Ciencias Sociales Argentina , Argentina, Viernes, 15 de enero de 2021 a las 09:54

Descubren el diccionario más antiguo de la lengua castellana

Una investigadora del CONICET halló fragmentos del incunable en una biblioteca de la Universidad de Princeton. También se pudo determinar que su autor fue Alfonso de Palencia, uno de los más grandes humanistas del siglo XV

CONICET/DICYT Se denomina incunables a aquellos libros que fueron impresos entre mediados y fines del siglo XV; más precisamente, entre el momento en que Johannes Gutemberg inventó la prensa de imprenta con tipos móviles y el año 1501. La posibilidad de hallar un incunable totalmente desconocido es tan poco habitual que se estima que -con suerte- ocurre una vez cada quince años para cada lengua, pero siempre que sucede significa un hecho de gran trascendencia para el campo de la historia del libro.

 

En este sentido, recientemente, Cinthia María Hamlin, investigadora del CONICET en el Instituto de Investigaciones Bibliográficas y Crítica Textual (CONICET, IIBICRIT), fue protagonista de un hallazgo de gran importancia, al encontrar, en la Firestone Library de la Universidad de Princeton (New Jersey, Estados Unidos), dos folios -es decir, dos hojas- de lo que pudo determinar que es el más antiguo vocabulario (diccionario, en términos actuales) castellano del que se tenga conocimiento.

 

Hasta ahora, el diccionario español-latino más antiguo que se conocía es el que elaboró Antonio de Nebrija, impreso entre 1494 y 1495. Pero Hamlin, con la colaboración de Juan Héctor Fuentes, latinista y también investigador del CONICET en el IIBICRIT, pudo determinar que las hojas halladas en la biblioteca de Princeton fueron impresas unos años antes, entre 1492 y 1493.

 

Aunque solo fueron encontradas dos hojas del incunable, que incluyen el prólogo completo y setenta y siete entradas de la letra ‘A’, Hamlin y Fuentes establecieron su correspondencia con un vocabulario manuscrito completo (aunque sin prólogo) del siglo XV, del cual hasta el momento no se había podido determinar el autor ni la fecha precisa de su realización, motivo por el cual había pasado casi desapercibido para la crítica. Ahora que se sabe que su confección fue anterior a la impresión del Vocabulario español-latín de Nebrija, adquiere otra relevancia.

 

“Hay que aclarar que existe un vocabulario previo que contiene palabras en castellano, pero no en un rol protagónico. El primer diccionario que presenta palabras en español entre sus definiciones es el Universal Vocabulario en latín y en romance (UV) de Alfonso de Palencia de 1490: en una columna es un diccionario latín-latín (palabras latinas, definidas en esa misma lengua), definiciones que son en la columna de al lado traducidas al castellano. Pero lo que encontramos nosotros es el primer diccionario castellano-latino, en el que los lemas -las palabras que se definen- están en castellano, utilizado también en las definiciones para explicar y/o acompañar la equivalencia latina. O sea, que es un diccionario sobre el castellano, mientras UV no dejaba de ser sobre el latín”, señala Hamlin, quien al avanzar con la investigación pudo también determinar que el autor del vocabulario copiado en el manuscrito y, por lo tanto, del incunable, es nada menos que el propio Alfonso de Palencia, considerado uno de los humanistas más importantes del siglo XV. Los resultados de esta parte de la investigación serán próximamente publicados en la revista Boletín de la Real Academia.

 

 

Ayudar a la suerte

 

El descubrimiento realizado por Hamlin y Fuentes, al igual que sucede con muchos otros en distintas áreas del campo científico, tuvo un aspecto fortuito. La investigadora estaba trabajando en febrero de 2018 en la Firestone Library de la Universidad de Princeton en la revisión del ejemplar de un libro de 1515, cuando el curador de la Rare Books and Special Collections de la biblioteca, Eric White, se le acercó con un tomo del UV de Palencia y le comentó que, insertos al comienzo y al final del libro, se encontraban dos folios de un vocabulario castellano que no pertenecían a dicho ejemplar, y que nadie había logrado identificar hasta ese momento. La posibilidad de poder identificar los folios entusiasmó a la investigadora, quien se puso a trabajar en ello al regresar a Buenos Aires.

 

“El primer avance, gracias a la colaboración de Eric White y un investigador alemán de la Gesamtkataloge der Wiegendrucke (gran catálogo de incunables y tipos móviles), fue identificar la tipografía de los folios como propia de una imprenta sevillana en el período 1491-1493. Hay que tener en cuenta que los tipos móviles –las letras de molde- se rehacían cada dos o tres años, porque se gastaban rápidamente, y eran artesanales, por lo que cada fundición era distinta”, señala la investigadora.

 

Una vez establecido esto, la lectura del prólogo, en el que el que el autor dedica su ‘vocabulista’ (así lo llama) a Isabel la Católica, permitió acotar más aun la fecha posible de impresión, ya que entre los diferentes títulos que le adjudica a la célebre monarca de Castilla, se agrega el de Reina de Granada, cuya conquista recién se produjo en enero de 1492.

