Comprueban la relevancia de los perros como reservorio de la leishmaniasis visceral
AGENCIA FAPESP/DICYT – La denominación leishmaniasis abarca a un grupo de enfermedades infecciosas causadas por protozoos del género Leishmania que afectan a humanos y animales. Uno de los tipos más graves es la leishmaniasis visceral (LV), provocada –entre otras– por la especie Leishmania infantum. Y el principal reservorio de este parásito en hábitats residenciales humanos es el perro doméstico.
Por este motivo, un grupo interdisciplinario de científicos brasileños resolvió analizar el efecto de la población canina y del ambiente domiciliario en el mantenimiento de los focos naturales de transmisión de L. infantum. Este estudio se llevó a cabo en el municipio de Bauru, en el interior del estado de São Paulo, y sus resultados salieron publicados en la revista PLOS ONE.
El equipo de científicos reveló que la cantidad de perros existentes en un determinado perímetro impacta sobre el riesgo de transmisión de la enfermedad. “Cuando hay un animal dentro de casa únicamente, el riesgo de transmisión de L. infantum no es tan grande. Pero a medida que aumenta la cantidad de perros, el riesgo también crece. Este es un factor clave en el artículo: la cantidad de perros. Y lo propio vale para el perímetro.
Cuando hay diez perros en un radio de 100 metros, el riesgo de transmisión todavía es bajo. Pero cuando la cifra aumenta a 40 perros, el porcentaje sube drásticamente: más del 700 por ciento, dice la primera autora del artículo, la geógrafa Patrícia Sayuri Silvestre Matsumoto, posdoctoranda en el Centro de Parasitología y Micología del Instituto Adolfo Lutz, el laboratorio de referencia en vigilancia epidemiológica de São Paulo.
Los autores extrajeron 6.578 muestras de sangre de perros que vivían en 3.916 domicilios entre noviembre de 2019 y marzo de 2020. “En los análisis de las muestras sanguíneas, determinamos una tasa positiva para LV canina en el 5,6 por ciento de los perros, mientras que, para las residencias, en general, el índice de positividad fue del 8,7 por ciento. Esta es la diferencia que emerge cuando separamos lo que es una muestra biológica y lo que son las características a las que podríamos denominar culturales o socioeconómicas. Es decir: variables que pueden ubicarse a la escala de la casa, que modifican localmente la tasa de prevalencia de la enfermedad”, explica la investigadora.
Otro dato sorprendente que aporta el artículo es el que indica que áreas en las cuales ya se habían registrado casos de leishmaniasis visceral en el pasado perduran como lugares de mayor riesgo. “Si más adelante encuentro nuevamente al parásito allí, la pregunta es la siguiente: ¿dónde estuvo durante ese período en el que no hubo perros infectados ni casos humanos, ya que depende del hospedante? ¿Qué sucede en ese ambiente? ¿Es algo residual que permanece?”, indaga el biólogo José Eduardo Tolezano, director técnico del Centro de Parasitología y Micología del Instituto Adolfo Lutz y supervisor del trabajo.
La hipótesis que los científicos tienen en cuenta indica que el parásito permanece en el lugar porque en él existe alguna condición favorable. “Por eso es importante investigar el domicilio. Dentro de una casa, sus alrededores; efectuar una lectura espacial, lo que es característico en las adyacencias, la presencia o no de materia orgánica, agua, vegetación: todo eso está presente en nuestra investigación”, comenta Tolezano.
Silvestre Matsumoto hace hincapié en que muchas de esas áreas en donde se registran casos de leishmaniasis visceral son ambientes periurbanos. “De vez en cuando pasa una zarigüeya común por allí, o un zorro cangrejero, que podría tener un papel importante en la transmisión. Sumado a esto, los perros domésticos infectados son en buena medida asintomáticos: tienen diagnósticos positivos y permanecen sin síntomas clínicos. Pueden estar desempeñando un rol como repositorios en el lugar durante años.” Este estudio, realizado en colaboración con la Secretaría Municipal de Salud de Bauru, contó con el apoyo por la FAPESP en el marco de dos proyectos.
