Tsunamis en lagos: el extraño fenómeno que sacudió Bariloche en 1960 y que podría volver a ocurrir
CONICET/DICYT Sesenta años atrás, la postal perfecta de la ciudad de Bariloche bordeando el Lago Nahuel Huapi se alteró por completo y dejó una huella profunda en el imaginario colectivo patagónico. Fue el 22 de mayo de 1960, cuando una ola de dos metros rompió la calma del paisaje de montañas y se impuso con violencia. En el mismo momento, desapareció el muelle apostado frente al Centro Cívico, se hundieron varios barcos y perdieron la vida dos personas. Los pobladores reconocieron el fenómeno como un “lagomoto” pero, en realidad, lo que ocurrió fue algo inédito: el primer y único “tsunami lacustre” documentado históricamente en la zona, es decir, el primer tsunami ocurrido en un lago continental de Argentina. Desde entonces, el riesgo de que se repita continúa latente.
Gustavo Villarosa es uno de los primeros científicos de Sudamérica que estudió el tema: es investigador del CONICET en el Instituto Patagónico de Tecnologías Biológicas y Geoambientales (IPATEC, CONICET – UNCo) y se especializa desde hace más de veinte años, en volcanología y limnogeología, que significa el estudio de los procesos geológicos en lagos. En 2009, publicó un paper en el que vinculó aquellas olas del tsunami lacustre de 1960 y la destrucción de Puerto San Carlos con el terremoto de mayor magnitud registrado instrumentalmente en el mundo -9,5 de magnitud-, que sucedía ese mismo día, en simultáneo, en Valdivia, al sur de Chile.
En aquel trabajo Villarosa comprobó, junto a un equipo internacional de científicos con el que realizó estudios geofísicos, sedimentológicos y tefrocronológicos, que el tsunami se había originado por el impacto de las ondas sísmicas, que provocaron que los sedimentos del lago ubicados a más de ochenta metros de profundidad se deslicen pendiente abajo, arrastrando los cimientos del muelle, y desplazaran con violencia aquella masa de agua que terminó golpeando las costas de Bariloche. También sugirió la incidencia que pudo haber tenido la vibración del hincado de los postes del muelle, que había estado en construcción durante algunos años, y contribuyeron a debilitar el sustrato y a facilitar los movimientos en masa en el fondo del lago.
“La geología es una disciplina bastante forense, porque estudiás algo ahora para entender el proceso que lo originó –advierte Villarosa–. En este sentido, los lagos funcionan como si fueran archivos de todo lo que pasa en la cuenca. Al analizar el fondo de los lagos ves las cosas que fueron sucediendo en la historia. Es como un sumidero, donde las erupciones, los movimientos de masas provocados por terremotos o el impacto que producen las actividades humanas van a dejar su impronta en el fondo del lago y quedarán registrados en los sedimentos”.
Villarosa comenzó su carrera como investigador estudiando volcanología, puntualmente estratigrafía volcánica postglaciar, que es el intento de reconstruir las erupciones de los últimos miles de años para poder comprender la peligrosidad volcánica de una región. En el camino, se dio cuenta de que esa disciplina guardaba un estrecho vínculo con el estudio de los lagos, sobre todo en la Patagonia, y por eso amplió su campo hacia la limnogeología. “Fue entonces cuando junto con los colegas del grupo de trabajo, empezamos a advertir que en casi todos los grandes lagos patagónicos hubieron tsunamis de menor o mayor magnitud, porque los deslizamientos subacuáticos son muy frecuentes en la zona”, asegura.
Estos tsunamis, según explica, se pueden desencadenar por varias causas, relacionadas con la ocurrencia de sismos y la llamada remoción en masa, que es la movilización de sedimentos o rocas en superficie o en el fondo de los lagos. “Estos fenómenos se relacionan directamente con los sismos que se generan en el margen activo ubicado en el borde occidental de la Patagonia, donde el encuentro de placas tectónicas que se mueven en direcciones opuestas produce el hundimiento de una placa por debajo de otra, es decir, de lo que se llama subducción –explica Villarosa-. Ello genera frecuentes y a veces intensos terremotos. El mismo proceso es el responsable de la existencia de la Cordillera de los Andes y de los numerosos volcanes activos alineados a lo largo de ella. Así es como se originan muchos de los depósitos, que son sedimentos lacustres removilizados, cenizas volcánicas y morfologías características, que se acumulan en el fondo de los lagos, dejando prueba de la ocurrencia de todos estos fenómenos en esta zona catalogada como `de sismicidad moderada`”.
En la Patagonia, el riesgo de que se produzca un tsunami en los lagos se da porque como resultado de las glaciaciones, las cuencas son muy profundas y muy extensas. Esas dos condiciones favorecen la generación de olas de gran tamaño -como resultado del ingreso o la movilización subacuática de grandes volúmenes de roca o sedimentos-. Por eso mismo, en las lagunas someras de la región pampeana, por ejemplo, ese riesgo es casi inexistente. “En donde también pueden ocurrir tsunamis lacustres es en algunas grandes represas, donde se combina gran profundidad y condiciones de altas tasas de sedimentación”, indica Villarosa.
Lo cierto es que los tsunamis lacustres son un fenómeno recientemente comprendido –estudiado desde hace apenas unas pocas décadas- y son difíciles de predecir. “Fue a partir del acceso a nuevas tecnologías que los científicos pudimos comenzar a estudiar qué es lo que pasaba abajo del agua”, explica el científico, y agrega que para llegar a una predicción, es necesario hacer modelados de olas y probabilidad de deslizamientos o movimientos en masa. “Incluso la imprevisible caída de un meteorito en el medio del océano puede causar un tsunami, si tiene el tamaño suficiente. Hay que estudiar cada caso particular para ver si se conjugan todos los factores como para que exista la posibilidad de un tsunami destructivo”.
Por esa misma cuestión de que los tsunamis ocurren con frecuencia, apunta Villarosa, las noticias-catástrofe sobre el tema proliferan. “Es muy común escuchar que hay riesgo de tsunami en tal o cual lugar. Pronosticar de forma imprecisa que van a haber olas de cientos de metros, o que van a desaparecer pueblos, tiene una serie de consecuencias sociales y económicas que deben ser tenidas en cuenta. También debemos tener en cuenta que mucha gente se resiste a creer que los tsunamis lacustres pueden ocurrir. Por eso debemos comunicar adecuada y efectivamente nuestros hallazgos, para ir sensibilizando a la población en riesgo sobre estos peligros”, señala.
Y advierte: “Debemos apuntar a la prevención, desde la perspectiva de la gestión de riesgos e indicando qué se debe hacer ante un evento. Una vez clarificados los peligros y la zona bajo riesgo, se debe planificar el uso del territorio de manera de no poblar la costa baja en ciertos lugares, por ejemplo. Y también tener en cuenta que las causas y las consecuencias de estos fenómenos van desde lo natural hasta lo antrópico, también nosotros podemos ayudar a desencadenar o magnificar el daño que nos producen estos fenómenos. Hay que aprovechar los `tiempos de paz`, como ahora, en donde no estamos frente al evento destructivo, para saber qué hacer si llega a ocurrir uno y minimizar la vulnerabilidad de la población”.