Investigadores argentinos monitorean los residuos de pesticidas presentes en cítricos
CGP-UNL/OEI-AECID/DICYT Desde que están en el campo argentino hasta que llegan a las góndolas de los supermercados ingleses, las mandarinas recorren un largo camino. Investigadores de la Estación Experimental Concordia del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) y de la Universidad Nacional del Litoral simularon las condiciones de cosecha, empaque y transporte a Europa de mandarinas para conocer los niveles de funguicidas que contienen. Tras llevar a cabo el experimento, observaron que las frutas contenían restos de químicos muy por debajo de los máximos permitidos.
Durante el proceso, según la información de la UNL, se deben aplicar productos que eviten enfermedades postcosecha en la fruta. Las enfermedades de postcosecha son una restricción importante que afecta la calidad de las frutas, la vida útil y los valores de mercado. En el caso de los cítricos, varios hongos patógenos son capaces de causar perjuicios. Por eso los productores aplican fungicidas como el carbendazim. Sin embargo, los límites establecidos para los residuos de estas aplicaciones se vuelven cada vez más estrictos en el continente europeo.
Los investigadores de la Estación Experimental Concordia controlaron los niveles residuales en mandarinas Okitsu y presentaron los resultados ante especialistas a nivel internacional en el último Workshop de Residuos de Pesticidas los resultados: quedaban ínfimas concentraciones del químico luego de todo el proceso de exportación.
El equipo realizó una simulación de los pasos que lleva a cabo el productor cuando cosecha su fruta y la pasa por un empaque. De este modo, analizaron el caso de las mandarinas Okitsu, una variedad que abre el mercado y que tiene uno de los mejores precios, según explicó Cecilia Kulczycki Waskowicz, investigadora del Inta que trabajó en conjunto con el Laboratorio Central de Servicios a Terceros de la Facultad de Ingeniería Química de la UNL.
Del verde al naranja
Este tipo de mandarinas es considerada temprana. Aunque posee una cáscara verde oscura, su pulpa y jugo ya tienen el color y el sabor de una fruta madura, con el contenido de azúcares y acidez adecuados. Pero al no ser vendible con ese color se debe someter al desverdizado, un tratamiento en cámaras con etileno que producen la pigmentación de la cáscara, pasando del verde al amarillo naranja. “El consumidor tiene asumido que la mandarina posee colores naranjas, pero esta variedad naturalmente es de color verde”, relató.
El problema es que esa exigencia de desverdizado obliga a los productores a aplicar tecnologías en desmedro de la calidad original de la fruta, al pasarla por la cámara de etileno y darle la pigmentación deseada, las mandarinas tienden a pudrirse con mayor facilidad.
De acuerdo con Kulczycki Waskowicz, las mandarinas pueden ser tratadas dos veces con el fungicida que controla los hongos postcosecha. La primera, a través de un baño que minimiza la contaminación que puede tener la fruta luego de salir de las plantaciones. La segunda vez, a lo largo de la línea de empaque. “Fuimos controlando las concentraciones presentes y vimos que los residuos se iban degradando hasta llegar a niveles cercanos al límite máximo exigido”, afirmó. Para saber si los niveles del residuo bajaban aún más, se simularon las condiciones de embarque.
Los viajes en barcos frigoríficos hasta Inglaterra tardan entre 21 y 25 días. “Durante ese tiempo el residuo químico sufre una degradación, según pudimos comprobar”, acotó la especialista. “De esta manera, el equipo pudo demostrar a través de todo el recorrido que atraviesa la fruta, desde la cosecha, el pasaje por empaque y el transporte a Inglaterra, que llegamos muy por debajo de lo que ellos exigían o lo que consideran límites de riesgo”, culminó Kulczycki Waskowicz.
De 5 a 0’5 partes por millón
A su juicio, la preocupación de bajar los niveles permitidos de residuos de pesticidas en Europa ya no proviene de los entes controladores de ingreso a los mercados, sino más bien de los consumidores que requieren menores cantidades de residuos en alimentos y estándares más exigentes. “La idea fue trabajar en base a una restricción que había puesto la Unión Europea hace un par de años, donde se bajaba diez veces el máximo de residuos del fungicida permitido. Para nosotros se trataba de una preocupación importante porque el carbendazim, que se utiliza cuando ya la fruta está cosechada y llega al empaque, es un producto necesario para evitar que se pudra y llegue con problemas a Europa”, explicó Waskowicz.
“Nosotros debemos permanentemente adaptarnos a ese concepto de inocuidad. Para nuestra legislación el carbendazim es un producto permitido hasta 5 partes por millón, mientras que Inglaterra, principal destino de los cítricos, bajó de 5 a 0’5 partes. No sabíamos si realmente íbamos a llegar a esos límites o si los excederíamos cuando los cítricos llegaran a destino, por eso decidimos hacer un estudio sobre la trazabilidad de los residuos a lo largo de todo el proceso”, añadió.