Los tiburones de Miami tienen más grasa acumulada que los de áreas conservadas
AGENCIA FAPESP/DICYT – Ni siquiera los animales marinos parecen estar inmunes al modo de vida estadounidense. Científicos de Brasil y de Estados Unidos descubrieron que los tiburones nodriza o tiburones gato (Ginglymostoma cirratum) que viven en áreas cercanas a la zona urbana de Miami poseen más grasa acumulada y marcadores bacterianos en la dieta que los habitantes de áreas más conservadas. Los resultados de esta investigación, apoyada por la FAPESP, se publicaron en la revista Science of the Total Environment.
“Esta especie parece verse más afectada por la urbanización, toda vez que se ubica muy cerca de pequeños puertos náuticos donde hay muchos barcos, restos de pesca y contaminación. Sin embargo, este ambiente también puede estar aportando una mayor cantidad de presas y una mayor protección contra los predadores, lo que puede contribuir con esa mayor acumulación de grasa”, relata Bianca Rangel, primera autora del estudio realizado en el Instituto de Biociencias de la Universidad de São Paulo (IB-USP), en Brasil, durante su doctorado.
En otro trabajo, publicado en la misma revista, el grupo de investigadores constató que la urbanización parece no afectar con la misma intensidad a otra especie, el tiburón de puntas negras (Carcharhinus limbatus). Con hábitos menos sedentarios, el tiburón de puntas negras se mueve más entre las áreas cercanas a la ciudad y otras más conservadas como la Bahía de Florida y el Parque Nacional Everglades, por lo cual consume una mayor variedad de presas y vive en ambientes más diversificados.
“Esperábamos hallar una deficiencia en la dieta, relacionada fundamentalmente con los ácidos grasos esenciales, en los animales de esa especie expuestos al ambiente con mayor influencia de la urbanización, pero eso no sucedió. De la misma manera, teníamos la expectativa de encontrar una presencia mayor de los ácidos grasos que sirven como indicadores de la presencia de bacterias en esos animales, lo que tampoco sucedió”, comenta Renata Guimarães Moreira, docente del IB-USP y coordinadora de la investigación.
Curiosamente, la condición corporal de los tiburones de puntas negras era mejor en el área urbanizada. La razón de ello puede ser parecida a la que se observa en el caso de los tiburones gato urbanos: la mayor disponibilidad de presas más calóricas, incluso de restos de pescas realizadas por humanos, sumada a una menor competencia con otros predadores.
Tal como era de esperarse, en los tiburones nodriza los ácidos grasos bacterianos aparecieron en mayor cantidad en los ejemplares urbanos que en los de áreas conservadas. Este marcador constituye probablemente un indicador de la mayor presencia de aguas de alcantarillado y, a su vez, de la mayor proliferación de microorganismos, un factor que influye sobre la calidad de la dieta de los tiburones.
A juicio de los investigadores, futuros estudios deberán monitorear la calidad nutricional tanto de los predadores como de las presas, especialmente porque los ácidos grasos saturados en aumento, como así también el desequilibrio entre este tipo de lípidos y los ácidos grasos poliinsaturados, pueden comprometer diversos procesos fisiológicos, entre ellos el tono cardiovascular, la respuesta inflamatoria, la reproducción y las funciones renales y neurales.
La vida en las Bahamas
Los resultados descritos en el artículo se obtuvieron mediante análisis a cargo de las investigadoras de la USP en muestras recolectadas por el grupo de Neil Hammerschlag, docente de la Universidad de Miami, quien desde 2011 realiza un monitoreo de tiburones tanto en Florida, donde se encuentra Miami, como en las Bahamas, un archipiélago de alrededor de 500 kilómetros situado al sur de este estado de EE. UU..
Los investigadores emplean un método de captura que no mata a los tiburones, tal como se hace en muchos de los estudios sobre peces marinos, que se basan en ejemplares capturados a través de la pesca comercial. A su vez, en este estudio, tras su captura, a los animales se los mide y se les toman muestras de sangre y de tejidos. Se le pone entonces a cada tiburón un marcador con un número antes de soltárselo, lo que puede ayudar a comparar los datos en caso de que se lo recapture en el futuro.
En un tercer estudio, del cual Rangel también es la primera autora, los investigadores evaluaron distintos marcadores en la sangre de otra especie, el tiburón tigre (Galeocerdo cuvier). En este caso, se compararon animales capturados tanto en Florida como en las Bahamas. Aunque no llegan cerca de las ciudades, estos grandes migrantes pueden estar sufriendo alguna influencia de las actividades humanas. Las cantidades de ácidos grasos bacterianos, por ejemplo, fueron mayores en los animales de las Bahamas que en los de Florida.
“En este caso, analizamos únicamente tiburones jóvenes. En las Bahamas existe una competencia probablemente intensa entre los adultos. Inferimos que, para huir de esta disputa, los ejemplares jóvenes se alimenten de peces del lecho marino, que sufren bastante influencia de la materia orgánica y, por consiguiente, de distintas bacterias”, explica Rangel.
Los investigadores no descartan tampoco la influencia de la contaminación con fertilizantes químicos. Cuando se los aplica en exceso, estos nutrientes terminan llegando a los ríos y a los mares, lo que favorece la proliferación de microorganismos. Sorprendentemente, los investigadores detectaron una baja calidad nutricional en los tiburones tigre de las Bahamas, menor incluso que la registrada en Florida. Una de las razones de ello puede ser el hecho de que los animales vivan en áreas situadas cerca de puntos turísticos de buceo.
En esos lugares, los guías turísticos a menudo utilizan restos de pescado para atraer a los tiburones. Los investigadores estiman que los animales terminan por gastar una cantidad significativa de energía para obtener una comida de escasa calidad, toda vez que esos restos están constituidos básicamente por huesos, con poca carne.
Debido a que hasta ahora pocas investigaciones se han abocado a realizar este tipo de análisis, Rangel y Guimarães Moreira remarcan que estos resultados son preliminares y que aún será necesario hacer otros estudios para que los descubrimientos se vuelvan más robustos. Así y todo, estos trabajos contienen alertas importantes al respecto de la gestión de los ambientes, y deben tenerse en cuenta en el diseño de políticas de conservación.
“Cualquier acción sobre la conservación de estos animales requiere de una base de información sobre la biología y la fisiología de las especies, y también sobre su conducta, su genética y otros aspectos. Solamente si se comprenden las alteraciones que causa la urbanización en los procesos metabólicos y endócrinos de estos animales será posible delinear planes de conservación y manejo que minimicen el impacto de la acción humana sobre esas especies”, culmina Guimarães Moreira.