Salud Brasil São Paulo, São Paulo, Jueves, 23 de julio de 2020 a las 10:36
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Los sueños pueden revelar cómo avanza el proceso de adaptación a ‘la nueva normalidad’

Investigadores brasileños demuestran que es posible medir el grado de sufrimiento que causan la pandemia y el aislamiento social con base en la interpretación de los relatos oníricos

AGENCIA FAPESP/DICYT – Repentinamente, hubo que empezar a evitar los besos, los abrazos y hasta un fraterno apretón de manos. Y ponerse mascarillas para salir de casa, sacarse los zapatos al regresar e higienizar todo con alcohol en gel. Dedicarles más tiempo a los hijos y estar lejos de los amigos y de los compañeros de trabajo. El dormitorio se convirtió en despacho; el living ahora es un gimnasio. Y la vieja alfombra azul trae reminiscencias del mar.

 

Ante este panorama de aislamiento que el COVID-19 impuso, el cerebro echa mano de los sueños para metabolizar las emociones intensas vivenciadas durante el día y asimilar eventuales experiencias que puedan favorecer la supervivencia, en una estrategia de adaptación a la llamada “nueva normalidad”.

 

“Según algunos teóricos, la realidad onírica es como una superrealidad virtual que nos permite entrenar y mejorar el desempeño en aspectos cruciales del cotidiano en situaciones de miedo profundo”, le explica la neurocientífica Natalia Mota, posdoctoranda en el Instituto del Cerebro de la Universidad Federal del Rio Grande do Norte (UFRN), Brasil.

 

Con base en esta premisa, la investigadora analizó relatos de sueños de un grupo de voluntarios, con el objetivo de investigar cómo los estaban afectando la pandemia y el aislamiento social. Los resultados de este estudio −dados a conocer en la plataforma medRxiv, aún en versión de preimpresión (sin revisión por pares)− sugieren que, cuanto mayor fue el grado de sufrimiento de las personas durante el primer mes de la cuarentena, más comunes fueron las menciones a términos asociados a la idea de “limpieza” en los relatos oníricos.

 

Este trabajo forma parte del proyecto posdoctoral de Mota, bajo la supervisión de los investigadores Sidarta Ribeiro, de la UFRN, y Mauro Copelli, de la Universidad Federal de Pernambuco (también en Brasil). Ambos son coautores del artículo e integran el Centro de Investigación, Innovación y Difusión en Neuromatemática (NeuroMat), un CEPID que cuenta con el apoyo de la Fundación de Apoyo a la Investigación Científica del Estado de São Paulo - FAPESP y cuya sede se encuentra en la Universidad de São Paulo (USP).

 

Herramientas de utilización clínica

 

Con el apoyo de la red NeuroMat, Mota desarrolló durante los últimos años una serie de aplicaciones y software que permiten diagnosticar con bastante precisión enfermedades psiquiátricas, particularmente la esquizofrenia, mediante el análisis del discurso.

 

Estas herramientas se adaptaron posteriormente para la realización de evaluaciones cognitivas, fundamentalmente las de niños en la etapa de la alfabetización, tal como lo explica Ribeiro. “Vimos que una persona sana empieza a organizar su discurso cuando tiene entre cinco y ocho años de edad, y va perfeccionando esa habilidad hasta llegar a la edad adulta. Pero entre las personas que padecen enfermedades tales como la esquizofrenia, en lugar de avanzar, esa capacidad empieza a decaer cuando llegan a la adolescencia”, dice el investigador.

 

Estudios anteriores del grupo comprobaron que los relatos de los sueños se configuran como un material más rico para la realización de este tipo de análisis, pues suministran un acceso directo a lo que hay en el inconsciente de las personas.

 

“Si te cuento como fue mi día ayer, por ejemplo, será un relato cronológico y basado en hechos reales. No será muy distinto el relato de un paciente bipolar o el de un esquizofrénico. Pero cuando comparamos narraciones oníricas vemos que son completamente distintas”, afirma Ribeiro.

 

A juicio del investigador, esto sucede porque los relatos oníricos no se construyen con base en la interacción con otras personas y, por ende, la patología no se diluye en la normalidad de los restantes implicados en la historia. “La narración es más libre y se elabora en forma íntegra en la mente del paciente”, dice.

 

Una de las aplicaciones que el grupo desarrolló para su utilización clínica permite recabar datos en forma de audios a través de los smartphones de los propios individuos que se evaluarán. Para poner a prueba la factibilidad de esta herramienta, entre los meses de septiembre y noviembre de 2019, los investigadores les solicitaron a voluntarios sanos que enviasen relatos diarios de sus sueños en mensajes de al menos 30 segundos de duración.

