Tecnología España , Salamanca, Martes, 05 de abril de 2011 a las 17:41

Tsunami Fukushima

Artículo de opinión de Francisco Fernández González, catedrático de Física Atómica, Molecular y Nuclear de la Universidad de Salamanca

DICYT Desde que hace pocos días se ha producido la terrible tragedia natural de Japón varios tsunamis se han producido en nuestras vidas. El primero es el tsunami del olvido que nos permite olvidar a los que seguramente serán más de 25.000 muertos y 240.000 desplazados y a los que los medios posponen a los sucesos que se producen en la única de las más de 50 centrales nucleares que ha sido dañada por el terremoto. El segundo es el tsunami mediático que inunda cada día nuestros informativos con noticias cuando menos equívocas anunciando una y otra vez amenazas nucleares, disparo de todas las alarmas, o fusiones del núcleo del reactor en una confusa mezcla de traducciones de melting (que es lo que está ocurriendo) con fusion, que es lo que nunca se puede producir en un reactor. Finalmente está el tsunami político, aunque más bien lo calificaríamos de siroco, que ha enloquecido a nuestros políticos augurando situaciones apocalípticas que inducen a la población a suponer que la evolución del problema de los grupos nucleares de Fukushima va a ser una explosión nuclear con su correspondiente hongo que se extenderá por todo el mundo. Este tsunami político ha llevado a cambiar súbitamente de opinión con respecto a la energía nuclear a importantes personajes de la vida pública y se ha cobrado las primeras víctimas en las elecciones alemanas del Land de Baden Württenberg.


Todos estos tsunamis se concentran en un tsunami antinuclear que asola el mundo y que produce situaciones tan paradójicas como que un diario de tirada nacional anuncie: ‘Japón, en alerta máxima ante el vertido de plutonio en Fukushima’; mientras que la agencia internacional de energía atómica diga ‘Las concentraciones de plutonio-238 y plutonio-239/240 son similares a las depositadas en Japón como resultado de los ensayos nucleares, lo que indica que cantidades muy pequeñas de plutonio pueden haberse vertido como consecuencia del suceso, aunque este hecho requiere confirmación posterior’.

 

Evidentemente, tenemos un doble problema. El primero combina el dramatismo de nuestros políticos con la desconfianza hacia las reflexivas afirmaciones de nuestros científicos. El segundo, más profundo, hace referencia a nuestra creciente demanda de energía. El primero es un problema educacional, el segundo es más serio. Es cierto que podríamos plantearnos un escenario sin energía nuclear si tuviésemos resuelto el problema del almacenamiento de las energías renovables. Es cierto que este problema puede resolverse en el futuro si nuestros gobiernos se dan cuenta que lo que deben subvencionar es la investigación y desarrollo de la energías renovables y no su producción. Como podría resolverse el problema de los residuos nucleares, aunque si seguimos utilizando masivamente combustibles fósiles la humanidad se acabará antes de que los residuos nucleares sean un problema. También es cierto que la apuesta por biocombustibles puede agudizar el drama de los millones de personas que mueren de hambre en el mundo por el negocio del mercado de cereales.


Tenemos pues un serio problema que no se arregla con virajes bruscos ni con test de stress de las centrales nucleares. De cada situación es necesario obtener una enseñanza y la situación preocupante de la central de Fukushima nos obliga a mejorar la seguridad de las centrales (su tecnología es de los años 60, un Seat 600 circulando por una autopista) y plantear seriamente el balance adecuado que cada energía debe tener en el consumo energético mundial. Pero además el tsunami de Fukushima debe invitarnos a reflexionar. Reflexionar sobre que vivimos en un mundo lleno de comodidades, gracias a la energía, comodidades que una inmensa mayoría de la población mundial no posee. Reflexionar sobre que tenemos que ser eficientes en el uso de las distintas energías de las que disponemos, responsables en el uso de las mismas para no condenar a generaciones futuras a efectos invernaderos o calentamientos globales e inteligentes para poner nuestros recursos en la búsqueda de soluciones y no en las subvenciones al consumo. Y, finalmente, generosos en la utilización de un bien sobre el que no tenemos ningún título de propiedad ni ninguna exclusividad de uso. Basta que pensemos no en qué pueden hacer las generaciones futuras con nuestros residuos nucleares sino, en qué puede ocurrirles cuando les dejemos sin petróleo y con un medio ambiente seriamente amenazado.


Realmente tenemos un problema que no se soluciona con actitudes extremas sino, como siempre, pensando.