Alimentación España , España, Viernes, 29 de julio de 2011 a las 19:26
CAMPUS CIENTÍFICO DE VERANO DE LA USAL: REPORTAJES DE LOS ALUMNOS

Viajar para quedarse

Reportaje realizado por las alumnas Gloria Baeza Hernández y Laura García Marco dentro de las actividades desarrolladas en el Campus Científico de Verano de la Universidad de Salamanca

 

Los Campus Científicos de Verano son una actividad organizada por la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología (Fecyt) para los alumnos más brillantes de 4º de ESO y 1º de Bachillerato de toda España. Se desarrollan en las universidades que forman parte de algún Campus de Excelencia Internacional, entre ellas, la Universidad de Salamanca, donde coordina la actividad la Unidad de Cultura Cientítica (UCC) de la institución académica. Dentro de las actividades propuestas, los alumnos han realizado un taller de periodismo científico y el siguiente reportaje ha sido uno de los tres seleccionados del segundo turno.

 

Gloria Baeza Hernández y Laura García Marco/DICYT Desde la Antigüedad la migración de las aves ha captado la atención del ser humano. Unas de las primeras referencias las encontramos en la Biblia y en las obras de grandes filósofos de hace más de dos mil años, como Aristóteles, que ya describió los movimientos de las grullas y la hibernación, teoría que secunda el naturalista Plinio el Viejo.


Hoy en día cuesta creer cómo daban explicación al fenómeno de la migración de las aves; llegaron incluso a afirmar que los petirrojos del invierno se metamorfoseaban en colirrojos en verano. Estas teorías tan sorprendentes estuvieron vigentes entre los científicos hasta bien entrado el siglo XVIII. Un gran defensor de los supuestos antiguos fue Linneo, quien sostenía que las golondrinas vivían bajo los tejados de las casas, se sumergían en invierno y volvían a salir en primavera.


Hace doscientos años se confirmó que se producía la migración de algunas aves. Este comportamiento no es exclusivo de estos animales; también migran los cetáceos, los murciélagos, las focas, los renos, los antílopes, las tortugas marinas, las mariposas, los peces e incluso los gusanos marinos. Durante el invierno y el verano las especies de aves migratorias se asientan en diversos lugares, dependiendo de la temperatura. Algunas se quedan en el continente mientras que otras anidan en las islas.
 

En relación a este último fenómeno se ha realizado un estudio que analiza las pautas migratorias de quinientas sesenta y tres especies de aves en todo el mundo, y compara la conducta entre poblaciones continentales e insulares. Esta investigación ha sido llevada a cabo por científicos del CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas), liderado por el doctor Miguel Ferrer.


Han descubierto que las aves jóvenes permanecen cerca de las áreas de reproducción, por si fuera necesario cubrir el lugar ocupado por otro ejemplar de esa misma especie. De esta manera previenen de forma natural la extinción de sus congéneres. Otro de los hallazgos ha sido la diferencia en la migración de la misma clase de ave, dependiendo de si vive en el continente o en una isla. Las que habitan en una isla se vuelven sedentarias, sobre todo si son de gran tamaño como rapaces, garzas o cigüeñas, ya que lo necesitan para sobrevivir.


Estos increíbles animales, como la Limosa lapponica, que es capaz de volar once mil kilómetros desde Alaska hasta Nueva Zelanda sin descansar ni una sola vez, se guían por un sistema de sensores que les lleva a tomar la dirección correcta de acuerdo con el campo geomagnético de la Tierra. Esta manera de orientarse se basa en la luz y el magnetismo, que mediante una serie de reacciones activan unos fotorreceptores, que les indican su situación. Este mecanismo sólo funciona durante las horas del día pero no depende de la posición del sol.


Las aves que se instalan permanentemente en las islas no utilizan este método de orientación. Esto no es algo negativo, sino todo lo contrario. El propio investigador Miguel Ferrer explica que el sedentarismo de estos animales migratorios es un proceso que afecta a la velocidad con la que aparecen nuevas especies de aves, lo que convierte a las islas en fábricas de biodiversidad. Esta situación ya fue observada por Charles Darwin en 1835 cuando se fijó en que había diferentes tipos de pinzón que se habían adaptado a una alimentación característica de su isla, variando así la forma del pico de cada uno de ellos según su nutrición. 
Sin embargo, esta gran ventaja evolutiva que proporciona vivir en las islas puede estar en peligro junto con las propias aves, puesto que el cambio climático les está afectando de manera drástica. Ya no son solo los cazadores los que las amenazan sino que el calentamiento global puede llegar a destruir su hábitat.

 

Podemos contribuir a impedir que esto suceda cuidando del medioambiente y colaborando con organizaciones que se dedican a la protección de las aves migratorias, como la del doctor Miguel Ferrer, que dirige la fundación Migres.