una zona portuaria, donde la calidad del agua es menor y el tráfico marino contribuye a la llegada de todo tipo de especies larvales. Otros, en el agua alrededor del laboratorio marino de STRI en Punta Galeta, donde el bosque de manglar, los lechos de pastos marinos y los corales contribuyen a aguas más claras y con menos nutrientes. El oleaje cerca de la costa de Galeta también mueve las larvas de un lado para el otro, dificultando que se adhieran a los paneles y crezcan.
Además de observar qué especies de organismos incrustantes crecían en sus paneles, Holly se fijó en la diversidad de las comunidades de microbios asociadas con ellos. Aunque invisibles, estos microbios juegan un papel esencial en el océano: ayudan a reciclar nutrientes, pueden reducir la contaminación y sirven de alimento para otros organismos. También influyen sobre dónde se asientan los organismos marinos, al liberar señales químicas en el agua que podrían atraer o desalentar a las larvas de establecerse en un lugar en particular.
A largo plazo, comprender la influencia que tienen microbios específicos sobre diferentes hábitats marinos y costeros puede ser muy ventajoso para la conservación.
“Si queremos crear un arrecife artificial, saber qué microbios pueden atraer corales es muy beneficioso”, dice Holly. “Si queremos limpiar un área, es esencial saber qué microbios pueden eliminar la contaminación. Los microbios son probablemente el más grande componente de la diversidad en los ecosistemas, pero aún no sabemos cuán diversos son ni dónde están ubicados”.
Michele Repetto también exploró la diversidad de las comunidades incrustantes en aguas panameñas, pero en relación con la depredación. Usó los mismos paneles de plástico que Holly, pero los colocó dentro de jaulas y los sumergió en puertos a lo largo de los océanos Atlántico y Pacífico. Los organismos larvales en el agua serían lo suficientemente pequeños como para entrar en las jaulas y crecer en los paneles, sin la intromisión de los depredadores.
Después de tres meses, Michele midió la cantidad y diversidad de los organismos que habían crecido en los paneles, antes de retornarlos intactos al océano. Esta vez, sin la jaula, y conectados a una cámara de video.
Sin la protección de la jaula, las especies incrustantes se convirtieron en un blanco fácil para los peces hambrientos. El video permitió a Michele identificar los principales peces depredadores que se acercaban al panel, los organismos que preferían comer y cuánto comían.
“Algunas de las especies incrustantes nunca habían sido detectadas en el Pacífico hasta que se colocó una jaula alrededor de los paneles, lo que nos dio las primeras pistas de que los depredadores están limitando el crecimiento y la abundancia de especies particulares”, explica Michele.
Estos experimentos –que surgieron a raíz de un proyecto más extenso llamado BioVision, que estudia las interacciones entre las especies a lo largo de la costa del Pacífico, desde Alaska hasta Panamá–, han permitido que Michele empiece a comprender las dinámicas de las interacciones depredador-presa en el trópico. Sus observaciones podrían comenzar a explicar algunos de los patrones de biodiversidad que vemos en la Tierra, incluyendo la mayor diversidad que caracteriza las aguas tropicales.
“Descubrimos que la intensidad de la depredación (sobre las comunidades incrustantes) puede variar mucho entre y dentro de las costas del Pacífico y Atlántico de Panamá. Gran parte de la variación parece estar influenciada por la comunidad local de peces depredadores”, dice ella. “Es importante entender las interacciones entre los peces y los organismos incrustantes para predecir cómo el impacto humano en los entornos costeros podría afectarlas”.