 

“Luego, fue Juan Fuentes quien llegó al dato que permitió identificar el texto conservado en los folios con el de un vocabulario castellano-latino del siglo XV que permanecía anónimo y sin título en un manuscrito del Escorial. Al cotejarlo con las setenta y siete entradas del segundo folio del incunable -el primero contenía el prólogo-, nos sorprendimos al comprobar que la coincidencia era absoluta. Esto comprobaba que el texto del manuscrito había llegado, aunque sea de modo parcial, a la imprenta y que su confección era anterior a la impresión del vocabulario de Nebrija”, explica Hamlin.

 

De acuerdo con la investigadora, la dedicatoria a Isabel La Católica es una huella de la política real a la que respondió la elaboración de ese vocabulario castellano-latino, pero también, por ejemplo, la del UV de Palencia y la del Vocabulario español-latín de Nebrija.

 

“Hacia finales del siglo XV, Isabel La Católica comienza a impulsar políticas de reforma educativa que intentan mejorar el conocimiento del latín y, a la vez, equiparar en prestigio al castellano con la lengua de Roma, para lo cual se necesitaba fomentar la producción de diccionarios y gramáticas. De hecho, la primera gramática castellana es también de estos años y su autor es Nebrija. La Corona de Castilla buscó acompañar a nivel lingüístico –es decir, cultural- la expansión que anhelaba a nivel territorial, cuyo gran hito fue el casamiento de Isabel con Fernando el Católico, que sería rey de Aragón y de Sicilia. La política expansionista y unificadora de los Reyes Católicos tendría en la paulatina promoción de una sola lengua –la castellana––uno de sus pilares culturales: ‘siempre la lengua fue compañera del Imperio’, explica Nebrija en su Gramática. Que en Latinoamérica nuestra lengua sea hoy el castellano y no, por ejemplo, el aragonés o el catalán, es en parte resultado de las políticas lingüísticas que comenzaron a gestarse a fines del siglo XV”, asegura Hamlin.

 

 

La identificación del autor: una tarea detectivesca

 

Una segunda parte de la investigación consistió en identificar al autor del vocabulario. “El estilo del prólogo, su formato y las fórmulas de tratamiento de la reina, junto con el hecho de que los dos folios del incunable habían sido insertados en un ejemplar del UV -en el caso del prólogo seguramente con la intención de reemplazar a su argumentum, presente en otros tomo, pero no en este-, me llevó a la hipótesis de que el autor debía ser Alfonso de Palencia, algo que pude corroborar luego de una tarea casi detectivesca”, señala la investigadora.

 

Lo que hizo Hamlin fue no solo cotejar el UV de Palencia con el vocabulario del manuscrito, sino también con las distintas fuentes lexicográficas con las que pudieron haber trabajado sus autores, a través de metodologías propias de la disciplina conocida como Crítica Textual.

 

“En primer lugar, pude comprobar que el método lexicográfico usado en ambos vocabularios es exactamente el mismo, pero difiere del utilizado por otros autores contemporáneos como Nebrija y Santaella. En este mismo sentido, detecté la particularidad de que ciertos términos latinos que suelen variar ortográficamente aparecían igual en ambos vocabularios. Por otro lado, la correspondencia entre término latino y equivalencia castellana del manuscrito y el UV de Palencia resultó ser de un 76 por ciento. Finalmente, me dediqué a cotejar de forma exhaustiva las citas de autoridad, que en la mayoría de los casos coincidían”, relata la investigadora.

 

Las citas de autoridad son, justamente, citas de textos clásicos, como la Eneida de Virgilio, a través de las cuales se ejemplificaba el uso de los términos que se definían en los diccionarios, y están presentes en una buena parte de las entradas del UV de Palencia y del vocabulario del manuscrito.

 

“La intención de esta tarea fue, en primer lugar, intentar identificar las fuentes utilizadas y, en segundo término, analizar su tratamiento. Esto me permitió identificar errores comunes en citas iguales, que no se registran en ninguna de las fuentes lexicográficas posibles, lo que me llevó a concluir que ambos vocabularios debían tener necesariamente al mismo autor: Alfonso de Palencia”, afirma Hamlin.

 

Alfonso de Palencia moriría en marzo de 1492, poco tiempo después de la conquista de Granada. Tal vez este hecho explique que en el manuscrito hayan quedado algunos lemas sin definir. Así como también, la importancia de su autor quizás sea la razón que permita explicar que un trabajo con detalles sin terminar haya llegado a la imprenta. Es posible también, que al advertir su estado incompleto se haya decidido dejar de imprimirlo, pero tampoco se puede descartar que haya circulado como libro y el resto de sus partes se encuentren perdidas. Pero lo que, de acuerdo con Hamlin, se puede descartar de manera concluyente es que los folios encontrados se tratasen de una mera prueba de imprenta, ya que uno aparece impreso a doble faz, lo que, por las dificultades técnicas que implicaba, solo se hacía para las versiones con las que se armaban los cuadernillos -que luego componían los libros–, o para lo que se conocía como pruebas definitivas.