La transmisión
La leishmaniasis es conocida como una enfermedad focal, en el sentido de que es necesario que exista una conjunción de factores en un determinado lugar para que surja. En el caso de la leishmaniasis visceral, la transmisión comprende la existencia de reservorios silvestres (cánidos y marsupiales) y urbanos (perros), aparte de vectores, en este caso, el mosquito Lutzomyia longipalpis.
Según Tolezano, existen más de 20 especies de Leishmania y todas son parásitas de animales silvestres. “El ciclo original de circulación del protozoario es el ambiente silvestre. Hemos encontrado zarigüeyas infectadas con la Leishmania idéntica a esa que causa la forma visceral. También la hemos encontrado en el interior de primates.”
Sucede que, en ambientes menos urbanos, los mosquitos pican a los animales silvestres infectados y, posteriormente, pueden infectar a los perros domésticos. Estos, a su vez, pasan a erigirse en reservorios. “Pero es necesario que exista una conjunción de factores: el parásito que está en la naturaleza, en los animales silvestres, el perro doméstico cercano que hace las veces de hospedante de la especie infantum, y condiciones locales adecuadas como para que el mosquito se desarrolle. A diferencia del vector del dengue, las formas inmaduras (larvas y crisálidas) del Lutzomyia longipalpis no se desarrollan en agua estancada sino en suelo húmedo. De este modo, los lugares en donde existe materia orgánica en descomposición constituyen buenos ambientes. También debe haber sombra para proteger a los insectos adultos en caso de se produzcan temperaturas extremas y, por supuesto, es necesaria la presencia de una fuente sanguínea. Estos insectos se contaminan al picar a vertebrados infectados, fundamentalmente cánidos silvestres y zorros”, explica Tolezano.
De acuerdo con el investigador, el sentido de foco es importante porque se refiere al lugar que reúne las condiciones adecuadas para la transmisión. “Si yo digo que en Bauru hay leishmaniasis visceral, no significa que la hay en toda la ciudad, sino en aquellos sitios en donde existen las condiciones ideales”. Hasta hace poco tiempo, Bauru era el principal foco de casos humanos de LV, con una población canina estimada en entre 90 y 100 mil perros.
Silvestre Matsumoto afirma que, en general, el aspecto biológico sobresale en los trabajos publicados sobre el tema. “Sucede que existe todo el entorno, existe un contexto. En tal sentido, ya sabíamos que los perros constituían una importante fuente de infección. Cuando examinamos a un perro infectado, encontramos al parásito en la piel sana, en el hígado, en el bazo, en todos los órganos. El can tiene una carga de parásitos muy grande. Por eso el mosquito se puede contaminar fácilmente.”
La escala
De acuerdo con Silvestre Matsumoto, la gran diferencia del artículo radica en la observación a escala residencial y, dentro de las casas, en la observación de los perros. “La literatura trabaja con índices globales: el municipio, un barrio. Pero no aborda la escala de los hogares y la importancia de las diferencias locales. En el ambiente urbano encontramos características diversas, y esto se refleja en las tasas de transmisión distintas registradas entre los barrios. Por eso es interesante dirigir la mirada hacia esa población canina y hacia las diferencias existentes entre los barrios.”
La geógrafa explica que el grupo efectuó dos análisis distintos: uno residencial, que contempló la cantidad de perros positivos y negativos de cada casa, y otro que tuvo en cuenta la cantidad de animales existentes en un radio de 100 metros, que es más o menos la medida de una manzana. “Definimos un punto, trazamos un radio de 100 metros a partir del mismo y determinamos la cantidad de perros positivos y negativos en aquel espacio. Y como se vio, tanto en el análisis específico de las residencias como en el de la manzana, la cantidad de perros se mostró importante.”
