El hambre elevó un 76% el riesgo de COVID-19 en niños de la Amazonia
AGENCIA FAPESP/DICYT – La inseguridad alimentaria contribuye y mucho para que los niños exhiban síntomas de COVID-19. Esta conclusión surge de un estudio a cargo de investigadores brasileños y publicado en la revista PLOS Neglected Tropical Diseases.
Estos resultados se obtuvieron en el marco del “Estudio maternoinfantil en el estado de Acre: cohorte de nacimientos en la Amazonia occidental brasileña (MINA Brasil)”, realizado desde 2015 en el municipio de Cruzeiro do Sul, estado de Acre, con el apoyo de la FAPESP.
“Entre los niños con evidencias serológicas de infección anterior provocada por el SARS-CoV-2, aquellos en cuyos hogares se pasó hambre durante el mes anterior a las entrevistas exhibieron probabilidades de padecer COVID-19 un 76% más altas en comparación con los niños que no habían quedado expuestos a la inseguridad alimentaria”, comenta Marly Augusto Cardoso, docente de la Facultad de Salud Pública de la Universidad de São Paulo (FSP-USP) y coordinadora del estudio.
En dos ocasiones, primero en el mes de enero, y posteriormente en junio y julio de 2021, se les aplicaron test de anticuerpos para el SARS-CoV-2 a 660 de los 1.246 niños nacidos en 2015 o en 2016 bajo seguimiento inicial en el estudio, aparte de efectuarse entrevistas con las madres o responsables del cuidado de los mismos.
Los investigadores preguntaron sobre la existencia de síntomas del COVID-19 en los niños, tales como tos, dificultad para respirar y pérdida del gusto y del olfato. Un cuestionario definió a su vez la existencia de inseguridad alimentaria en el hogar, que indica si la familia había pasado hambre durante el mes anterior.
“Normalmente, los adultos priorizan la alimentación de los niños, y pueden incluso pasar hambre para poder alimentar a sus hijos. Que el niño de la casa haya pasado hambre es una señal de una situación sumamente difícil para toda la familia”, explica la investigadora.
Más de la mitad de los hogares de los participantes (un 54 %) quedaron caracterizados en estado de inseguridad alimentaria. Entre ellos, el 9,3 % reportó síntomas de COVID-19 en comparación con el 4,9 % de niños cuyas familias no informaron inseguridad alimentaria, lo que muestra una vulnerabilidad un 76% mayor de ese grupo en referencia a la manifestación clínica de la infección provocada por el SARS-CoV-2. El mayor surgimiento de infecciones mostró una relación también con las peores condiciones habitacionales, aparte de una menor escolaridad, y con el color de la piel de las madres, en su mayoría no blancas.
En total, en 297 niños (un 45 %) se detectaron anticuerpos contra el SARS-CoV-2. De ellos, a tan solo 11 (un 3,7 %) se les habían aplicado test para confirmar el COVID-19 antes del estudio, y 48 (un 16,2 %) exhibieron síntomas tales como tos, dificultades respiratorias y pérdida del olfato y del gusto. Entre los más pobres, sobresalió más la existencia de síntomas.
El subregistro
“Existen estudios que muestran que el estatus socioeconómico y la nutrición influyen en la aparición de una mayor cantidad de casos de enfermedades infecciosas. No existen datos suficientes aún en referencia al COVID-19, pero tanto en nuestro estudio como en investigaciones realizadas en otros países hay evidencias de que esa correlación también existe”, dice Augusto Cardoso.
El grupo de la investigadora actualmente analiza muestras de la microbiota intestinal de los participantes en el estudio con el fin de establecer correlaciones entre la alimentación y el surgimiento de enfermedades, el COVID-19 inclusive. Aun cuando casi la mitad de los niños tenían anticuerpos contra el SARS-CoV-2, solamente el 5 % de las madres reportó un episodio anterior de COVID-19 entre sus hijos, lo que sugiere que ocho de cada nueve infecciones quedaron sin diagnóstico y, por ende, no se las notificó.
Según advierten los investigadores, este subregistro tiene consecuencias en la salud pública, como lo es la falsa percepción de que los niños son menos susceptibles a la enfermedad. En otros contextos, por ejemplo, la menor aparición de cuadros clínicos de COVID-19 entre los niños sirvió de justificación para que los padres posterguen o incluso rechacen la vacunación de sus hijos con edades para vacunarse. Con todo, el hecho de ser en gran medida asintomáticos hace que niños y adolescentes se erijan como transmisores hacia el resto de la familia, incluidas las personas más susceptibles a padecer cuadros graves, tales como ancianos e individuos con comorbilidades.
En el estudio ahora publicado, los niños infectados en su mayor parte tuvieron parientes con cuadros de COVID-19, fundamentalmente sus madres. Cuando no era la progenitora, el padre, los hermanos, los abuelos o los vecinos habían tenido síntomas de la enfermedad. En los cuadros de inseguridad alimentaria o cuando la madre era no blanca (negra, parda o indígena), hubo una mayor prevalencia de la manifestación clínica de la enfermedad.
Una limitación del estudio residió en el hecho de que los participantes en ese segmento del MINA Brasil que estudió la prevalencia del SARS-CoV-2 vivían en el área urbana o en áreas rurales accesibles. Los investigadores presumen que, en zonas más distantes, con menos acceso a los servicios de salud, es posible que la situación sea aún peor.
“En las áreas rurales lejanas se hace difícil mantener el seguimiento y perdimos el contacto con muchos de los participantes. Esto sucede también con los más pobres, cuya localización se vuelve más difícil porque cambian mucho de domicilio e incluso se mudan de región. Perdimos contacto con más de 300 niños en el transcurso de cinco años de seguimiento”, comenta Augusto Cardoso. Un dato que también llamó la atención fue la menor manifestación de síntomas entre los niños hijos de madres con más de 12 años de escolaridad. La manifestación del COVID-19 fue mayor a medida que disminuía la cantidad de años de educación formal de las progenitoras.
“Es importante remarcar que los niños de las familias más pobres y aquellos con madres menos instruidas fueron significativamente más propensos a ser seropositivos con relación al SARS-CoV-2. Esto refleja una condición socioeconómica peor que la de quienes estudiaron durante más tiempo y también un menor acceso a la información y a alternativas de supervivencia, que se reflejan a su vez en un mejor cuidado de la salud de los hijos”, afirma la investigadora. “Observamos esto también en los estudios que realizamos sobre paludismo, desarrollo infantil y estado nutricional. La dedicación a la educación de las madres también tiene impacto sobre la calidad de vida de los niños”, culmina.