Identifican un conjunto de virus en aguas del lago San Roque
UNCIENCIA/DICYT Los “virus entéricos” son causantes ,en su mayoría, de las gastroenteritis agudas. Tienen una ruta de circulación e infección oral-fecal: ingresan por la boca y se eliminan con las deposiciones. Existen dos formas en que pueden llegar al ambiente. Una es que los efluentes domiciliarios sean vertidos sin tratamiento previo o este resulte insuficiente; la otra es que las precipitaciones e inundaciones “laven” las letrinas y sangrías de las viviendas, arrastrando sus contenidos a la superficie. Por ambas razones es factible encontrar estos microorganismos en lagos y ríos próximos a zonas con grandes poblaciones.
En zonas turísticas, donde el agua tiene además un uso recreacional, la presencia de estos virus activa una señal de precaución: sólo hace falta de una a diez partículas virales para desencadenar una infección, y una gota de agua contaminada puede contener hasta diez mil millones de partículas.
Aun así, esto no necesariamente significa que todas las personas que ingresen a esos balnearios se enfermarán, ya que en esto juega un papel central el sistema inmunológico del individuo. Pero conocer este tipo de información le permitiría a cualquier persona con las defensas bajas tomar una decisión al respecto.
Un estudio realizado por científicos del Instituto de Virología “Dr. J. M. Vanella” –dependiente de la Facultad de Ciencias Médicas de la UNC– detectó la presencia de una combinación de virus entéricos (Astrovirus, Enterovirus, Polyomavirus, Rotavirus, Norovirus y Picobirnavirus) en aguas del lago San Roque, uno de los puntos neurálgicos del circuito turístico del Valle de Punilla, en la provincia de Córdoba.
Puntos donde los investigadores tomaron las muestras
Para el trabajo los autores tomaron muestras todos los meses, de enero a diciembre de 2012, de las desembocaduras de los ríos Cosquín y San Antonio, del centro del embalse y de la zona del paredón del dique, donde nace el río Suquía.
A esas 48 muestras las sometieron a un proceso que les permitió concentrar todos los virus que hay en un litro y medio de agua en apenas 15 mililitros. Este paso es esencial, porque al tratarse de partículas tan pequeñas resulta crucial reducir el lugar donde deben ser buscadas. Para facilitar aun más el trabajo, agregaron al líquido una sustancia (polietilenglicol) que “deshidrata” al virus y favorece su precipitación al fondo del recipiente, tarea que culmina con un centrifugado final.
Luego utilizaron técnicas de biología molecular para determinar si en ellas encontraban código genético (ácido nucleico) de virus entéricos. Más importante aun fue determinar si ese genoma detectado era “infectivo” (viable), es decir, si tuvo la oportunidad de estar dentro de una partícula viral, de estar vivo y tener el potencial de infectar a un huésped, ya sea un ser humano o un animal.
Esto último requirió un experimento en el que se expusieron células a las muestras de agua concentrada. La idea es simple: infectarlas para ver si enfermaban. ¿Cómo se realiza el diagnóstico en este caso? Se aplican anticuerpos, los soldados del sistema de defensa del organismo. Si la célula está enferma, los anticuerpos atacarán al virus y se pegarán a él. Como esos anticuerpos tienen una partícula llamada “floresceina”, que emite luz, pueden ser observados claramente mediante un microscopio de fluorescencia.
Los resultados fueron claros: se encontraron Picobirnavirus, Norovirus y Poliomavirus JC en todos los meses del año en al menos uno de los cuatro sitios de monitoreo. En el caso de los Astrovirus, estuvieron ausentes los meses de enero, febrero y noviembre. Los Rotavirus, en tanto, no fueron encontrados durante los meses de primavera.
Bacterias, no. Virus, sí
Argentina adoptó como límites de contaminación microbiológica de aguas recreacionales los niveles de referencia fijados por la Agencia de Protección Ambiental (EPA) de los Estados Unidos. Esto es así porque el país no dispone de estudios epidemiológicos locales que estimen valores de estos indicadores bacterianos en relación al riesgo de enfermedad por exposición a las aguas. En este contexto, la Subsecretaría de Recursos Hídricos de la Nación Argentina decidió considerar los niveles guía recomendados por EPA.
Pero el inconveniente con estos parámetros es que determinan la calidad del agua basándose sólo en la cantidad de bacterias detectadas, pero no contemplan la carga de virus.
Sobre este punto la investigación del equipo del Instituto de Virología de la UNC realiza un aporte significativo: mientras que la mayoría de las muestras presentaron niveles bacterianos (de Escherichia coli, Enterococos y Coliformes fecales) dentro de los límites aceptables, en todos esos casos se encontraron varios virus entéricos: Picobirnavirus en el 76,3% de los casos; Norovirus en el 71,7%; Enterovirus en el 63,2%; Astrovirus en el 60,5%; Polyomavirus JC en el 52,6%, y Rotavirus en el 50%.
La razón que explica esos resultados es que las bacterias son menos resistentes que los virus, por ejemplo, a los tratamientos de una planta potabilizadora.
En condiciones óptimas de nutrientes y temperatura, las bacterias se dividen y se reproducen, porque son organismos celulares, e incluso aumentan en la matriz acuosa. Los virus, en cambio, son inertes en el ambiente. Solo se dividen y se reproducen en un huésped, que puede ser una persona o un animal.
Además, los virus entéricos son muy resistentes. Pueden soportar procesos de potabilización con hipoclorito y con luz ultavioleta y son capaces de pasar por el tubo digestivo, donde existe una gran acidez, sin resultar destruidos. Como si fuera poco, son muy variables: una persona nunca termina de inmunizarse porque las cepas van mutando constantemente.
El objetivo último del trabajo que llevaron adelante los investigadores del Instituto de Virología de la UNC es determinar qué grupo de virus entéricos funcionaría mejor como complemento del análisis bacteriano para evaluar la calidad microbiológica del agua. En este sentido, concluyeron que la detección conjunta de Enterovirus viable y el genoma del Picobirnavirus podrían ser indicadores prometedores de contaminación fecal humana y animal en la superficie del agua durante todo el año.