 

“Cuando pretendíamos iniciar los test con un grupo de pacientes esquizofrénicos llegó el COVID-19 y, con esta enfermedad, toda una discusión acerca de cómo estaba alterando la calidad del sueño y el patrón de los sueños la crisis sanitaria. Decidimos entonces comparar nuestra muestra recabada en el período anterior a la pandemia con otra realizada durante el primer mes de la cuarentena, también con voluntarios sanos, para ver las diferencias en la estructura y en contenido del discurso”, comenta Mota.

 

Los relatos aportados por 67 voluntarios se evaluaron con de tres herramientas que el grupo desarrolló. La primera, enfocada en la estructura del discurso, compara cuán compleja y conexa es la trayectoria de las palabras que se emplean en el relato.

 

“El discurso de una persona adulta, escolarizada y sin patología mental suele ser bastante conexo. Su relato posee comienzo, nudo y fin. En tanto, el de un paciente esquizofrénico es en general más pobre, bastante fragmentado y desorganizado. Pero como el estudio se realizó con voluntarios sanos no observamos diferencias en términos de estructuras entre los relatos anteriores y los que se concretaron durante pandemia, tal como era de esperarse”, dice Mota.

 

La segunda y la tercera herramienta se enfocan en el contenido del discurso. Una delas mide –con base en la comparación con diccionarios estándar– la proporción de palabras insertada en determinados tipos, como el contenido sentimental, por ejemplo. En el estudio se analizó la cantidad de palabras asociadas a emociones positivas y negativas. “En general los relatos de sueños durante la pandemia tenían una mayor proporción de palabras relacionadas con la rabia y con la tristeza que en los momentos anteriores”, comenta la investigadora.

 

Con la tercera herramienta –que mide la semejanza de los relatos con temas específicos a través de la construcción de mapas de similitud semántica– fue posible determinar en qué medida las palabras empleadas en el relato se ubican cerca de términos tales como “contaminación”, “limpieza”, “enfermedad”, “salud, “muerte” y “vida”.

 

“Detectamos que los sueños del primer mes de la cuarentena aparecían más asociados a los vocablos contaminación y limpieza, pero no notamos diferencias con relación a la enfermedad y la salud o la muerte y la vida. Nuestra interpretación indica que, en aquel momento, la gente aún estaba adaptándose a las reglas más rígidas de higiene y al miedo a la contaminación. Es posible que el miedo a la muerte y a la enfermedad no haya aparecido porque ninguno entre los participantes o sus familiares cercanos habían contraído la enfermedad hasta ese momento”, sostiene Mota.

 

Al cabo de un mes, los investigadores intentaron medir el grado de sufrimiento mental de todos los participantes mediante la aplicación de escalas psicométricas: cuestionarios estándar validados que se aplican en diversos estudios del área.

 

“Todos los voluntarios exhibían una sintomatología leve, pero existía una gran variabilidad entre ellos. Al correlacionar la severidad de los síntomas con las peculiaridades que aparecen en los relatos de los sueños, notamos que los individuos que más hacían mención a vocablos relacionados con la limpieza eran los que estaban teniendo mayores dificultades para mantener relaciones sociales de calidad durante el primer mes de cuarentena y estaban sufriendo más debido a ello. Este hallazgo indica una adaptación más pobre a la situación de aislamiento social”, comenta Mota.

 

Tras la culminación del experimento, los investigadores les solicitaron a los voluntarios que evaluasen la experiencia de observar sus propios sueños en el transcurso de un mes. Las respuestas se dividieron entre sensaciones positivas (esperanza, por ejemplo) y negativas (ansiedad, por ejemplo).

 

Según Mota, los aspectos negativos fueron más frecuentes en la evaluación de los individuos cuyos sueños estaban más relacionados con los términos “contaminación” y “limpieza”. “En general arribamos a la conclusión de que fue un proceso beneficioso observar los sueños en ese momento de pandemia. Es una forma de observar nuestras emociones y reflexionar sobre lo que estamos vivenciando, y puede favorecer la búsqueda de soluciones”, sostiene la investigadora.

 

Para Ribeiro, este estudio muestra que los sueños reflejaron de manera rápida y robusta los cambios que impuso la pandemia, confirmando la existencia de una continuidad entre el sueño y la vigilia, tal como se abogaba desde los estudios iniciales de Sigmund Freud (1856-1939) y Carl Gustav Jung (1875-1961). “Aquello que aparece en la vida onírica y que tiene que ver con esta emergencia planetaria se expresa como sufrimiento cuando uno está despierto. Este hallazgo refuerza la idea postulada por Freud que indica que los sueños constituyen la vía regia de acceso al inconsciente y un material particularmente rico para el diagnóstico”, afirma el investigador.

 

 

 

Referencia
Puede leerse el artículo intitulado Dreaming during Covid-19 pandemic: Computational assessment of dreams reveals mental suffering and fear of contagion en el siguiente enlace: www.medrxiv.org/content/10.1101/2020.05.19.20107078v2.