De ferias y catedrales
DICYT En la Edad Media las ciudades celebraban periódicamente ferias agrícolas, ganaderas y artesanales. Quien haya leído o visto Los Pilares de la Tierra, sabe que tales ferias podían ser tan importantes como las catedrales para la vida de una ciudad. Y lo siguen siendo, claro está. En el siglo XIX y XX aparecieron las exposiciones universales, escaparates de la tecnología industrial que tantos cambios ha introducido en nuestras sociedades modernas. En tiempos más recientes, de realidades virtuales y economías especulativas, muchas de estas ferias se han banalizado, derivando hacia el espectáculo mediático, como hemos visto recientemente en Shanghái.
Las sociedades actuales necesitan otro tipo de ferias. Nos hartamos de decir que las nuestras son sociedades basadas en el conocimiento, pero nos resulta todavía difícil asociar el conocimiento con la ciencia, la cultura y el entretenimiento, además de con la economía, la riqueza, el bienestar, el comercio, la innovación y la industria. Las ferias de la ciencia son una forma de responder a estas dificultades. Lo que se muestra en ellas no son las últimas maravillas del diseño arquitectónico o las curiosidades más sorprendentes del mercado del ocio. Sino algo más profundo: las fuerzas ocultas de la creatividad científica, los proyectos más avanzados en el desarrollo de aplicaciones tecnológicas, las propuestas más audaces para mostrar cómo, en nuestros días, la ciencia está en todas partes.
Una feria de la ciencia, la tecnología y la innovación no se hace para pasar el rato, aunque también sirve para ello. Su objetivo principal es abrir a todos los ciudadanos el verdadero espectáculo de la ciencia en la vida cotidiana, hacer posible que todo el mundo pueda percibir cómo las instituciones científicas y las empresas que nos rodean trabajan cada día para saber más y hacer mejor las cosas. Se trata de sacar la ciencia a la calle y de invitar a los ciudadanos a que la conozcan y se entusiasmen con ella. Porque no hay futuro sin ciencia y sin innovación, pero la ciencia no puede mantenerse sólo por la abnegación de los científicos: requiere el apoyo de los ciudadanos, el interés de las empresas y el compromiso de las instituciones.
Salamanca tiene dos catedrales y una universidad que sirvió para extender la cultura científica por toda Iberoamérica. Gracias a un grupo abnegado de técnicos de su Instituto Universitario de Estudios de la Ciencia y la Tecnología, y al apoyo de muchas instituciones y empresas, ahora Salamanca tiene además una feria de la ciencia, EMPÍRIKA, que volverá a sus calles dentro de ocho años, después de madurar en tierras americanas, para cerrar un ciclo iniciado hace ocho siglos con la creación de su universidad. Pasen y vean. Participen.