De Estocolmo a Arkhangelsk
La siguiente operación es separar el material que vamos a llevarnos a Rusia. Será lo mínimo, la ropa de cada uno, los sacos de dormir y los aparatos electrónicos. El resto del material se comprará en Rusia, sino con la cantidad de kilos que tendríamos que pagar por exceso de peso, pagaríamos dos veces ese material.
Las noticias que tenemos de nuestros amigos rusos sobre las sondas que deberían de llegar allí directamente de Alemania, siguen sin ser nada alentadoras. En la aduana de San Petersburgo continúan pidiendo más y más documentación. Nos hacemos a la idea de la nueva situación y hay que empezar a cambiar los planes. Tendremos que reducir los objetivos de esta expedición, olvidarnos de realizar en esta ocasión la instalación de la estación y la campaña de aforos, y quedarnos simplemente con la parte de exploración. Reconocer bien la zona y los glaciares preseleccionados como posibles donde trabajar y organizar una nueva expedición otro año para montar la estación de medida.
Coche guardado en Estocolmo y un primer avión hasta San Petersburgo. A la salida del aeropuerto nos para la policía. Todo el mundo viaja con sus maletas habituales y nosotros con nuestras sacas de material, que marcan claramente una diferencia no habitual.
– “¿Qué lleváis ahí dentro?”, nos interroga en ruso.
Me defiendo en este idioma y puedo responderle:
– “Somos glaciólogos, se trata de una expedición a los Urales”
Señalando a Adolfo, agrego: “Él es académico de la Academia Rusa de Ciencias Naturales”. Entonces Adolfo saca sus credenciales de académico para mostrárselas. Un díptico de 12 x 6 cm aproximadamente, forrado en cuero rojo todo el exterior. Con el águila bicéfala imperial rusa estampada en oro y debajo escrito en cirílico el nombre de la Academia.
En nuestras expediciones a la Antártica a la Base Rusa Bellinsghausen, habían bromeado muchas veces nuestros amigos rusos con este carné. Le decían a Adolfo que si lo enseñaba tapando el nombre de la Academia al agarrarlo, el resto era muy similar a las credenciales que antiguamente tenían los agentes de la KGB.
Adolfo saca su carné ahora de esa manera para enseñárselo al policía, y no le dio tiempo ni a abrirlo. “¡Adelante, adelante!”, dice, “¡Qué vaya todo bien en la expedición!, ¡Mucha suerte!”.
Pasamos la noche en San Petersburgo, no había posibilidad de combinar los dos vuelos en el mismo día en este viaje de ida. Al entrar de nuevo en el aeropuerto al día siguiente, nos pasan las sacas por el escáner, fruncen el ceño, nos mandan apartar a un lado, las vuelven a pasar por el escáner… Tanto material electrónico, numerosos cables de conexión, cargadores, varillas para el aforador… no son nada frecuentes y alertan al personal. Hay que actuar. De nuevo la operación de las credenciales de académico produjo un resultado inmediato.
Subimos a un pequeño avión Tupolev y rumbo a Arkhangelsk, otra vez al Norte. Allí nos está esperando Sasha, uno de los rusos que vendrán con nosotros a la expedición a los Urales. Toda una alegría volver a juntarnos. La última vez nos habíamos despedido en la Antártida. El otro colega que nos acompañará, Oleg, llegará por la tarde desde Ciudad del Cabo, donde trabaja coordinando la logística de la Antártica Oriental.