Tolezano remarca que en este trabajo se arribó al detalle de un análisis del riesgo del domicilio con uno, dos, tres o más perros. “Asimismo, el análisis por perímetro constituye también un abordaje bastante interesante: si los patios se comunican, por ejemplo, de nada sirve decir que el perro infectado está solamente en la casa de un o de otro. El perro puede no salir de casa, pero el mosquito infectado puede llegar hasta él aun así y establecer ese nexo. Si saco al perro infectado, es posible que todavía no se hayan muerto los mosquitos que se contaminaron al picar a perros infectados. Arribamos a resultados bastante importantes para entender en qué medida y a qué velocidad se propaga la enfermedad en el ambiente urbano. ”Según Silvestre Matsumoto, los hábitos de los habitantes residenciales también son importantes. “Estamos realizando otro estudio sobre esto, como continuidad de la investigación.”
Para estimar y prever el riesgo de la leishmaniasis visceral con base en la población canina, los científicos aplicaron modelos geoespaciales. Emplearon la estimación de densidad de Kernel (que computa la intensidad del fenómeno espacial para una determinada área), análisis de clúster para detectar los domicilios con características análogas (agrupamientos), geoestadística y modelos aditivos generalizados (GAM) para prever, de acuerdo con la cantidad de perros, la respuesta modelada de manera flexible (por medio de una función).
“Construimos un diseño de muestra que nos permitiera ver el municipio de Bauru teniendo en cuenta la relación entre personas y perros, con información de la base de datos del IBGE [el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística]”, resume Tolezano. “Esto permitió analizar áreas que reunían características importantes, pero que nunca habían sido investigadas.”
Políticas públicas
De acuerdo con la Secretaría de Vigilancia en Salud del Ministerio de Salud de Brasil, en el año 2019 se confirmaron 2.529 casos nuevos de LV en el país, con una tasa de incidencia de 1,2 casos cada 100 mil habitantes. También de acuerdo con ese documento, el índice de letalidad en 2019 fue del 9 por ciento, el más elevado de los últimos diez años.
Las estrategias de vigilancia y control de esta enfermedad, delineadas a nivel federal, consisten en la detección precoz y en el tratamiento de todos los casos humanos, la detección de la presencia de mosquitos y en su control (ya sea con insecticidas o con manejo ambiental), y la detección y el retiro de los reservorios caninos (en áreas urbanas).
“En los municipios, cuando se realiza el estudio con técnicas serológicas para la detección de perros infectados, a los perros con testeo positivo hay que recogerlos y sacrificarlos. Esto es lo que determina esta política pública. Y va generando una dificultad de relación con la comunidad, pues la enfermedad sigue siendo transmitida, siguen sacándoselos a los perros de las viviendas para sacrificárselos y al menos la mitad o más de esos animales son completamente asintomáticos. Existe un rechazo grande entre los habitantes de esos municipios a autorizar que los perros sean examinados. Y entre los que son sometidos a los test y son diagnosticados como positivos, más de la mitad de sus dueños no autorizan a que se los retire, lo que en ocasiones genera medidas judiciales. Pero lo que sucede es que muchos de los animales positivos permanecen en el ambiente, al menos durante algún tiempo. Son asintomáticos, pero los mosquitos pueden infectarse al picarlos.”
Para Silvestre Matsumoto, desde el punto de vista de las políticas públicas, sería necesario quizá repensar la población canina. “Un ejemplo de ello: actualmente se efectúa un estudio. Se les extrae la sangre a los perros para hacer las pruebas. Pero es un gasto alto en insumos, recursos humanos y tiempo. Con este artículo que hace hincapié en la importancia de la población canina, podemos efectuar un censo de esos animales para hacernos una idea de en qué áreas deben hacerse esos estudios. Si la cantidad de perros es importante, quizá en las áreas con medias más altas deban aplicarse otras políticas diferenciadas desde los servicios municipales de zoonosis.”