Alimentación España , Salamanca, Viernes, 11 de septiembre de 2009 a las 15:30

El vertido de Aznalcóllar presenta niveles peligrosos de arsénico 11 años después

Un experto ha analizado hoy en Salamanca los trabajos de recuperación y ha valorado positivamente la experiencia científica de este caso

José Pichel Andrés/DICYT El 25 de abril de 1998 se produjo la rotura de una balsa de residuos de metales pesados procedentes de una mina de Aznalcóllar (Sevilla). El vertido tóxico que ocasionó en el Parque Nacional de Doñana, a lo largo del cauce del río Guadiamar, aún se recuerda como uno de los mayores desastres ecológicos de España. Carlos Dorronsoro, experto en Edafología de la Universidad de Granada, ha presentado hoy en Salamanca los análisis más recientes realizados en la zona, que indican que más de 11 años después todavía existe una alta concentración de arsénico. Por el contrario, los trabajos realizados sobre el terreno han permitido eliminar los metales pesados y la experiencia científica que este caso ha reportado a los investigadores es muy valorable, según ha afirmado.

 

"Tenemos muestras de hace dos meses escasos y la situación está controlada, no es todo lo buena que debería, pero en comparación con lo que había se ha hecho una labor magnífica", ha declarado Dorronsoro a DiCYT momentos antes de ofrecer una conferencia sobre este asunto en el marco de la reunión anual de la Sociedad Española de Mineralogía. Tras el vertido, el terreno presentaba una fuerte contaminación de metales pesados y arsénico, mientras que "hoy en día el único elemento que crea problemas es el arsénico, que está en unos niveles peligrosos en un 24% de las muestras", asegura.

 

Además, los científicos no analizan sólo la presencia, sino también a movilidad de los contaminantes. "Si el arsénico estuviese inmóvil, no habría problemas en el presente, aunque sí podría haberlos en el futuro", apunta. En este sentido, "parece ir inmovilizándose con el tiempo, de manera que gran parte de él, sigue ahí pero no es peligroso porque no lo pueden tomar los organismos".

 

Aunque el elemento más difícil de eliminar es el arsénico, el vertido también contenía zinc, cobre, plomo, cadmio y talio. "El zinc presentó problemas hasta 2004, pero ahora sólo el 1% de los suelos de la zona rebasa los niveles de toxicidad", comenta el especialista. En cualquier caso, asegura que las 4.402 hectáreas afectados se han transformado en una superficie "imposible" de recuperar para la agricultura. Se trata de una estrecha franja de 40 kilómetros a lo largo del cauce del río Guadiamar con un ancho de 40 metros, que, "si se sigue cultivando, podría repercutir en los productos".

 

El aspecto positivo que la comunidad científica puede sacar del desastre es la experiencia adquirida en el tratamiento de descontaminación del suelo. La primera actuación consistió en quitar la capa de lodo que cubría el terreno, aproximadamente 8’5 centímetros de espesor medio. "Esa capa se fue alterando y fue liberando todos los metales pesados, que pasaron a la solución del lodo y con la lluvia, el agua infiltraba los metales en la tierra. Por eso, la contaminación que había en los meses siguientes al vertido era mucho más grave que la inicial, de manera que era necesario retirar todo, una tarea en la que se movilizaron siete millones de toneladas de lodo mezcladas con tierra", explica Dorronsoro.

 

Experiencia fallida

 

Más tarde, se probó una técnica denominada fitorremediación: sembrar plantas que absorven los metales. "Realizamos ensayos, sembramos las plantas, las recogimos y las volvimos a sembrar, pero fue mal y se abandonó esta idea", comenta. Tras la experiencia fallida, añadieron sustancias con poder bloqueante para el arsénico y los metales pesados: carbonatos, arcillas, hierro, materia orgánica, de manera que, aunque no eliminaban los contaminantes, los consiguieron inmovilizar.

 

Finalmente, otro proceso dio buenos resultados. "Tuvimos en cuenta que el nivel superior era el más contaminado, de manera que al diluirlo con la parte de abajo, que tiene menos contaminación, hemos homogeneizado la zona, rebajando la concentración en la superficie". Este trabajo concluyó en el año 2000 y, a partir de ahí, los científicos han seguido periódicamente muestreando la zona para comprobar que la contaminación se va diluyendo por infiltración o erosión.
 

Datos valiosos

 

Después de 11 años, los científicos cuentan con datos que son extrapolables a otras situaciones con un clima parecido y contaminaciones similares. "Para nosotros ha sido espectacular lo que hemos aprendido con todo esto, sobre todo porque la Junta de Andalucía decidió dejar unas parcelas sin quitar los lodos para ver qué hubiese ocurrido", comenta Dorronsoro. Así, "tenemos muchos datos de la filtración de los contaminantes", apunta. En las parcelas experimentales, los elementos contaminantes van penetrando con velocidad, de forma que a los nueve años han llegado al subsuelo. Sin embargo, "en los suelos que tienen carbonatos, estos elementos bloquean la acidez del compuesto y precipitan los metales, que han quedado reducidos a 60 centímetros de penetración en la tierra", indica. Esto significa que con presencia de carbonatos, los metales pesados no han llegado a alcanzar las aguas freáticas, algo que sí hubiese ocurrido de no haber retirado los lodos en zonas sin presencia de carbonatos, donde el resultado hubiese sido la contaminación del agua.