Salud Argentina , Buenos Aires, Miércoles, 21 de octubre de 2009 a las 13:24

Un estudio muestra la incidencia en la salud de la aplicación de pesticidas en pequeñas huertas

El trabajo, de científicos argentinos, fue presentado en el II Workshop Latinoamericano sobre Residuos de Pesticidas, Alimentos y Medio Ambiente

CGP-UNL/OEI-AECID/DICYT Científicos de la Universidad Nacional de General Sarmiento (UNGS) de Argentina han elaborado un estudio que demuestra la significativa exposición de los productores de campos frutihortícolas y florícolas a residuos de plaguicidas tanto en la etapa de preparación del formulado, como en la de aplicación sobre el cultivo. La falta de medidas de protección personal juega un importante papel en este sentido, tal y como han determinado los investigadores tras el trabajo de campo llevado a cabo en pequeñas huertas del partido de Moreno, en Buenos Aires. Los resultados de este estudio fueron presentados en el II Workshop Latinoamericano sobre Residuos de Pesticidas, Alimentos y Medio Ambiente, organizado por la Universidad Nacional del Litoral (UNL).


Javier Montserrat, investigador docente del Área Química del Instituto de Ciencias de la UNGS, señaló que las manos, la mitad inferior del cuerpo, pero también la parte superior e incluso la cabeza, fueron las zonas que resultaban contaminadas tras la manipulación de estos productos. “En las huertas generalmente se utilizan fungicidas e insecticidas, y en poca cantidad herbicidas, porque habitualmente son producciones de menos de cinco hectáreas y el desmalezamiento se hace a mano”, explica el experto.


El tipo de productos que se utilizan es muy diverso pero, en el caso de los insecticidas, “se suelen utilizar más los de base fosforada porque son más baratos que otros más seguros y eficaces, pero más caros”. El inconveniente de estos productos es que si se usan indebidamente, apunta el investigador, se corre riesgo de contaminar la producción y entonces la exposición se puede trasladar a los consumidores. Pero además, si se manipulan mal, es el propio aplicador el que corre riesgo en primer lugar, indicó Montserrat.

 

Los investigadores utilizaron un índice denominado Margen de Seguridad para realizar los estudios sobre la exposición a los plaguicidas. Este indicador se elabora en base a información experimental que resulta de medir cuánto producto queda sobre la ropa de trabajo de un aplicador, parámetro que se conoce como Exposición Dérmica Potencial (EDP). Este indicador depende de un conjunto de factores particulares, como las condiciones de aplicación, la geometría y el tipo de cultivo y la experiencia del aplicador, según fuentes de la Universidad Nacional del Litoral.

 

“Cuando un aplicador hace su trabajo, esa operación puede hacerse bajo condiciones seguras o no. Es el Margen de Seguridad el parámetro que nos permite saber cómo ha sido. El Margen de Seguridad es un coeficiente que se obtiene de relacionar la EDP (un dato muy utilizado en Europa y Norteamérica), con la cantidad aceptable de pesticida que un operador podría recibir sobre su ropa de trabajo o sobre su piel por día sin sufrir consecuencias (información de origen toxicológico). Esa relación nos permitía establecer si la aplicación se hizo en condiciones seguras o no”, aseveró el especialista.


Medición del plaguicida que queda en el cuerpo

 

Por otro lado, precisó que para medir la EPD colocaron a los operarios semimáscaras, antiparras, guantes y unos trajes absorbentes con el fin de capturar el plaguicida que quedó durante el proceso de aplicación. Luego se llevaron las vestimentas al laboratorio, se cortaron en pequeñas partes ya preestablecidas, y se extrajo el producto absorbido por la tela y que fue analizada con una técnica analítica denominada cromatografía gaseosa. “Con esos datos pudimos calcular cuánto plaguicida quedó en distintas partes del cuerpo, utilizando la técnica de Dosimetría de Cuerpo Entero”, añadió Montserrat. En cuanto al muestreo, destacó que en cada salida a campo para hacer las intervenciones tomaban los datos de entre cinco y ocho operarios. En total realizaron mediciones a unos 50 productores.


Asimismo, al equipo científico le interesaba conocer qué factores eran críticos e influían a la hora de la exposición a los productos. Notaron que la experiencia técnica de los aplicadores era fundamental. En estas pequeñas producciones la aplicación es en general manual y los operarios más experimentados (que rociaban caminando hacia atrás, por ejemplo) siempre fueron los que terminaron con menores niveles de exposición.


La preparación, un proceso clave

 

Además, observaron que era vital también el momento de la preparación de los pesticidas. “La gente compra los plaguicidas en un determinado envase donde vienen los productos formulados, con los principios activos en concentraciones muy altas y que deben ser diluidos antes de ser aplicados. El rociado de los productos suele hacerse con mochilas de 20 litros que se presurizan y el producto es pulverizado a través de una lanza relativamente corta. En el proceso de pasar el producto concentrado a la mochila, la contaminación de las manos es extraordinaria, en algunos casos tan grande como durante todo el proceso de aplicación”, apuntó.

 

Pero también las medidas de seguridad en el momento de la aplicación en el campo eran escasas. Algunos productores utilizaban los mismos guantes para varias aplicaciones, pasando a ser elementos portadores de los fitosanitarios antes que barreras de defensas.


A la vez, observaron que los aplicadores utilizaban muy poco las medidas de protección personal en el cuerpo. La excepción eran algunos huerteros que se colocaban bolsas de residuos a modo de ponchos. “Vimos que sólo los aplicadores más experimentados, que tuvieron algún episodio de contaminación previa, se cuidaban más”, destacó.


El tipo de cultivo influye en la exposición

 

Asimismo, concluyeron que el tipo de cultivo influía en la exposición a los agroquímicos. En plantas altas como el maíz y el tomate los productores debían mover las lanzas de arriba hacia abajo produciendo un mayor grado de exposición, situación que no se repetía en cultivos como lechuga, brócoli o frutillas, donde el operador sólo pasaba la lanza por debajo y la contaminación se producía en general por debajo de la cintura.

 

“Cuando salimos a medir siempre tratamos de hablar con los productores. También hemos organizado, con la ayuda del Municipio de Moreno, algunas actividades de extensión para concientizarlos. Por ejemplo, les hicimos aplicar un producto coloreado para que vean como queda manchado el traje, porque el problema es que la contaminación es imperceptible hasta que aparece alguna sintomatología. A los productores les parecen agua”, resaltó.

 

Pero la idea de los experimentos, señaló por último Montserrat, es lograr un cambio en las prácticas de los productores a partir de la toma de conciencia de los peligros de las aplicaciones sin cuidado. Al mismo tiempo, se busca incidir en las exigencias de seguridad como requisito de los registros comerciales de los productos, un aspecto en que debe intervenir fuertemente el Estado a través de la legislación.